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martes, 15 de octubre de 2024

Tres tazas

La elección de Vladímir Putin como nuevo presidente ruso es un trago incómodo para Occidente...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 05/03/2012
2 comentarios
Vladímir Putin
El programa de gobierno del vencedor no puede ser del agrado de las fuerzas imperiales.

Que una cifra muy superior a la mitad de los votantes rusos optara el pasado domingo por colocar al  ex primer ministro Vladímir Putin nuevamente a la cabeza del Kremlin, es un plato difícil de digerir en las capitales de las metrópolis occidentales, y muy en especial en Washington.

Y no se trata de meras especulaciones. Desde tiempo antes, a las puertas de las elecciones, y luego de conocido el triunfo de Putin  en primera vuelta, la prensa y los círculos oficiales de las metrópolis del oeste despotricaron y despotrican a manos llenas  acerca de la primera figura rusa y del acontecer político en el gigante euroasiático.

A tales niveles, que víspera de las votaciones, Moscú debió hacer más de una advertencia pública sobre la injerencia de Washington y sus aliados en los asuntos internos rusos, materializada en los ataques propagandísticos a la organización de los comicios y al propio favorito a la jefatura del Kremlin, así como en el apoyo directo a grupos opositores locales empeñados en acciones de neta desobediencia civil.

Ello sin contar el anuncio de la detención en Ucrania de un comando de individuos que preparaban un atentado contra el hasta entonces primer ministro.

Lo cierto es que el “ex agente de la inteligencia soviética, KGB”, uno de los pretendidos “insultos” occidentales contra Vladímir Putin, barrió literalmente con sus restantes oponentes, en un proceso comicial donde la votación pudo ser seguida en tiempo real, colegio por colegio electoral, a través de internet, y en el cual estuvieron presentes cientos de observadores foráneos.

El programa de gobierno del vencedor no puede, bajo ningún concepto, ser del agrado de las fuerzas imperiales.

En el plano interno apunta a apoyar a los ciudadanos menos favorecidos, mejorar la calidad de vida general, y hacer de Rusia una nación moderna, fuerte, segura, y militarmente al nivel que durante muchos años mantuvo la extinta Unión Soviética, toda vez  que Moscú, ha aseverado el mismo Putin, sigue siendo uno de los blancos preferentes de un hegemonismo global que no ha bajado la voz para afirmar públicamente su intención de evitar el surgimiento o la reorganización de otras potencias mundiales.

De hecho, los intentos norteamericanos y de Europa Occidental por desplegar el titulado sistema antimisiles en el Viejo Continente, destinado a propinar al oponente un  golpe nuclear sin posibilidad de respuesta, junto a las operaciones militares expansionistas en Asia Central y el Oriente Medio, indican que para Washingon y sus acólitos la “marcha hacia el este”, sobre las divisorias rusas y chinas, es un objetivo estratégico esencial en el empeño por el dominio planetario.

Ante semejantes riesgos, Putin ha sido de los promotores de la modernización acelerada en que se empeña hoy el Ejército ruso, al tiempo que desde su responsabilidad oficial, y en materia de política externa, ha impulsado el hecho de que Moscú, como miembro del selecto Consejo de Seguridad de la ONU, no solo abogue por un sistema global multilateral, sino que en los últimos tiempos haya ejercido más de una vez su derecho al veto, junto a China, frente al desboque agresivo imperial contra Libia e Irán.

De manera que, con tales antecedentes, no puede haber alegría ni conformidad en los predios imperiales, mucho menos cuando el nuevo gobernante ruso no parece inclinado a ganarse el reiterado título de “amigo” que le otorgó en sus días George Bush, padre, a un complaciente Mijail Gorbachov bajo cuyo mando fue disuelta la URSS sin la menor concesión occidental a cambio.

Un Putin que, por demás, tampoco se muestra proclive a informar sus decisiones primero a Washington que a sus propios ciudadanos e instituciones, como vergonzosamente tuvo a bien realizar en los años noventa de la pasada centuria el caótico oportunista Boris Yelsin cuando asumió, bajo circunstancias políticas que le fueron favorables, ilegalizar al Partido Comunista de la URSS y desmembrar completamente a aquella gran potencia.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista

Se han publicado 2 comentarios


jeml
 6/3/12 21:54

Es precisamente lo que hace falta que, junto a china,rusia la gran nacion de un balance de poder global sin ser imperio.... se jodio el imperio yanqui.!

JManuel
 5/3/12 23:01

Oportuno y esclarecedor artículo. Verdaderamente lo de Gorbachov y Yeltsin fue ignominioso para la patria Lenin. Saludos

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