viernes, 26 de abril de 2024

Oficio para sacerdotes

Y como es esta profesión un sacerdocio, un periodista jamás se rinde en su fe por la defensa de una causa justa, digna o necesaria...

Dorisbel Guillén Cruz en Exclusivo 09/11/2016
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Un periodista no se permite la oficialidad de las citas románticas —en persona digo— con amigos o familiares, solo las que tiene con sus fuentes resultan inalterables. El resto de los compromisos abarcan un segundo plano, movible según las urgencias informativas del momento. Y es que nunca, nunca, nunca debes dejar esperando a una fuente.

Un periodista jamás apaga su móvil, se va de vacaciones o se aleja de su puesto de trabajo, porque el “trabajo” lo persigue con avidez de amante y gravita en cada minuto de su vida.

La vida de un periodista puede que transcurra con largos lapsus en solitario —según los sondeos de diversas revistas, ocupan los primeros peldaños en cuanto a divorcios y soltería—, pero pocas veces un reportero ha logrado estar verdaderamente a solas, desconectar plus, deshacerse del mundo que serpentea en sus cinco o más sentidos.

Los instrumentos de trabajo de los profesionales de la palabra viajan con ellos al cosmos. Es más común encontrar una tarjeta de prensa y un bolígrafo en el bolso de una reportera que un creyón o un rímel. Aunque dado el caso, los cosméticos también se vuelven imprescindibles, pues la imagen esperada de un periodista generalmente debe estar a tono con el sitio a que es convocado, y si en deferencia la convocatoria es por cuenta personal, el camuflaje se impone.

Cuando el órgano de prensa ofrece vacaciones casi siempre se elige la travesía en un sitio lejano —ni siquiera alejado—. Con la emoción aparejada de encontrar una chica hermosa y una buena historia que contar, casi como un autómata, un periodista hecha su grabadora en las maleta, junto a cierta agenda pequeña, la adrenalina de siempre, y teléfono móvil, ¡hay que estar localizable! Quizás pocos usuarios le den usos tan variados a su móvil y lo aprecien tanto como un corresponsal fuera de su sala de redacción.

Lidiar con periodistas es cómo lidiar con el diablo, o lo que es lo mismo, con alguien que ha vivido muchas vidas —la de los otros, los sin voz, y las de los que tienen la voz más alta—, porque cada historia está interpretada por personas y no por personajes, es más, transitan por la propia piel del periodista y se quedan allí para concederle el mérito de las siemprevivas.

Como buscador insaciable de la verdad, te adentras en todo lo que escribes, lo que lees, lo que observas y lo que sueñas. Ser periodista es renunciar a la ingenuidad. Y como esta profesión también te exime del silencio… y como en este mundo nuestro cualquier cosa dicha puede ser tomada en contra, adquieres valiosos enemigos.

Críticos acérrimos, imparciales invulnerables y militantes de la bondad y el conocimiento, venga de cualquier sitio. Y como es esta profesión un sacerdocio, un periodista jamás se rinde en su fe por la defensa de una causa justa, digna o necesaria.

En estos tiempos el periodismo escribe su titular en términos de PODER y ya sabemos ¡qué resbaladiza bola de cristal es este!, ¡y cuántos odios genera si de verdad se ejerce con la objetividad a que es convocado dicho gremio!

Así, el ejercicio desde la ética muchas veces ha costado la cárcel, principios como aquel de nunca delatar tus fuentes quizás hasta descuellen en lo a-legal (no creo que ilegal).

“Cabe aclarar que el papel del periodismo, y por tanto del periodista en la sociedad, es el de crear conciencia sobre las diferentes situaciones que acontecen en pro de generar una mejor calidad de vida, así como advertir a la sociedad acerca de las posibles consecuencias que ciertas acciones pueden acarrear, a la vez que ha de procurar comunicar todas aquellas acciones que tienden hacia el bien común de las personas y del mundo”, advierte el Colegio Nacional de Periodistas de Caracas en su página oficial.

Títulos como irreverencia y obstinación resultan elogios en este oficio que impele apartar una realidad general de una teledirigida por agentes X y también x-distantes.

La Carta de Múnich, firmada y promulgada el 24 de noviembre de 1971, exige de los profesionales diez deberes y cinco derechos. Entre los deberes destaca: “Negarse a cualquier presión y solo aceptar directivas de los responsables de la Redacción”. Los derechos comprenden que: “El periodista no puede ser obligado a realizar un acto profesional o expresar una opinión contraria a su creencia y su conciencia”.

En consideración a su función y responsabilidades, el periodista ejerce el derecho del criterio en voz de los otros, de la mayoría y de los marginados, incluso. En pago a todos estos privilegios se vive el peligro en formatos que van desde la censura de un trabajo, despidos y calumnias, cuestionamientos políticos, hasta el asecho propio y de quienes resultan necesarios afectivamente.

“En la última década más de 700 periodistas han sido asesinados por ejercer su profesión y llevar la información al público: es decir una muerte por semana de media”. Dice el sitio de la Unesco y continúa: “En nueve de cada diez casos los autores del crimen no son castigados. Esta impunidad lleva a más asesinatos y es con frecuencia un síntoma del empeoramiento de un conflicto y del derrumbe del sistema judicial”.

Así en México, por citar el más triste ejemplo, asusta la falta de seguridad con que los periodistas desempeñan su labor. La Jornada —versión digital— declara: “…el aumento de riesgos y el alto número de agresiones en contra de comunicadores, lo que ha derivado en autocensura, desplazamiento y exilio forzado de periodistas, entre otros fenómenos que vulneran los principios fundamentales de una sociedad abierta, plural y democrática”.

“Los índices de asesinatos contra periodistas en América Latina y el Caribe se mantienen en niveles elevados, como consecuencia de la ‘alarmante impunidad’ que prevalece en la región”, denunció la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

La mayoría de estas agresiones ostentan esa alarmante impunidad. Cada vez expone más a los periodistas y traduce el poder que es ejercido desde los medios de comunicación en la vulnerabilidad de sus soldados… Soldados, sí… porque un periodista siempre tiene pocos nombramientos y muchas ganas de entrarle al campo de batalla.

Uno de cada tres asesinatos a comunicadores, de los documentados desde el 2010 hasta la fecha, ocurrieron en México. Pero siguen otros territorios como Honduras, donde sucede uno de cada cinco de esos homicidios, para un total de 28; Colombia (11), Guatemala (9), Perú (6) y Paraguay (4), según la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la CIDH.

Por estas razones, entre otras, los periodistas se prenuncian en nombre propio y exigen medidas legislativas, estrategias estatales y una política pública efectiva que mitigue la impunidad hacia el oficio que empeña 24 horas diarias cada 7 días, sí, y 7 también, mientras respires sobre la tierra.

Téngase en cuenta que un periodista, además de faltar a sus citas personales, postergar vacaciones, olvidarse del aspecto personal, incluso en nombre del trabajo…, pues sépase de una vez que un lujo que nunca se puede dar un periodista es el de mantenerse alejado del peligro.


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Dorisbel Guillén Cruz

Periodista


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