Durante estas noches que nos separan de la partida física de Fidel, he tratado de hilvanar ideas y recordar fielmente cada uno de los lazos que me vinculan a él. Más allá de la admiración por la gesta del Moncada y el Granma, mis padres me enseñaron a verlo como alguien cercano, amarlo como mi familia, a seguir sus ideas y principios.
Fue el periodismo quien me permitió estar a escasos metros de la leyenda. Mi participación en las primeras 50 mesas redondas y tribunas abiertas de la Revolución, durante la batalla por el regreso de Elián, me llevaron a recibir su reconocimiento y verlo de cerca por primera vez, en el Palacio de las Convenciones.
Después vendrían etapas imborrables en mi vida en las que me guió su ejemplo. En Caracas, durante el golpe de Estado a Chávez en el 2002, pensé en él y estoy segura de que gracias a su preocupación constante por nosotros saqué fuerzas para mantenerme en pie.
Fue en ese mismo año, cuando una historia ciclónica me enlazó al Comandante. Vivir en Pinar del Río, provincia asediada por organismos tropicales, me hizo estar en su camino varias veces, mientras él espantaba tempestades.
Era viernes, se acercaba el huracán Isidore y Fidel llegó a las 12:30 de la tarde. Como siempre se adelantaba al paso. Siete horas en la sede del Consejo de Defensa provincial fueron una enseñanza periodística y humana.
Allí, mientras seguía minuto a minuto la trayectoria del ciclón, tuve el privilegio de conocer su interés por el destino de los evacuados, saber qué comían, dónde dormirían, el estado de las comunicaciones.
Aquella fructífera jornada de trabajo sirvió para reflexionar sobre importantes temas del desarrollo socioeconómico del territorio, la formación del capital humano y la búsqueda de más eficiencia en las actividades tabacalera y citrícola.
Ese día nos dijo que los pinareños nunca habían fallado y que tocaba recuperarse, sin imaginar que once días después él regresaría tras la ruta de otro huracán.
Esta vez era Lili quien lo convocaba y a pocas horas de que abandonara la provincia por Arroyos de Mantua, Fidel jaraneó con los periodistas en la sede del Consejo de defensa: “Quise decirle adiós y desearle buen viaje”.
Allí, de pie, nos contó cómo fue apreciando, en su recorrido por la Autopista Nacional, el empeoramiento de la situación meteorológica y la rapidez en el movimiento de este ciclón.
Recuerdo que dijo a la prensa que era preferible que pasara por aquí, donde ya no había nada que tumbar y el pueblo pinareño organizado estaba preparado para estas contingencias.
Esta vez fueron cinco horas de encuentro y lo vi preocupado por el destino de las personas, su resguardo y hasta pidió probar la comida que llevarían a algunos albergues.
Después vendrían otras visitas a Vueltabajo, donde tuve la posibilidad de estar en la cobertura, pero sería en el 2004 la última vez que un huracán lo trajo a esta tierra.
Fue Iván quien lo hizo exclamar al llegar a la sede del Comité Provincial del Partido, que en esta provincia habían muchas mujeres periodistas porque la primera secretaria, era una mujer.
Con la familiaridad que se establece entre los periodistas y Fidel, le comentamos que el huracán se había asustado al saber que él venía, entonces agradeció que fuera “amable” y no atravesara la Isla, pues su efecto hubiera sido devastador.
Fidel, el hombre de la Sierra, el Comandante que conquistó un país, fue también un espantador de tempestades, un hombre que solo con su presencia era capaz de sembrar confianza y esperanzas.
Es ese el gigante que recuerdo, el que siempre estuvo al lado de su pueblo y por más fuerte que fuera un huracán, nada impidió que desafiara vientos y aguaceros para acompañarnos en medio de la tormenta.
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