jueves, 25 de abril de 2024

Cuatro años con Trump mantienen expectante a América Latina

El magnate inmobiliario ya mostró algunas cartas sobre el sur continental...

Clara Lídice Valenzuela García en Exclusivo 21/01/2017
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Donal Trump
Estados Unidos posee gobiernos aliados en Latinoamérica, pero que desconocen hasta qué punto la presencia de Trump perjudicará sus hasta ahora cómodas relaciones con Washington.

Las políticas definitivas del gobierno del republicano Donald Trump, tanto en lo doméstico como en lo internacional, son todavía una incógnita, pues hasta ahora solo se pueden ir adivinando, más que asegurando, sobre la base de sus declaraciones, algunas insólitas, desde que pronunció la primera palabra como candidato a la presidencia de Estados Unidos.

Trump, hijo de una emigrante escocesa —él que tanto demuestra repudio hacia quienes ahora poseen esa posición en Estados Unidos— y abuelos paternos de origen alemán, nació en Queens, New York, el 14 de junio de 1946. Cursó estudios en la Escuela de Negocios de Wharton de la Universidad de Pensilvania y se graduó en 1968, de Bachiller en Ciencias, Economía y Antropología. Siempre se alió a los grupos conservadores, pero sin ocupar hasta ahora cargos políticos.

Con cuatro hermanos, un carácter díscolo, con tres matrimonios —una de ellas checa y la actual eslovena—, este individuo formó un imperio empresarial sobre la base de los negocios paternos, y se convirtió en un multimillonario conocido por el gran público gracias a programas televisivos, mientras bordeaba los círculos políticos que aprovechaban sus finanzas en campañas y candidaturas.

En los grupos de extrema derecha estadounidense, el grueso neoyorquino no se distinguió, sin embargo, por una cultura refinada, ni por habilidad en sus pronunciamientos. Quienes lo conocen desde hace años, entre ellos el matrimonio de los políticos William y Hillary Clinton, él expresidente y ella aspirante a serlo en las pasadas elecciones, lo catalogan de misógino, impredecible xenófobo, machista y grosero.

Este es el hombre que desde este 20 de enero dirigirá la primera potencia económica y militar del planeta, bajo el paraguas de un gabinete de militares y millonarios miembros de la línea dura del Partido Republicano. Trump ya es, sin dar aún el primer paso en la Casa Blanca, una de los políticos más excéntricos, peligrosos e indescifrables de la historia estadounidense.

Por sus declaraciones, y solo por ello, la expectativa sobre su política hacia América Latina y el Caribe inquieta a quienes viven tan próximos de la poderosa nación en condiciones de absoluta desventaja, pues Washington se siente con derechos sobre la región en la que hay más de 50 de sus bases militares y un gran aparato de vigilancia organizado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

Estados Unidos, no es un secreto, posee gobiernos aliados en Latinoamérica, pero que desconocen hasta qué punto la presencia del rubio de origen sueco-alemán perjudicará sus hasta ahora cómodas relaciones con Washington.

Colombia, por ejemplo, que acaba de firmar un acuerdo de colaboración con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), tiene siete enclaves norteamericanos en su territorio.

Trump, con su habitual desenfado, y para levantar las ronchas de sus aliados europeos, consideró, al parecer muy en serio, la eventual desaparición de la OTAN, a la que calificó de obsoleta. Buen rollo armó en un momento el magnate con la canciller federal alemana Ángela Merkel, quien le dijo alto y claro que en Europa mandan los europeos. ¿Cómo queda Colombia entonces?

Este individuo, que tiene la facultad de sembrar inquietudes a su paso, situó a México como uno de sus objetivos destructivos, cuando siendo candidato visitó al presidente Enrique Peña Nieto y de inmediato le planteó que debía levantar un gigantesco muro en la frontera, y además pagarlo, para evitar la emigración de millares de personas que constituyen, en la práctica, un apoyo a la economía norteamericana al realizar labores indeseadas por los nacionales.

Trump amenazó también con devolver a millones de emigrantes latinoamericanos a sus países de origen porque, dijo, ocupan los puestos de estadounidenses. Mentira flagrante con que pretende ocultar su racismo.

El nuevo presidente ya está haciendo daño en México, pues amenazó a las empresas norteamericanas que operan en América Latina con altos gravámenes fronterizos. La empresa Ford, que pensaba situar una fábrica en México, retrocedió ante lo que se avecina e hizo perder la posibilidad de más de cuatro mil puestos de trabajo, en su mayoría para obreros locales.

Además, afirmó, que revisará y si es el caso eliminará los Tratados de Libre Comercio, incluido el suscrito por su país con Canadá y México, conocido como NAFTA, por sus siglas en inglés.

Otros dos países están en la mira del magnate inmobiliario: Cuba y Venezuela. Respecto a Cuba, que restableció sus relaciones con Estados Unidos el 17 de diciembre de 2014, Trump indicó en un twitter a fines de noviembre: “Si Cuba no se muestra dispuesta a ofrecer un mejor acuerdo para los cubanos, para los cubanoamericanos y para el pueblo estadounidense en general, liquidaré el acuerdo”. Esas declaraciones fueron hechas poco después de que se refiriera con gran irrespeto al líder revolucionario Fidel Castro, fallecido el 25 de ese mes, en uno de los acontecimientos luctuosos más sentidos por el pueblo cubano en su historia.

Venezuela también está en la mira del rubio artificial que ocupará la Casa Blanca. Estados Unidos mantiene una orden ejecutiva del presidente saliente Barak Obama de hace casi dos años en la que califica a Venezuela como una amenaza inusual a la seguridad nacional de su país, lo que lo faculta para intervenir militarmente allí si lo estimaba pertinente.

El pasado 16 de septiembre, el nuevo dignatario calificó al sistema político venezolano como “malo”, en el que hay, aseguró, “muchas personas oprimidas que anhelan ser libres, ellos anhelan ser ayudados”, sin explicar en qué consistiría tal “ayuda”, quizás similar a la que han dado los marines norteamericanos para supuestamente restablecer el orden y la estabilidad en Suramérica y el Caribe.

Hay que esperar para que este presidente impuesto por un obsoleto sistema electoral —su contrincante Hillary Clinton obtuvo dos millones y medio más que él de votos populares— defina, y quizás no haya que esperar mucho, dado su sentido de la improvisación, para conocer qué camino tomará respecto al sur del continente.

El extravagante personaje, como los restantes ocupantes de la Casa Blanca, antes y después de él, quien no es la excepción, está cercado por intereses imperialistas: el complejo militar-industrial, el mercado, la banca, las compañías de seguros, el Congreso, la Receta Federal, los gobiernos estaduales, y los lobbies que determinan, hasta cierto punto, el rumbo presidencial.

Sus diatribas a las anteriores administraciones, la presunta desglobalización para apuntar el sistema doméstico, puedan ser meras palabras de campaña. Sus amenazas pueden volverse polvo, y sus acciones quizás compliquen la vida en el planeta.

Por lo pronto, la V Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, el próximo día 25 —cinco días después de que el magnate asuma— tendrá en su agenda el seguimiento de la declaración de América Latina como zona de paz, ahora amenazada no solo por Trump, sino también por el acuerdo de Colombia con la OTAN, y la firma de Perú y Argentina con Estados Unidos para fomentar dos nuevas bases militares en esos países.   

También sería tema de la reunión con sede en Punta Cana, República Dominicana, el bloqueo económico, comercial y financiero del gigante norteño impuesto a Cuba desde hace más de medio siglo, al que se oponen, incluso, fuerzas políticas y populares norteamericanas.


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Clara Lídice Valenzuela García

Periodista


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