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martes, 15 de octubre de 2024

“Contra el amor del bueno no hay quien pueda”

Si de una cosa Antonio Guerrero está convencido es que contra el amor del bueno no hay quien pueda. Es una verdad tan grande como una montaña. En estos casi catorce años de injusto encierro...

Cubahora en Exclusivo 04/03/2012
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La crueldad ha sido sucesiva durante estos años de encierro.
Si de una cosa Antonio Guerrero está convencido es que contra el amor del bueno no hay quien pueda. Es una verdad tan grande como una montaña. En estos casi catorce años de injusto encierro, él y sus cuatro hermanos han sufrido las innumerables estrategias del gobierno y la justicia norteamericanos, para quebrantar ese amor, para pulverizarlo y así dejarlos sin la mayor fuerza que los sostiene y que los hace fuertes para enfrentarse a cualquier arbitrariedad. Aunque como bien apuntaba recientemente Antonio el espíritu fuerte de Los Cinco, que al mundo sorprende, nos es más que el que emana de su propia inocencia.
 
La crueldad ha sido sucesiva durante estos años de encierro. Una de las más sostenidas ha sido impedirles hablar entre sí. No pueden comentarse las noticias de sus días, los partidos de handball que Ramón gana, los progresos de los alumnos de Antonio, las bromas de Gerardo, la callada gallardía de Fernando. Ni siquiera René, en su supuesta libertad, puede tomar el teléfono y con esa voz suya desbaratar los barrotes de las celdas de sus cuatro hermanos a golpe de optimismo y dignidad.
 
Pero siempre la solidaridad ha encontrado los caminos más expeditos para romper ese silencio. Los amigos, los familiares que los visitan son los mejores puentes por los que viajan las confidencias. Los hombres y mujeres solidarios del mundo han tejido finísimas redes de comunicación que han puesto en crisis el supuesto aislamiento al que los quieren confinar. Ni a Gerardo, el más preso de todos ellos, han podido mantenerlo alejado del fuego de la solidaridad.
 
El 14 de febrero pasado gracias al programa La luz en la oscuridad que se transmite desde hace una década cada domingo en la noche, por Radio Rebelde y Radio Habana Cuba, las voces de Los Cinco, con la sentida ausencia de Gerardo, volvieron a escucharse. Entre recuerdos, anécdotas, canciones, ellos supieron de cada uno de los otros hermanos y cobraron nueva vida en el amor.
 
A eso es lo que temen quienes los mantienen en su injusto confinamiento. Saben que juntos son invencibles. Ni siquiera cuando estuvieron en el hueco pudieron doblegarlos. Allí encerrados cantaron a voz en cuello sus canciones preferidas. Se aprendieron “El Necio”, de Silvio, la canción escudo contra todos los males. Y dieron el más bello concierto de libertad que los oídos carceleros escucharon nunca porque ciertamente eran y siguen siendo hombres libres.

LA FAMILIA DE LA QUE TODOS SOMOS PARTE

El viernes 24 de febrero Philip R. Horowitz, abogado de René González, introdujo en la corte el pedido de un permiso para que René viaje a Cuba para visitar a su hermano Roberto, gravemente enfermo.
 
Una semana después no se tenían noticias de la jueza federal Joan Lenard de Miami, quien tiene que pronunciarse sobre esta solicitud en la Florida.
 
Coincidiendo con este día, René le ha enviado una carta-abrazo a su hermano Roberto, parte del equipo de los abogados defensores de Los Cinco, en la que va todo el amor posible, toda la fuerza que sus brazos desde la distancia pueden ofrecerle.
 
René no puede estar junto a su familia en esta hora difícil porque el odio sigue pesando más que la justicia. Como bien escribe en su carta: “El odio que no me permite simplemente abrazar a mi hermano. Que me obliga a seguir desde un absurdo y distante enclaustramiento un proceso del que debería ser parte, como cualquier otra persona que ha cumplido una sentencia de encarcelamiento, de por sí suficientemente larga, dictada precisamente por el odio; pero aún para él insuficiente”.
 
El odio sigue siendo lo que ha pesado más a la hora de dar un dictamen sobre el caso de Los Cinco. La “libertad supervisada” de René no es más que otra manifestación del animadversión contra un país.
 
Pero René ha de saber que Roberto no está solo, y que a su clamor se unen el de 11 millones de cubanos y otros tantos clamores venidos de las más disímiles tierras.
 
Cada uno de los integrantes de las familias de René, Gerardo, Antonio, Ramón y Fernando ha pasado a conformar la gran familia que todos los cubanos somos; la hermandad en la que se reconocen todos los hombres y mujeres que en el mundo están luchando porque tanta injusticia termine.

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