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miércoles, 4 de diciembre de 2024

Amén a la sabiduría

El diálogo en La Habana del Papa Francisco y el Patriarca Ortodoxo Kirill confirma que la buena voluntad y la inteligencia pueden hacer mucho por la humanidad...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 13/02/2016
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Casi un siglo han debido esperar millones de cristianos para asistir a la feliz imagen en que dos de sus máximos líderes; el Sumo Pontífice de Roma, el Papa Francisco y Kirill, Patriarca de Moscú y toda Rusia; convergieron cara a cara en un entendimiento que no solo hace historia en el universo de la fe, sino también en el empeño de conformar un mundo seguro y promisorio.

Las vistas de ambos prelados frente a frente, en una conversación casi íntima, y donde el calificativo “hermanos” no faltó, indica que los tiempos y las circunstancias, por azarosos que se proyecten, traen también la posibilidad de reacciones positivas, honestas, sensatas y abarcadoras.

Francisco y Kirill han dado en La Habana (suerte de ciudad bendecida, según algunos criterios vertidos en estos días) una muestra fehaciente de que cuando hay voluntad, limpieza de alma y verdadera preocupación por la humanidad y sus destinos, todo disentimiento queda atrás para dar paso a la necesaria y urgente convergencia que permita afrontar males de tal dimensión que pueden terminar de una vez con la historia humana.

Porque si bien las dos figuras no soslayaron abordar constructivamente los roces internos pendientes por casi un milenio entre sus respectivas Iglesias, lo cierto es que el plato fuerte de su histórico diálogo ha sido como actuar unidos a favor de un planeta libre de guerras, violencia extremista, pobreza, hambre, asimetrías insultantes, forzosos y masivos desplazamientos humanos, y la destrucción acelerada del medio ambiente.

Asuntos todos de orden vital para el hoy y el futuro, no solo de los cristianos, sino de cuanto identificamos como expresión de la vida.

Y con ese espíritu llegaron y hablaron en Cuba ambas figuras religiosas, capaces de influir, no solo en los millones de fieles identificados con una u otra tendencia cristiana, sino también entre aquellos que desde sus respectivas altas investiduras políticas deberían trabajar por la concordia y la paz, y no ser instrumentos del caos, el odio y la destrucción a cuenta de defender inmorales intereses.

De manera que Francisco y Kirill han dado en La Habana una clara lección de humildad, respeto y empeño por el bien del hombre, que no debería quedar solo en la visión y la memoria como una de las noticias más trascendentes de los últimos tiempos, porque de seguro no ha estado en el ánimo ni el ser de ambas figuras el cohabitar con la fanfarria y la propaganda, sino calar hondo en la gente y en su conciencia para que actúen en consecuencia en un instante en que, al decir del propio Obispo de Roma, “estamos viviendo una guerra mundial por etapas” con todas sus brutales y criminales secuelas, y por tanto hay que hacer todo por atajarla.

En consecuencia, no hubo asunto de interés humano y divino ausente en las horas habaneras de franco intercambio entre los jefes de las dos Iglesias cristianas más antiguas de la historia.

Líderes, además, que no escogieron de manera fortuita a Cuba y a América Latina y el Caribe como escenario de tan importante acontecimiento.

Lo decía con toda certeza un comentarista a una red televisiva regional: la Isla se ha venido convirtiendo en un diáfano, seguro y activo referente para toda transacción negociada de conflictos tan severos y rudos como la guerra civil en Colombia, que ya dura más de cinco décadas, amén de haber sido la sede donde el Sur del Hemisferio, agrupado en la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe, CELAC, se proclamó como la primera Zona de Paz del orbe, justo como respuesta práctica a la violencia de mil rostros que muchos pueblos del mundo enfrentan hoy a partir de la nociva y criminal injerencia externa que solo responde a estrategias de dominación global, o a las ideas torcidas de segmentos nativos de poder que, en última instancia, terminan siendo instrumentos dóciles de tales ínfulas hegemonistas.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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