Hay gente que en 67 minutos quisiera salvar al mundo, o hacer pequeñas cosas que tributen a esto como descubrir la medicina contra el cáncer, resolver algunos conflictos bélicos por el Oriente o escribir mensajes de amor en las cajetillas de los criminales confesos, para que aprendan que existe otro modo de convivir; opciones plausible sin lugar a dudas. Sin embargo, nuestro amigo el King, periodista de provincia por elección y crack como valor agregado, detiene su escrutinio de noticias internacionales en lo profundo de la red de redes y nos asalta con propuestas avezadas para sus 67 minutos, esos que un día como hoy la Organización de Naciones Unidas pide en favor de la humanidad y como tributo al líder sudafricano Nelson Mandela.
Dice el joven encuestado por Cubahora que entre sus propuestas por la paz mundial podrían contemplarse la realización de actividades útiles y verdaderamente tangibles. “Por ejemplo, la escritura de un artículo sobre orientación social ¿Cuántos se podrán concebir en ese tiempo que me pides?; impartir una conferencia”, “¡o mejor un conversatorio!”, interrumpe la voz de alguien más, hasta ahora agazapado en la redacción. Y sé que esta otra colega se refiere a esos hermosos proyectos de participación social que buscan cada día la mayor inclusión posible de los ciudadanos en procesos educativos, de comunicación, proyectos socioculturales y… de cualquier tipo… pero volvamos al tema.
En 67 minutos sería útil, según este y otros jóvenes cubanos encuestados, plantar árboles, sobre todo en nuestro país, cuya cobertura boscosa muestra índices muy bajos para varias ciudades del centro. “Conversar con la gente solitaria”, ofrece una estudiante de la Universidad de Las Villas, pues en su criterio, la gente necesita ser escuchada para entenderse a sí mismos, y para encontrar la paz con su entorno. “Dedicar tiempo a la familia, a los abuelos, entre todos, quienes valorarían cada uno de esos 67 minutos como un tesoro, pues para ellos el tiempo con los suyos resulta cada vez más escaso”, dice la vendedora del Café Cola´o, cuando previo a este artículo afloró la conversación entre los tantos establecimientos de este tipo que distinguen hoy a la ciudad de Santa Clara.
“Un grupo de escolares hablaron sobre la toma de la ciudad con carteles, estatuas vivientes, visitas a los hogares de ancianos y de niños sin aparo filial, o al centro de atención a deambulantes, recién habilitado en la ciudad”. Iban lanzando ideas sobre los libros que escudriñaban casi al unísono, en la sala general de la Biblioteca Martí. Y aunque el espíritu de dialogo era inmenso ese día, lo libros terminaron atrapándolos nuevamente. Por supuesto, no faltó quien propusiera escribir un poema, ese dulce tributo del alma.
Y entre todo esto, encuestas y propuestas, aflora la de otra colega de la CMHW, “yo quisiera impartir clases, al menos dos turnos, no sé, quizás pueda enseñar algo útil en ese tiempo”, afirman los ojos grandes de Ligia y me quedo repensando sus palabras. Imagino a Mandela, preso político, y lo asocio con su labor procedente a esta etapa, pedagógica en muchos modos. Pongo el tema y debatimos otra vez, ahora sobre la condición de prisionero político, la cárcel, la educación en la cárcel, la reformación de la conducta y la conducta de los de afuera con respecto a quienes infringen la ley.
“Para mi las prisiones son como una comunidad desconocida”, refieren algunos integrantes de ese eterno grupo focal que puede ser una redacción de noticias. Y nos vamos puertas afuera. “Quizás por eso, es que muchas personas denigran a los exconvictos, porque el propio hecho de la privación de libertad en sitios preparados para esto los convierte en seres con una vida secreta y, por supuesto, inaccesible, a lo mejor si se le diera más visibilidad por parte de los medios y a modo general a las prisiones cubanas, sería menos apologético el asunto”, nos dice un transeúnte.
Otras personas sugieren qué hacer con estos 67 minutos que las Naciones Unidas exigen de cada ciudadano honrado para la causa de ese grande que fue y es en Cuba Nelson Mandela, pero me detengo en esta propuesta deLigia, la equiparo en archivos personales, los de aquellos años de periodista imberbe en que husmeando en lo marginal y tras las mieles del pluriempleo, apareció para esta reportera al Programa de Estudio y Trabajo, ese que para grupos exclusivos de convictos trasmutó la cárcel en campamentos de preparación continua. Recuerdo La Colonia, aquel sitio de Yaguajay, en el norte espirituano de Cuba, donde los presidiarios recibían a su profes de la facultad con artesanías rudimentarias, las canciones de orden y una sonrisa triste, aunque, si lo pienso bien, esperanzada en alguna parte del día.
En otra ocasión escribiré más sobre esto, y sobre las clases de Biología que se mezclaban con las aprehendidas en la UCLV por Ismary, mi amiga psicóloga y también profesora emergente. Ahora no puedo dejar por alto los diálogos que ensalzaban la vida dura con la certeza de que un mundo mejor es posible y necesario, y con las revistas de mi librero, y con los libros que nunca recuperé, y con la grabadora que me reinventaron los presos de La Colonia para que les hiciera un reportaje el día del cumpleaños de Camilo Cienfuegos, porque ellos echaron pa’lante el Complejo Histórico dedicado al héroe del Yaguajay.
Una hora y siete minutos para hacer algo en favor del mundo ha decretado las Naciones Unidas en honor a Nelson Mandela, quien liberó de un régimen racista a su tierra. Es necesario escribir al respecto, convocar a las personas, hacer causa común, pero solo salen de esta pluma a disposición del encargo editorial, nostalgias y ambiciones por los que necesitan más, por esos entre los que el propio Mandela pasó largo tiempo de su vida, aunque las razones que lo llevaron allí fueran diferentes.
Entonces, ya creo encontrar una propuesta para mis 67 minutos personales. Me sumo a la propuesta de compañeros, de hacer algo pequeño que tribute a la gran obra del hombre y redacto esta convocatoria para que sea declarado por insuficiente este día o esa hora y más en que sobrevive, junto al recuerdo de un hombre grande, tanto que hacer y que debatir en pos de la paz mundial.
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