jueves, 28 de marzo de 2024

Mami: ¿Qué le gustaba a Martí?

Lejos de cualquier aniversario, de natalicio o muerte, el legado del Maestro no cabe en la exclusividad de una conmemoración...

Dilbert Reyes Rodríguez en Exclusivo 19/05/2017
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Homenaje de los pioneros a José Martí 14
Los niños aman a Martí, quien entregó a la patria la vida, la inteligencia y el espíritu. (Fernando Medina Fernández / Cubahora)

A propósito del aniversario 122 de la muerte del Apóstol de Cuba, José Martí, Cubahora les propone recordar uno de sus artículos dedicados a nuestro Héroe Nacional.

“¿Qué le gustaba a Martí, mami?”, disparó sin rodeos Rosalía, de cinco añitos, en medio del fragor sibilante de la olla en máxima presión y el “traqueo” nada discreto de la lavadora rusa (más bien ruso-cubana, tras reducir a la mitad su diseño industrial).

“¿Cómo?”, rebotó la madre con tono de “no te oí bien”; pero que, por la mirada lanzada de la cocina a la puerta del patio, donde yo estaba, entendí como la trampa socorrida de robarle al tiempo una fracción de segundo para armar una respuesta algo coherente.

Pero como los niños privan siempre a sus padres del derecho natural de no saber, no toleran la mínima demora, y reprimen cualquier dato que no los convenza, ella repitió el tirón sobre la falda materna: “¿que qué le gustaba a Martí?”

Las normas de la buena educación y la comunicación en el hogar, tal vez dicten que lo óptimo hubiera sido quitarse el delantal, soltar el martillo en el patio, y venir los dos a la sala a ofrecerle a la niña una respuesta que la satisfaga y estimule. Pero a decir verdad, para que ese contexto se diera, también tenía que funcionar perfectamente el reloj de la olla –so pena de resecar el potaje- y la propela de la AURIKA no debería hacer pedazos las camisas al menor descuido. 

En tal urgencia, la madre no tuvo más opción que acudir a las frases prefabricadas en las que, por años de escuelas y cotidianidades, nos encartonaron el genio y la persona del Héroe Nacional de Cuba.

“A ver, mi amor -inició la madre al compás del mortero contra el ajo-: a Martí le gustaban los niños. Para ellos escribió los poemas y los cuentos del libro La Edad de Oro. Claro, también le gustaba mucho leer, y sobre todo le gustaba que un día Cuba fuera un país libre, como es hoy. Por eso luchó y murió.”

Entonces fui yo quien, con el oído atento a la distancia de dos metros, dedicó unos segundos a sopesar lo suficiente o no de la respuesta.

La niña sabe de José Martí lo que el diarismo del círculo infantil le ha enseñado: el hombre del busto al que pone una flor cada mañana, el autor de la poesía que ella baila en una danza española, el que inventó a Nené Traviesa y a Pilar.

La reacción de Rosalía me advirtió que no había quedado convencida, que en breve pediría mejores argumentos. La madre también lo notó, me miró, y con un acuerdo tácito, a pesar del potaje casi a punto y las camisas en peligro, ella colgó el delantal y yo solté el martillo.

Rumbo a la sala, también en pocos segundos, pensamos una respuesta con datos más profundos sobre el Martí escritor, lector, devoto de los niños y sobre todo patriota.

“A ver, Rosita, a Martí, nuestro Héroe Nacional, le gustaba…”, quise empezar, echando mano a alguna maña de mi oficio periodístico; pero la nena interrumpió de una forma aplastante. Una segunda pregunta, esa a la que quisimos adelantarnos con mejores argumentos, nos hizo trizas la explicación: “¿Y el espagueti, mami, no le gustaba a Martí?”

Ahora los segundos sí llegaron al minuto, y al cabo de este seguíamos absortos, desarmados, aleccionados sobre pedagogía infantil.  

Antes que el Martí héroe, el mito o la leyenda, Rosalía quería saber algo sobre un Martí terrenal, mundano, que la ayudara a imaginarlo a la altura de su papá, como un hombre normal, incluso con algún defecto.

Obviamente, jamás pudimos decirle si de verdad le gustaba el espagueti, aunque hubiéramos intentado releer –a la caza de una pista- algunos tomos de sus Obras Completas, o rebuscar en la excelente biografía escrita por Mañach.

Preferimos incorporarle otras poesías y cuentos de La Edad de Oro en la lectura nocturna, para que fuera descubriéndolo en sus textos. También procuré llevarla a ver la excelente película Martí, el ojo del canario, en que el director Fernando Pérez, recreando la infancia del Maestro, rasgó de un modo elevado e inédito los velos que casi siempre separan, con la leyenda, lo humano.

Al otro día supimos la causa de su pregunta, un motivo cómico, casual, muy alejado del altar en que se tiene al Apóstol, y que solo cabe en la lógica de la inocencia infantil.

Pero a nosotros, sus padres, nos dejó la magnífica lección de aprender a valorar al hombre antes que al mito. Recordé cuánto había crecido mi admiración de otros héroes como Maceo o Braulio Coroneaux, al leer o escuchar sin artificios sus historias de vida. De ese modo, no hay duda, descubrimos mejor las esencias humanas y se nos hacen todavía más legendarios los grandes personajes.

Ese día Martí nos creció un poco más dentro de casa, y en el dibujo de niña de cinco años, me pareció genial que Rosalía le estampara una sonrisa en el busto, a la entrada de la escuela.

Lejos ya de cualquier aniversario, redondo o puntiagudo de natalicio o muerte, otra vez entendimos que el legado del Maestro no cabe en la exclusividad de una conmemoración, en la estrechez de una fecha.

Por eso, sin distinguir el día –pues la inocencia infantil no tiene calendarios-, celebramos el pasaje como un sencillo tributo familiar al Héroe Nacional, al Apóstol, cómo no, de todos los cubanos; un homenaje singular, doméstico, que terminó con un potaje convertido en guisado, aunque por suerte, sin ninguna camisa despedazada.


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Dilbert Reyes Rodríguez


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