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sábado, 12 de octubre de 2024

La historia y el oficio de historiador

Contar con objetividad la vida de un país, de su gente y sus tradiciones es una profesión de alta responsabilidad ciudadana y de un contenido cívico extraordinario...

Narciso Amador Fernández Ramírez en Exclusivo 11/12/2018
1 comentarios
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Emilio Roig de Leuchsenring fue designado Historiador de La Habana en 1935. (Alexis Rodríguez / Cubahora)

Cuba tiene una historia que data de algo más de 500 años, y una prehistoria que se remonta a unos 10 000 años antes del presente.

De la segunda lo poco que sabemos se debe a los hallazgos arqueológicos, pero de la más corta cronológicamente sí conocemos más debido a los testimonios dejados por los historiadores.

Ningún cubano olvida la célebre frase de Cristóbal Colón al descubrir las bellezas de la isla; calificándola como la más hermosa que ojos humanos hayan visto. Y no son pocos los compatriotas que han estudiado el exterminio a la población aborigen a través de los llamados “cronistas de Indias”; de los cuales, el más famoso fue Fray Bartolomé de las Casas.

Esa es la magia de la historia y de sus cultores: los historiadores. Esas personas de aguda percepción y profundos conocimientos intelectuales, que dejan plasmados para el presente y, sobre todo para el futuro, el decurso de una nación, de un país y de su gente.

Tres fueron nuestros primeros historiadores: José Martín Félix de Arrate, Ignacio Urrutia y Montoya, y Pedro Morell de Santa Cruz. En ese rango de iniciador también se incluye a Nicolás Joseph de Ribera, con su famosa Descripción de la Isla de Cuba, obra publicada en 1760.

Los amantes de Clío, la musa de la Historia, según la mitología griega, se han encargado de dejar para la posteridad los sucesos trascendentes de una época, sus héroes, sus leyendas y tradiciones.

Son los Homeros de los tiempos modernos, de cuyos ilustres nombres podemos sentirnos orgullosos los cubanos. Ahí tenemos a José Martí, quien sin proponérselo, en el sentido más estricto del término, nadie duda su condición de historiador excepcional, para lo cual basta leer su Presidio Político en Cuba o su defensa patriótica a los siete estudiantes de Medicina, asesinados por el odio irracional de una España monárquica y retrógrada. Y en igual rango pueden ubicarse sus bellas semblanzas dedicadas a Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte, a Máximo Gómez o al general Antonio Maceo.

En esa pléyade de cultores de la Historia, también podemos ubicar a Fidel. Sus discursos son reflejos vivenciales de una época, de un contexto, sin los cuales no puede ser entendida y contada la historia más reciente del país. Tan solo con mencionar su antológico discurso del 10 de octubre de 1969, al cumplirse el centenario del inicio de nuestras gestas libertarias, podemos corroborar esta tesis.

Otros muchos hombres y mujeres sí han sido historiadores de profesión y oficio. En el recuento no puede faltar Emilio Roig de de Leuchsenring, quien fuera designado Historiador de La Habana, el 1.o de julio de 1935, y en cuyo honor se celebra el Día del Historiador Cubano. Ni tampoco obviar la contribución historiográfica de Hortensia Pichardo y su esposo Fernando Portuondo.

Menos aún dejar de hablar de un grande la historiografía insular: José Luciano Franco. Un hombre nacido en cuna humilde el 13 de diciembre de 1891, cuyo aporte al estudio del pensamiento del Titán de Bronce, con su obra en tres tomos: Antonio Maceo apuntes para una historia de su vida es inmenso. Como también colosal resulta su contribución al conocimiento de la trata africana y las sublevaciones esclavas: dos líneas investigativas que el avezado historiador desarrolló a profundidad.

Tampoco entre los hombres que han dejado huellas indelebles en la historiografía cubana pueden dejar de mencionarse a Ramiro Guerra, Julio Le Riverend —presidente fundador de la Unión de Historiadores de Cuba—, Jorge Ibarra Cuesta y Manuel Moreno Fraginals. Todos ellos, de inmensa cultura, erudición y amor comprometido con su Patria, sin dejar nunca a un lado la objetividad y la profesionalidad a la hora de enjuiciar asuntos polémicos de nuestra rica y bella historia.

De los historiadores más recientes resalta la inmensa labor investigativa del doctor Eduardo Torres Cuevas, quien preside la Academia de Historia de Cuba y la Cátedra de Altos Estudios Fernando Ortiz, a quien debemos la sistematización de nuestra historia en varios tomos: La Colonia (hasta 1867), Las luchas (1868-1898) y La Neocolonia, además de decenas de otras obras relacionadas con la historia del pensamiento cubano.

De igual manera, la contribución del profesor Torres Cuevas al divulgar nuestra historia patria a través de cursos televisados de Universidad para Todos ha sido de un valor inestimable.

Fidel Castro fue preciso al afirmar que la historia de Cuba era una fuente inagotable de formación de valores; de ahí la importancia de su estudio y profundización. Por eso, en un mes tan lleno de momentos importantes de la historia patria vale recordar a aquellos que se desvelan por enriquecerla y dotarla del instrumental científico necesario para entenderla y, sobre todo, para amarla. Ahí está la clave.

No olvidar la frase martiana que afirma: “De amar las glorias pasadas, se sacan fuerzas para adquirir las glorias nuevas”. Un propósito formativo en el cual, la historia y los historiadores, resultan piezas insustituibles.


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Narciso Amador Fernández Ramírez

Periodista que prefiere escribir de historia como si estuviera reportando el acontecer de hoy

Se han publicado 1 comentarios


Andrés
 14/8/23 15:54

Con el mayor respeto a las personalidades y a los periodistas. La historia debe ser contada sin favoritismos políticos, debe ser contada con objetividad e imparcialidad.

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