jueves, 28 de marzo de 2024

Céspedes y el 24 de febrero de 1895

José Martí fue el Céspedes del finales del siglo XIX, como Mella, Guiteras y Martínez Villena lo fueron en la Revolución del 30, mientras Fidel fue el Carlos Manuel de la Generación del Centenario...

Narciso Amador Fernández Ramírez en Exclusivo 27/02/2017
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Bandera Cubana
Hoy se cumplen 143 años de la caída en combate del Padre de la Patria; del padre de todos los cubanos: Carlos Manuel de Céspedes.

El 27 de febrero de 1874 caía en combate en San Lorenzo Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria. Veintiún años después, el 24 de febrero de 1895, se reanudaba en Cuba la guerra de independencia por él iniciada en el ingenio Demajagua.

La del 95 era la Guerra Necesaria de José Martí, pero también era la de Yara que “después de preparación gloriosa y cruenta, ha entrado en Cuba en un nuevo período de guerra”, como define el Manifiesto de Montecristi.

En su hermoso simbolismo y, con entera razón, puede afirmarse que lo sucedido aquel domingo de carnaval del 24 de febrero también era la guerra de Céspedes pues, como afirmara Fidel en su discurso del 10 de octubre de 1968: “en Cuba solo ha habido una revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868. Y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes”.

De Céspedes, había sido el ímpetu y, cuando muchos dudaban, tomó la decisión heroica de levantarse en armas contra España y dar el grito de Independencia o Muerte. Fue el primer presidente de la República de Cuba en Armas, “el volcán que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra”, al decir de José Martí; el presidente viejo, como se le conocía en su retiro forzoso de San Lorenzo.

Por rencillas y rivalidades fue depuesto en Bijagual, el 27 de octubre de 1873. El primero de los grandes errores que daría al traste con diez años de heroica lucha en la manigua insurrecta. Céspedes se mostró digno, se mostró conciliador. Se mostró patriota. Aceptó lo inevitable y se recluyó en la ranchería intrincada de la Sierra Maestra a enseñar a leer a los niños y a jugar ajedrez.

Eusebio Leal, quien rescatara para la posteridad el llamado Diario Perdido de Céspedes, describe sus últimos días en aquel agreste y apartado rincón:

“¿Y qué hizo en San Lorenzo en los últimos días de su vida? Con una cartilla pasaba horas alfabetizando a los niños campesinos. El día de su muerte, abrió el baúl y sacó la ropa elegante que había conservado, se vistió con sus mejores atuendos. En el diario está todo escrito. Pocas horas antes tiene un sueño premonitorio en el cual se da cuenta, como hombre hipersensible e inteligente que fue, que el fin está próximo. Y ese fin se consuma el 27 de febrero de 1874 cuando cae de lo alto del risco, y Manuel Sanguily, al que debo citar, escribe que “cayó en un barranco, como un sol de llamas que se hunde en el abismo”.

Hasta su muerte heroica fue Céspedes consecuente con su ideal patriótico. Murió con el dolor de no haber conocido a sus hijos jimaguas nacidos en el exilio, fruto de su amor con la cubana Ana de Quesada, y con la tristeza de habérsele dejado solo y negado el derecho, tantas veces solicitado, de salir de Cuba hacia el exterior, donde se sabía más útil a la causa revolucionaria.

No se dejó coger vivo, y, casi ciego como estaba, gastó todas las balas de su revólver hasta caer mortalmente herido por el barranco. El día de su investidura como presidente había dicho: “Cuba ha contraído en el acto de empeñar su lucha contra el opresor, el solemne compromiso de consumar su independencia, o perecer en la demanda; en el acto de darse su gobierno democrático, el de ser republicana. Este doble compromiso, contraído ante la América independiente, ante el mundo liberal, y lo que es más, ante la propia conciencia, significa la resolución de ser heroicos y ser virtuosos. Cubanos: con vuestro heroísmo cuento para consumar la independencia, con vuestra virtud, para consolidar la república”.

Ese fue el legado cespediano a José Martí. Resultó la contribución del Padre de la Patria al levantamiento del 24 de febrero.

Martí estudió los errores y aciertos de aquella Revolución iniciada en Yara y supo inculcarle a la Guerra del 95 el espíritu patriótico de Carlos Manuel de Céspedes e insuflarle el carácter democrático y antiimperialista que la nueva contienda reclamaba.

Tras años de preparación logró unir lo diverso y lo disperso, a los pinos viejos con los pinos nuevos. Fue una necesaria tregua fecunda para darle continuidad a un proceso trunco e inconcluso. Un reposo turbulento que tuvo su eclosión aquel 24 de febrero de 1895, cuando “con la mayor simultaneidad posible”, como reclamara el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, estalló en Cuba de nuevo la lucha insurrecta.

La orden había llegado en un tabaco. “Giros aceptados” fue la respuesta de Juan Gualberto Gómez, su amigo y hombre de confianza en La Habana. Ese día 24 hubo alzamientos armados en Oriente, la cuna de la revolución, y aislados en otros lugares de la nación.

El valiente mayor general Guillermón Moncada, capitaneó a los bravos orientales. La tuberculosis que minaba su gigante cuerpo de ébano no le impidió cumplir con el deber sagrado de la Patria. Hubo partidas armadas en Bayate, Jiguaní, Contramaestre y Baire, localidad esta última que le dio el nombre al alzamiento: Grito de Baire.

Y mientras en Cuba renacía la llama insurrecta, José Martí y Máximo Gómez se alistaban desde Santo Domingo para venir a Cuba, en una uña o en un leviatán, como escribiera el Apóstol; en tanto los Maceo —Antonio y José— con Flor y otros bravos soldados, lo hacían desde Costa Rica.

El 24 de febrero de 1895 fue el 10 de octubre de 1868. La Revolución del 95 fue continuidad de la del 68. José Martí fue Céspedes en el contexto histórico de fines del siglo XIX. Como Mella, Guiteras y Martínez Villena serían los Céspedes de la Revolución del 30 y Fidel Castro, el Carlos Manuel de Céspedes de la Generación del Centenario.

Hoy se cumplen 143 años de la caída en combate del Padre de la Patria; del padre de todos los cubanos. José Martí en su hermosa semblanza titulada Céspedes y Agramonte describe con bellas palabras aquel postrer día del abogado bayamés, y lo valora:

“Baja de la presidencia cuando se lo manda el país, y muere disparando sus últimas balas contra el enemigo, con la mano que acaba de escribir sobre una mesa rústica versos de tema sublime.

“¡Mañana, mañana sabremos si por sus vías bruscas y originales hubiéramos llegado a la libertad antes que por las de sus émulos; (…) si no fue Céspedes, de sueños heroicos y trágicas lecturas, el hombre a la vez refinado y primario, imitador y creador, personal y nacional, augusto por la benignidad y el acontecimiento, en quien chocaron, como en una peña, despedazándola en su primer combate, las fuerzas rudas de un país nuevo, y las aspiraciones que encienden en la sagrada juventud el conocimiento del mundo libre y la pasión de la República! En tanto, ¡sé bendito, hombre de mármol!”.


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Narciso Amador Fernández Ramírez

Periodista que prefiere escribir de historia como si estuviera reportando el acontecer de hoy

Se han publicado 2 comentarios


Ismael
 1/3/17 13:55

Justa y bella semblanza, quizàs en Guaimaro naciò con la Repùblica el tiro de gracias a este primer esfuerzo, queda Cespedes es cierto de Presidente pero no por su condiciòn de iniciador, algo que jamàs le perdonaron algunas almas alli reunidas sino por su veteranìa, el poder ostentado a la Càmara condujo a Bijagual, hombre entrenado en disputas comocia su destino,  caido "el diamente con alma de beso" crìtico con los mètodos del Bayamès pero firme en la resoluciòn y la disciplina, perdia el contrapeso la naciente Revoluciòn, sabìa el Presidente que esperaban el zarpazo para deponerlo, al llegarle la noticia en "carta secreta" por un alferez lo invito a almorzar antes de informarse, legàndole el privilegio de compartir mesa con un Presidente, asi era este hombre, que nos legò el primer empujòn.

Narciso
 2/3/17 15:11

Excelente comentario, propio de un profundo conocedor de la historia patria. Cierto que Guáimaro abrió la senda de las disenciones al darle predominio al mando civil por encima el militar. Luego de la muerte de Agramonte, "el diamante con alma de beso", como usted menciona, en alusión a la semblanza escrita por José Martí, ya nada detuvo a la Cámara de Representantes que en Bijagual depuso al presidente viejo, como luego le llamaran los campesinos de San Lorenzo, y sin contemplaciones le dejó sin escolta y hasta le negó la salida de Cuba.

Esa anécdota de almorzar con el presidente antes de leer la carta de su deposición es aleccionadora del carácter y la voluntad de hierro de Céspedes, además de ser muy hermosa. Fue el hombre del ímpetu, el que no dudó cuando otros lo hacían, y si fue el primero en ir a la manigua también fue el primero en abolir la esclavitud, al darle la libertad a su dotación de esclavos y llamarles hijos.

Céspedes representó lo mejor del alma cubana, y su legado estuvo en Martí, en la geneación del 30; en Fidel y Raúl, y está también en sus continuadores de hoy día. 

Les reitero las felicitaciones y agradezco el calificativo de bella semblanza a lo escrito. 

Narciso

 

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