Ha sido un capricho del destino (¿o quizás su homenaje?). Pedro Val Balgueiras, el brillante entrenador que le abrió un espacio mundial a nuestra lucha grecorromana, falleció en La Habana este viernes 27 de julio. La triste noticia llegó horas antes de que en Barranquilla se realizaran (domingo y lunes) las competencias de esa modalidad de los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Es fácil de imaginar: sus compatriotas le dedican muy emocionados las medallas…
El destino se lo llevó rápido, tenía 65 años de edad. Pero ya en la década de los 90 había sido capaz de dejar una huella imborrable, no solo por los brillantes resultados a los que llevó a sus muchachos en las competencias más encumbradas: es el creador de la escuela cubana de lucha grecorromana, a la que se vinculó en 1975.
Y, para no decirlo nosotros, fue tan bueno que en el año 2010 la entonces Federación Internacional de Luchas Asociadas (FILA) lo seleccionó el mejor entrenador del mundo.
No hay un ápice de exageración en la frase de que “le abrió un espacio mundial”. Y nos referimos no solo a medallas en las citas del orbe. Un suceso casi increíble ocurrió en Patras 2001: el equipo cubano quedó en primer lugar (se suman los puntos aportados por los competidores mejor ubicados). Ese puesto era ocupado, teniendo en cuenta el momento histórico, por Rusia o por la Unión Soviética. Siempre he pensado, y así me parece que lo escribí antes, que los rusos deben haberse quedado con la boca abierta.
“El éxito no es producto de un solo hombre, es el esfuerzo de todos”, me dijo entonces en cuanto regresó a La Habana.
RECORDANDO
La triste noticia que nos ocupa provocó que se emitiera una nota desde Barranquilla a nombre del movimiento deportivo cubano, y su delegación asistente a los XXIII Juegos Centroamericanos y del Caribe lamentando el deceso.
Se recuerda en ella, entre otros puntos, cómo llevó a campeones olímpicos a Héctor Milián, Filiberto Azcuy (¡dos veces!), o Mijaín López (¡tres!). O que “entre 1982 y el 2017 nuestro país celebró 48 premios a ese nivel, la mayoría de los cuales pasaron por sus manos, por su inteligencia”.
Ah… seis medallas de oro en los Juegos Olímpicos celebrados entre Barcelona 1992 y Río 2016.
Gustavo Rolle, el padre de la lucha cubana, consternado con el fallecimiento, nos dijo para los lectores de Cubahora: “Pedro Val fue un entrenador de grandes resultados y una excelente persona. Llevó a sus equipos a cinco actuaciones perfectas, es decir, ganar todas las medallas de oro en Juegos Centroamericanos y del Caribe: La Habana 1982, Santiago de los Caballeros 1986, México 1990, Ponce 1993 y Maracaibo 1998. Y también en los Juegos Panamericanos de Santo Domingo 2003. A ocho de oro en Juegos Olímpicos, a varias en los campeonatos mundiales”.
No fue luchador. No le hizo falta. Se hizo Licenciado en Cultura Física. Pasó un curso y empezó a trabajar con la Libre. Luego pasó a la Greco. Entonces llegó todo lo divino…
Los luchadores, como pude apreciar tantas veces, lo respetaban y lo querían. Me pareció ocurría así con Héctor Milián (campeón en Barcelona 1992). O Filiberto Azcuy (tanto en Atlanta 1996 como en Sídney 2000). O Mijaín López (Beijing 2008-Londres 2012-Río 2016).
Azcuy, cosa dificilísima, ganó primero en la división de los 74 kilogramos, y después, bajando de peso, en la de 69. Cuando los vi, muy felices, de regreso en el aeropuerto habanero parecían en realidad padre e hijo (no entrenador y atleta).
Una vez antes de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 (luego que tuvimos una larga sesión de trabajo en el centro de entrenamiento Cerro Pelado), me invitó a almorzar allí con Mijaín y con él. Me sorprendió la importancia que tuvo ese día el boniato en el menú del campeón. Si a Pedro Val le hubiese gustado que su pupilo tuviese otro menú no se lo habría dicho. Era incapaz de decir nada que les pudiera afectar el estado psicológico a ninguno de sus muchachos.
Un tiempo después, ya en Beijing 2008, Mijaín le dio vueltas como si fuera un maniquí al ruso Khassan Baroev, el rival más difícil que ha encontrado hasta hoy en su carrera. Luego hasta se conoció que el ruso estuvo allí dopado. ¡Benditos los boniatos!, pensé. ¡Bendito Pedro Val!
ALGO MÁS
Y fue tan bueno (lo sé muy bien porque trabajé con él durante muchos años), que se mantuvo como un hombre sencillo, afable, siempre atento, fácil de llegar a él, transparente, al que no se le subió nunca la fama para la cabeza…
No recuerdo incluso una noche en que lo haya llamado a su casa, interrumpiendo su descanso, y no haya tenido tiempo para atenderme lleno como siempre de amabilidad. Ah… incluso en los excepcionales momentos en los cuales no se dio un buen resultado, y sabía muy bien que la conversación no iba a ser todo lo agradable que desearíamos.
Nunca entramos demasiado a buscar las razones de este último comportamiento suyo. Se me ocurre pensar que no era solo su forma de respetar al periodismo. Era, llevando las cosas un poco más allá, su forma de respetar en definitiva la información para el pueblo.
Me parece, por ciertas preocupaciones que le noté, que fue también un buen padre.
Llora ahora la familia de la lucha. Y como parte de ella nuestros más grandes campeones. Es de suponer que hayan corrido lágrimas, entre otros, por los rostros de Héctor Milián, Filiberto Azcuy, Mijaín López… ¡de todos!
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