El octogenario Bárbaro Pérez García afirma que el fin de sus días le llegará en un terreno de béisbol.
Natural de Matanzas, jugó en la Liga Popular en que militaron estrellas como Pedro Chávez y Urbano González antes de iniciarse el 14 de enero de 1962 las Series Nacionales.
«Aquel día fue apoteósico. Yo tenía auto y nos pusimos de acuerdo un pequeño grupo de amigos y nos fuimos temprano para La Habana. Entrar al estadio Latinoamericano resultó una odisea. Allí no cabía un alma», rememora.
«Nos ubicamos en las gradas por el área de tercera base y cuando llegó Fidel no nos escuchábamos de la algarabía existente. Todo el mundo coreaba su nombre, lo querían saludar, como a los guerrilleros que le acompañaban. Fue uno de los días más felices de mi vida», abunda.
«Vivimos un momento histórico. En realidad yo estaba “bateando avisado”, como se le dice en el argot beisbolero, porque antes el Capitán Felipe Guerra Matos, entonces director de la Dirección General de Deportes, me invitó a formar peloteros y eso me dio una idea de que lo que venía era bueno, y así fue.»
Inaugurada el 14 de enero de 1962 la justa pasó a los libros como Torneo Nacional de Béisbol Aficionado o simplemente el “torneo del INDER”. La animaron cuatro equipos salidos de eliminatorias regionales en las seis provincias de entonces.
El doble juego dominical fue una gran fiesta de pueblo. A primera hora Azucareros, con Jorge Santín en la lomita, blanqueó a Orientales 6-0 carreras, dejándolos en tres hits. Después Manuel Hernández ponchó a 17 y Occidentales venció al Habana 3-1. Los derrotados resultaron Ricardo Díaz de Quesada y Alfredo Street, respectivamente.
Justamente fue Occidentales el campeón de esa serie fundacional con 18 victorias y nueve derrotas, dirigido por Fermín Guerra.
«El Comandante fue impulsor de muchos deportes, pero especialmente del béisbol. Le gustaba mucho. Alguien que sí estaba cerquita de él en materia de pelota, Pedro “Natilla” Jiménez, me decía: “Tú verás lo que va a pasar” y tuvo razón.
»Cuando me retiré me hice entrenador de menores y juveniles, y por mis manos pasaron atletas como Félix Isasi, Rigoberto Rosigue, los hermanos Sánchez (Wilfredo, Armando, Fernando, Felipe y Arturo), Tomás Soto, Evelio Hernández y muchos más recientemente», dice con sano orgullo.
Nacido en la barriada de Pueblo Nuevo, donde se encuentra el icónico estadio Palmar de Junco, Bárbaro compartió terreno como receptor con hombres-historia como Edmundo “Sandy” Amorós, Martín Dihigo y Dagoberto Bell Campaneris.
«Sin zapatos, de niño, me iba con Amorós al Palmar de Junco. Nuestras madres tenían que ir a buscarnos.
»Antes del 59, el equipo de nosotros en la Liga Popular era de fábrica, de la Rayonera, donde yo era soldador de plomo. Entraba a las seis de la mañana, salía a las 12 del día y por la tarde me dedicaba al béisbol.
»Después tuve el honor de integrar el equipo de Matanzas en el juegomás largo entre juveniles (17 entradas y un tercio) contra Azucareros en una hexagonal», rememora.
«Ya hoy retirado del trabajo en la Rayonera, entreno a niños allí y en el “beisbolito”», expresa jubiloso.
Con cinco hijos, dos varones y tres hembras, ninguno se decantó por el deporte, y tampoco su nieto universitario, pero no se siente defraudado.
«Tengo una cantidad de hijos peloteros que a veces no los reconozco. Me dicen “profe”, “Barbarito” y hasta “papá”, y como son tantos no les sé el nombre, pero me hacen sentir un creador de hombres buenos», recalca.
Quien vio titularse a Henequeneros y Citricultores sueña con volver a disfrutar que un equipo de su tierra con el nombre de Matanzas gane el clásico cubano.
«Estamos bien cerca en esta serie. Todo depende de cómo salgan los muchachos. Víctor Mesa ha hecho un gran trabajo y este año podemos ser campeones.
»El béisbol es mi vida. Piso el Palmar de Junco y siento como un movimiento telúrico por dentro. Cuando deje de caminar, respirar, ver, será cuando me retiraré», concluyó quien con 84 años mantiene una vitalidad propia de un Bárbaro del activismo.
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