Por: Roberto Ramírez
A Juan Torres Odelín no le alcanzó el peso corporal para boxear en torneos élites de la categoría juvenil. «Me decían “Basurita”, recuerda sobre los inicios de la carrera que le llevó al estrellato.
«Empecé a los 10 años, en Santiago de Cuba, embullado por mi tío David Odelín, que llegó al equipo nacional», dice el monarca universal minimosca en Reno 1986 y medallista de bronce en los Juegos Panamericanos de Indianápolis 1987.
El también triunfador en cinco torneos nacionales Playa Girón aún evoca con pesar la imposibilidad de intervenir en lides olímpicas, porque se sabía apto para brillar en esas, pero sabe que dejó una hoja de servicios merecedora de aplausos.
El encuentro con JIT se produjo en Camagüey, durante el certamen doméstico de diciembre, adonde asistió invitado en su condición de gloria del deporte. Allí el tetracampeón de los clásicos Córdova Cardín se mostró preciso en las respuestas.
— ¿Dónde se puso los guantes por primera vez?
— En el gimnasio de los Olmos, con el profesor Mario Portuondo, quien me condujo hasta que pasé a la academia provincial. Luego lo hizo Obelio Wilson, pero más tarde fui llamado al servicio militar y eso provocó un cambio en mi trayectoria.
— Hablemos de eso…
— Me destinaron a Ciego de Ávila, y allí combiné esa misión con la continuidad de mi vida como atleta, entonces desde las filas del Ejército Juvenil del Trabajo. Gané su campeonato nacional y fui seleccionado el más técnico.
— ¿Qué pasó después?
— Repetí esos resultados en el Campeonato Nacional de las FAR, y al regreso a Ciego de Ávila los técnicos de esa provincia me convocaron a mi primer torneo Playa Girón, en 1980.
— Un evento que marcó su futuro...
— Así fue, porque debuté con victoria y después le di una tremenda pelea a Héctor Ramírez, quien era el campeón vigente, y aunque perdí el profesor Alcides Sagarra me dijo que me iba con ellos al equipo nacional y a la gira por Europa.
Ese propio año le gané a Héctor en el Cardín y perdí por el oro con Hipólito Ramos, el hombre para los Juegos Olímpicos de Moscú.
— Repasemos ahora la cita mundialista de 1986...
— Desde el comienzo soñé con ser campeón mundial y olímpico, y Reno me dio la oportunidad de hacer realidad una de esas metas, así que la enfrenté convencido de mi preparación.
— ¿Cuál fue la clave?
— Mi dedicación a los entrenamientos y el deseo de superarme me permitieron alcanzar una gran forma, y estaba convencido de que no me ganaba nadie. Me sentía muy seguro, y eso es importante para enfrentar una competencia de tanto nivel. Así lo sentí, incluso ante hombres que me resultaron difíciles en momentos anteriores.
— ¿Qué herramientas destacaría en su accionar?
— Fui un boxeador de larga distancia, rápido de piernas y manos, alto para mi división y sin problemas con la pesa.
— Y se movía con clase...
— Dominaba bien los desplazamientos, además de tener una mano izquierda que manejaba como un látigo y pegaba bien con la derecha.
— ¿Bastan esos y otros atributos?
— Claro que no. El talento nunca es suficiente sin el gimnasio. Siempre respeté esa realidad porque para trabajar constantemente desde afuera las piernas son fundamentales, y eso requiere alta preparación. Corría mucho, era celoso con los entrenamientos y no faltaba.
— ¿Quiénes le castigaron más en Cuba?
— Rafael Saínz me ganó tres veces en cuatro combates, e Hipólito cuatro en cinco.
— ¿Cómo enfrentaba el reto de subir al cuadrilátero?
— En caso de conocer al rival es importante la concentración previa, pensar en todo lo que puede pasar en el combate, a eso dedicaba mucho tiempo. De lo contrario, buscaba estudiarlo durante los inicios, a partir de que la larga distancia me permitía pensar, evaluarlo.
— Pero se dan variables...
— Entonces hay que ser mentalmente rápido, porque es necesario encontrar la respuesta en solo segundos.
— ¿Tus mejores amigos en el equipo?
— Puedo asegurar que me llevé bien con todos. Con Adolfo Horta y Teófilo Stevenson tuve excelentes relaciones, pero en general con todos.
— ¿Tu entrenador?
— El primero fue Sarbelio Fuentes, a quien, con respeto para los demás, considero uno de los más grandes.
— ¿Tras el retiro?
— Regresé a Santiago de Cuba como entrenador, y fue una etapa en la que adquirí gran experiencia. Después me trasladé para La Habana, siempre en un combinado deportivo de San Miguel del Padrón.
— ¿Fuera de Cuba?
— Estuve cuatro años en Ecuador, donde trabajé con Ítalo Perea, quien llegó a subcampeón mundial de cadetes en los 80 kilos y fue titular panamericano como más de 91 en Guadalajara 2011. También estuve poco más de un año en Perú.
— ¿Qué considera inadmisible en sus alumnos?
— No perdono con la disciplina, porque es la base del rendimiento, sin eso no hay llegada a planos estelares. Como soy un convencido al respecto, prefiero no perder el tiempo.
— ¿Atleta o entrenador?
Todo por el boxeo, pero si en algún momento pensé que con el retiro como atleta se acabarían las tensiones, la vida como técnico me demostró lo contrario. Se sufre mucho porque el resultado no depende solo de ti, y la evaluación de tu trabajo está en el resultado.
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