viernes, 29 de marzo de 2024

Lemus y Choco, en la misma esquina del ring

El exboxeador Juan Carlos Lemus, campeón olímpico, reafirma su amor incondicional por Cuba...

Iris Leydi Madera Iglesias en Exclusivo 06/07/2017
3 comentarios
Juan Carlos Lemus-exboxeador cubano
Además de su consagración personal, Lemus agradece por sus éxitos a la escuela cubana de boxeo. (Foto: www.rtvc.es).

Al anochecer, cuando las casas comienzan a encenderse y la brisa marina envuelve la terraza, Juan Carlos Lemus se acomoda en su sillón de pino y majagua, ese que cargó desde Cuba para hacer más deliciosa la vida en Las Palmas de Gran Canaria.

Basta el aroma de un puro, y mirar hacia el horizonte para revivir los días en el monte, las correrías con los amigos, el abrazo de los padres, la época en que el connotado exboxeador, campeón olímpico en Barcelona 92, era solo Choco, el negrito que soñaba con el ring, mientras recogía cogollos de caña en las lomas de Pinar del Río.

“Aquello era fango y mosquitos, a unos 11 ó 12 kilómetros del poblado de La Palma. Nuestra familia era de ocho, apenas teníamos ropa. Ni siquiera había electricidad. Así mis hermanos y yo estudiábamos por la noche, a la luz de una lamparita de queroseno improvisada. Amanecíamos después tiznados”.

Cuenta ahora la historia, sentado bajo una sombrilla de guano, mientras el sol calienta la arena de la playa en la barriada habanera de Jaimanitas. Aquí vive su amigo Montano, quien gustosamente le acoge por algunos días. Han venido los hijos, el nieto, los conocidos. Y es cuando asoma el padre de familia, aunque sea imposible desligarlo de su devoción al cuadrilátero, esa la tuvo desde siempre…

“Lo descubrí antes de empezar a boxear. Iba a la bodega a hacer un mandado y unos muchachos esperaban a que pasara, me molían a golpes. Yo era un guajirito pequeño un poquito miedoso también, siempre el último en todo.

”Cuando el Mundial de 1974 estaba en quinto grado. Había un solo televisor en el pueblo, lo ponían colectivo, como un cine, hasta allá llegábamos los de las zonas apartadas. Los adultos se ponían delante, y los niños apenas veíamos nada, solo nos contaban cuando había victoria o derrota. Igual, presté mucha atención.

”Por esa época, perseguía por todas partes al primo Emeregildo, quien practicaba este deporte. Un día le dijo a mi padre: ‘Ah, va a ser boxeador ’. Tenía 8 años, pero ya estaba muy claro en mi cabeza. Luego empecé a entrenar y fue una revelación. No tenía espejo, me miraba ante mi sombra: soñaba ser campeón”.

La voz de Lemus toma tonos más tiernos cuando habla de su gente. A veces, con el aroma del azúcar evoca aquel ambiente rural, donde la vida fluía alrededor de los cañaverales y el central. Esa es su leyenda, también la de Benito y Amelia, quienes, a pesar de las carencias, le dieron lo imprescindible: amor paternal.

“El viejo era duro de pelar”…, afirma entre risas. “Con mi primer entrenador, Pascual Toledo, casi se pelea. Mi padre decía que el boxeo era pelea de animales. ‘Compadre, aquí te van a moler a puñetazos’, repetía, pero mi respuesta no cambiaba: ‘Esto es lo que me gusta, voy a entrenar para ser alguien’. Incluso hubo un tiempo en que dejé de ir a la escuela y al enterarse él, aquello terminó como la fiesta del Guatao…

”Al final me dejó, sin embargo, tenía el compromiso de hacer bien todas las tareas antes de dormir. A las cinco de la tarde, finalizadas las clases, viajaba más de 20 kilómetros en una guagua para ir a los entrenamientos, muchas veces durante el trayecto adelantaba las actividades que dejaban los maestros, así estuve como dos años.

”Sobre el boxeo, mamá, se mantenía apartada de decir sí o no. Creo que temía por mí en el ring. De grande, le ponía los videos de las competencias, pero ella se rehusaba a verlos. Hoy vive en una casa que me gané en el año 1987. Entonces, compré los muebles, la nevera… y le dije: ‘Esto es tuyo’”.

LOS PUÑOS Y LA VIDA

Cierta vez, en el Hospital Militar de La Habana, a un paciente con gastritis crónica se le realizó una endoscopia. Sintió nauseas, por supuesto, pero al final aguantó y le pudieron efectuar con facilidad el engorroso examen. Al finalizar, uno de los doctores dijo: Compadre, se ve que usted es boxeador. Nadie hoy ha soportado el proceso completo. Juan Carlos Lemus sonrió al galeno, todavía lo hace cuando cuenta la historia, sabe bien que este deporte va más allá del sudor, puñetazos y hielo en las mandíbulas:

“Implica confianza, mirar a la otra persona con seguridad, eso se traduce en respeto enseguida, te da un estilo de vida. Hay que trabajar y ponerle ganas, ayuda a desarrollar el sentido de disciplina y sacrificio. Es el arte de pegar intentando que no te peguen”.

Lo dice un cubano que, tras debutar con un revés en la división de 67 kg en el Torneo Playa Girón, celebrado en Nueva Gerona, en 1985, jamás se amilanó. Alcanzó, durante su corta carrera, todos los títulos conferidos por la Federación Internacional de Boxeo Amateur (AIBA).

Campeón de los Juegos Panamericanos de Indianápolis en 1987, pasó a los 71 kg dos años más tarde, cuando obtuvo el oro en el Copa del Mundo de Boxeo, con sede en Bombay, India. Entre 1991 y 1992 llegó a ganar los Panamericanos, en La Habana, el Campeonato del Mundo, hasta lograr la coronación mayor: una presea dorada en las Olimpiadas de Barcelona.

“El combate decisivo fue con un turco nacionalizado holandés, Orhan Delibas, contienda dura, pero lo logré: le gané 6-1. De la victoria real no fui consciente en el momento, solo sentí golpes. Percibí la grandeza luego con los abrazos de la gente, también al estudiar la pelea grabada en video.

”Al regresar a la Patria, primero fui a ver a mi hija, era una bebé. Cuando llegué a adonde mi padre, con la voz engolada dijo: ‘Ahora te falta pelear conmigo’. Yo le hacía el juego, pero parece que me le acerqué mucho y recibí del viejo un buen golpe…”, ríe.

Además de su consagración personal, el campeón agradece por sus éxitos a la escuela cubana de boxeo: “Fue el cúmulo de muchos entrenamientos, preparaciones. Teníamos una técnica muy singular. En las competencias aquí en La Habana nadie se levantaba, había buenos púgiles, y entrenadores de excelencia.

”Las cosas han cambiado ahora, quizás los métodos de enseñanza no son los de antes. Hay unos jóvenes muy esforzado, pero falta ese espíritu que nos definía. Estuve hace dos años como espectador en el Mundial que hicieron acá y pude constatarlo. Necesitamos nuevamente un entrenador como Alcides Sagarra, por ejemplo”.

Poco tiempo después de su triunfo olímpico, Lemus decidió retirarse del deporte en activo. Incursionó en otros oficios, fue portero en una tienda, luego en un restaurante de La Habana Vieja hasta que los lazos conyugales lo llevaron a cruzar el Atlántico y anclar en Canarias. Allí radica desde hace 18 años sin negar su amor por Cuba.

“Al llegar, recibí algunas propuestas, pero mi intención no era ya competir. Pasó el tiempo, y en 2009 creé mi pequeño club de boxeo. Allí entreno niños, adultos, no importa la edad. Uno de los muchachos es tres veces campeón. Muchos padres vienen cada día al gimnasio con los hijos, el deporte les da disciplina. Es un trabajo didáctico, pedagógico”.

Confiesa que le gusta su actual ciudad de residencia, mas, regresa siempre al verde caimán: “Aquí está mi gente, los familiares, el calor húmedo de tierra natal y de esta Isla no tolero que nadie hable mal. Un día espero volver definitivamente. Quiero tener una casita en el monte, donde nací”.

EL GRAN LOGRO

Han pasado muchos años desde aquella mañana en que, luego de infortunadas peripecias, el adolescente palmero logró matricular en la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE) de Pinar del Río. Poco importaba que llevara su único pantalón, la camisa gastada. Los tres pesos ganados con su trabajo en el plan café le sirvieron para el viaje a la capital provincial:

“Cuando llegué, me dijeron que faltaban dos fotos para completar la planilla. El día siguiente sería el último. A esa hora, si regresaba a casa no llegaría a tiempo para entregarlas. Así que dormí en un parquecito cercano a donde las hacían en la Terminal de Ómnibus, pero me sorprendió un policía, pidió la tarjeta de menor y preguntó: ‘¿Compadre, si usted es de la Palma, qué hace aquí?’.

”Le expliqué la situación, pero igual fui obligado a salir del lugar. Eran como las once de la noche y entré a escondidas a un jeep que había parqueado frente al periódico Guerrillero, hasta escuchar voces que anunciaban las cinco de la mañana. Ya había cola para las fotografías, por eso cuando las conseguí tuve que apurarme. Corrí kilómetros desde la Terminal de Ómnibus hasta la EIDE. Una vez dentro, subí las escaleras sudando, sin embargo, aseguré la matrícula. A los quince días, cuando volví al monte, uniformado, mi padre gritó: ‘Lo lograste, cará’…”.

Hoy Juan Carlos Lemus mira en lontananza. Sigue siendo Choco, el hijo de Benito. Buscan sus pies las olas en la playa de Jaimanitas. Veinticinco años después de su victoria olímpica, le abrazan también Cuba y el cuadrilátero.


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Iris Leydi Madera Iglesias

Se han publicado 3 comentarios


la lemus
 19/3/18 13:05

orgullosa de mi Padre de frente y pa lante LEMUSsiempre y llenos de vida y espiritu victorioso. te quiero mucho PAPA

Alberto Gallardo
 19/11/17 10:18

Nos criamos juntos corriendo en los cańaverales de Sanguily en la palma pinar del Rio. Un gran ser humano un gran Amigo de la infancia que tanto disfrutamos mi respeto hermano por todos tus logros en el deporte de tu Amigo el Gallo , (Alberto Gallardo) primo de Wilfre y Javier 

I Glez
 6/7/17 11:15

Pinareño, eso habria q verlo compay, ahora el hombre es "canario - cubano", y  segun aprecio en el articulo tiene y siente nostalgia por natal La Palma en PR.

 

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