sábado, 27 de abril de 2024

Solo la unidad salvará a la región (Parte I) (+Audio)

América Latina, donde viven más de 600 millones de seres humanos, busca caminos para fortalecer un nuevo ciclo político...

Clara Lídice Valenzuela García en Exclusivo 26/12/2021
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Favela Rio de Janeiro
Favelas en Rio de Janeiro

Cuando se toma el pulso político a América Latina, en este 2021 aparece un mapa heterogéneo signado, en su conjunto, por la desigualdad social —como punto descollante— mientras al unísono reaparece la unidad de las distintas sociedades, como elemento básico para emprender cambios impostergables.

La necesidad de transformaciones se torna imperiosa. A mediados de este mes, la Comisión Económica para América Latina (Cepal) presentó su informe anual en el que destacó las crisis en los ingresos de los hogares. Más de 200 millones de personas —una tercera parte de la población regional— sobreviven en pobreza y 78 millones en pobreza extrema.

¿Por qué una zona privilegiada por la naturaleza es tan pobre? Analistas coinciden en que este panorama es el resultado de una combinación de malas gobernanzas que privilegian a las élites económicas mientras desconocen, en sus políticas, a las grandes poblaciones desposeídas de esta zona pluricultural y poseedora de las mayores reservas naturales del planeta, a las cuales no renuncia la siempre latente ambición imperial de Estados Unidos.

A finales de este año sacudido por una pandemia, terremotos, inundaciones y otros signos de los cambios medioambientales, fue verificada la histórica polarización del subcontinente a partir del desempeño de las diferentes ideologías presentes y su repercusión en territorios vulnerables de supervivencia.

En un futuro “no fósil”, por ejemplo, esta área que comprende el norte, centro y Suramérica se torna cada vez más indispensable para el mantenimiento de Estados Unidos (EE.UU.) y su sistema imperialista, pues concentra alrededor del 90 % de las reservas de litio del planeta en el llamado triángulo (Argentina, Chile y Bolivia), a lo que se añaden recientes descubrimientos en México y Perú.

En un análisis somero de la geopolítica regional se observa una polarización, en la que prevalecen dos tendencias: un grupo de naciones que optan por la vía del progresismo, y otro, la mayoría, por el sistema neoliberal, es decir, la reducción del Estado y una planificación de reformas atentatorias a la estabilidad del empleo con el consiguiente aumento de la pobreza y la miseria extrema.

EE.UU., y así lo advirtió el ex presidente republicano Donald Trump, tiene como meta destruir los gobiernos progresistas que operan en este ámbito, en especial Cuba —acosada durante 60 años por un inhumano bloqueo económico, comercial y financiero— Venezuela y Nicaragua, sometidas a sanciones unilaterales contrarias a la paz interna y el crecimiento económico.

En los dos últimos años, sin embargo, comienza una vuelta de tuerca. Naciones como Bolivia recuperaron en las urnas su independencia y soberanía. México mantiene una política exterior respetuosa con todas las naciones y critica la postura de Washington contra sus vecinos latinoamericanos, en tanto Argentina se muestra solidaria ante los furibundos ataques norteños.

La correlación de fuerzas va cambiando en los territorios que el Héroe Nacional de Cuba, José Martí, avizor del futuro latinoamericano si se permitía la intromisión de EE.UU., llamó Nuestra América. No podrá verse nunca las políticas ni de esta ni de otra zona geográfica en blanco y negro. Por lo tanto, se impone convivir con la diversidad política actual y alcanzar un compromiso de unidad y solidaridad, aunque haya diferencias políticas e ideológicas.

En ese contexto, quedan definidas las posturas de regímenes que cierran filas junto a Washington, aun cuando organismos regionales, sin presencia norteamericana y canadiense, como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) defienden la diversidad socio-económica y política multilateral, en el interés de trabajar de conjunto para un desarrollo sostenible y soberano.

Sobresale en este período el espíritu de lucha, resistencia y solidaridad expresado por los sectores populares contra los gobiernos neoliberales y sus presidentes, como ocurrió, entre otros, en Ecuador, Chile y Colombia.

Indigencia en Colombia

A las exigencias de transformaciones en las estructuras sobre las que se basan las políticas nacionales, Ecuador y Chile fueron sacudidas por el escándalo de los Papeles de Pandora, una investigación de periodistas independientes sobre evasión de impuestos y corrupción en los que aparecen involucrados Sebastián Piñera y Guillermo Lasso. En Colombia, la población reclama respeto por los Acuerdos de Paz de 2016 y la salida de Iván Duque de la primera magistratura. Los tres disfrutan hasta ahora, sin embargo, de la inmunidad concedida por los corruptos sistemas de justicia, escenario común en el sur de las Américas.

MÁS DE LO MISMO

La táctica es histórica: derrumbar los gobiernos progresistas latinoamericanos, a los que identifican como comunistas, palabra equivalente a terrorista en algunos lares de Latinoamérica, y la estrategia es tradicionalista, pero atemperada a un tiempo en que las redes digitales constituyen un arma poderosa para difundir mentiras y desprestigiar a los líderes revolucionarios.

EE.UU. no acaba de entender que nuevas generaciones han surgido, la mayoría de ellas formadas en hogares pobres donde prima el espíritu de batalla contra diversas maneras de políticas dictatoriales, neoliberales, elitistas, racistas.

Se impone ahora en la América multicultural una fuerza omnipresente entre los latinoamericanos y que el último año, y a pesar de la pandemia de la COVID-19, se mantuvo latente: el espíritu de lucha de quienes más sufren los estragos de políticas elitistas. Las democracias representativas ya no engañan.

Los países donde impera el neoliberalismo han sido escenario, en medio de la COVID-19, de la continuidad de las protestas de 2019 —con presencia de actores renovados, entre ellos los campesinos, estudiantes, sindicatos, federaciones femeninas—, enfrentadas a violentas represiones que dejaron cientos de asesinados, torturados, desaparecidos o detenidos, como ocurrió en Colombia, Chile y Ecuador, por ejemplo.

Colombia es el epicentro de la derecha en el subcontinente, con siete bases militares norteamericanas en su territorio, en las que se entrenan mercenarios locales para fomentar la delincuencia fronteriza —como en Venezuela, con robo de combustible y ataques a poblaciones— y la salida de tropas para intentar ocupar territorios vecinos, cometer atentados y magnicidios.

Es también asiento de elementos contrarrevolucionarios como el autoproclamado presidente venezolano Juan Guaidó, un exdiputado que ahora trata de engrosar sus cuentas con el robo de activos en oro depositados por su país en el Reino Unido. Una operación que carece de una base legal, pues Naciones Unidas, es decir, el mundo político, reconoce como único presidente legítimo de ese país a Nicolás Maduro, electo en el cargo por votación popular.

La fantasía de dirigir, al menos, un alto porcentaje de las administraciones latinoamericanas, hace que EE.UU. cometa delitos de distinto carácter, rodeado de la inmunidad forzada por su poderío económico y su tradicional emporio sobre Nuestra América desde hace dos siglos.

Colombia es, también, cuna del paramilitarismo que se mueve en América Latina. Agrupaciones de ese carácter pueblan su geografía, y constituyen el peor enemigo del proceso de paz fomentando la guerra interna bajo órdenes del presidente derechista Iván Duque. Cada día asesinan a activistas defensores de la tierra, el medio ambiente, o desactivados de la guerra de la Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), convertida el partido político Comunes​, fundado originalmente como Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC) en agosto de 2017.

REDES SOCIALES VS. PROGRESISMO

Ahora, con el desarrollo de la tecnología en el que la guerra no convencional usa como paraguas los medios comunicacionales, EE.UU. y sus aliados usan dos palancas que se complementan: las sanciones unilaterales que limitan el desempeño normal de quienes no comparten sus ideas, y el uso de las redes digitales para crear falsas matrices de opinión al desprestigiar mediante noticias falsas a los sistemas progresistas y sus principales líderes.

Hay que reconocer, en ese contexto, que a pesar de contar con importantes organizaciones regionales, como es Celac, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de libre comercio de los pueblos (ALBA-TCP), el Foro de San Pablo, el Grupo de Puebla y la Comunidad de Estados Caribeños (Caricom) y otros más, el movimiento progresista aun carece de un músculo de promoción y propaganda de divulgación y explicación de sus ideas, y tampoco domina la red de redes, todavía en manos de la ultraderecha.

Su uso exitoso se ha observado, y de ahí la necesidad de convertirlas en un arma de lucha antiimperialista, en las últimas campañas electorales.

Este 2021, a pesar de la lucha desigual entre progresismo y neoliberalismo, nuevos aires a favor de las poblaciones recorren la región, con lo que se debilita, aunque la Casa Blanca no lo reconozca, las continuas embestidas contra quienes se atreven a defender su independencia.

Naciones como México, Argentina y Bolivia son abanderadas diplomáticas para encontrar el camino unitario, en el complejo escenario donde la Casa Blanca trata de recobrar el terreno perdido durante más de una década progresista, que Cuba inició el 1 de enero de 1959, y continuó de manera sostenida en Venezuela en 1999, con el triunfo del ya fallecido presidente Hugo Chávez.

PROYECTOS CONTRA DESIGUALDAD SOCIAL

Solo con proyectos y programas sociales podrá solventarse la grave desigualdad existente en las tierras al sur del Río Bravo.

La pobreza extrema, con Haití encabezando la relación, marca su máximo en 20 años. El 12,5 por ciento de los latinoamericanos se encuentra en tal situación, mientras las grandes fortunas de la región aumentaron en un 73 % su patrimonio en tiempos de la pandemia.

La región también elevó a casi el 79 % el número de personas con hambre entre 2014 y 2020.

Hambre en Guatemala

Este 2021 la región latinoamericana y caribeña fue castigada brutalmente por la naturaleza. Esa circunstancia causa la desesperación en naciones desprotegidas como Haití, que sufrió el asesinato de su presidente Jovenel Moïse en julio pasado, y luego un terremoto de gran magnitud y el paso de la tormenta Grace, con miles de muertos y destrucción de la infraestructura

Un reciente informe de la Organización de Naciones Unidas afirmó que el hambre en América Latina y el Caribe aumentó 30 % este año, llegando a 59,7 millones de personas, su punto más alto desde el 2000, lo que resulta paradójico en una región que produce suficientes alimentos para satisfacer las necesidades de todos sus habitantes.

O sea, que el meollo del hambre está dado en la imposibilidad de los pobres para acceder a los alimentos en una ecuación hasta ahora no resuelta: el desempleo genera falta de dinero y esto imposibilita la adquisición de productos.

Continuará.


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Clara Lídice Valenzuela García

Periodista


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