viernes, 19 de abril de 2024

Las primeras goleadas de Bolsonaro

El presidente electo de Brasil brinda señales sobre su futuro gobierno. Por mucho que ahora la izquierda se rasgue los ropajes, Bolsonaro está con un pie en el gobierno dispuesto a hacer valer su ideología...

Clara Lídice Valenzuela García en Exclusivo 13/11/2018
2 comentarios
Jair Bolsonaro-presidente electo-Brasil
Bolsonaro y sus ideas solo serían creíbles si su gobierno fuera un éxito, pero ello depende de muchos factores.

Jair Bolsonaro, el presidente electo de Brasil, ultraderechista y neofascista por convicción —según sus declaraciones—, aun cuando asume el próximo primero de enero, ya brinda señales de lo que será su gobierno de mano dura a lo interno y sus “pragmáticas relaciones internacionales”.

Nada detendrá a Bolsonaro, 63 años, un gris diputado federal durante 28 consecutivos, exmilitar, divorciado tres veces, con tres hijos adultos también en la política. A pesar de su discurso misógino y homofóbico, su inexperiencia para dirigir, su apoyo a la antigua dictadura militar (1964-1985), ganó las elecciones con diez puntos de ventaja sobre el izquierdista Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT).

Bolsonaro se afilió al minúsculo Partido Social Liberal en mayo de 2018 para postularse. Esa es la octava agrupación en la que ha militado durante su carrera política, por lo que cabe pensar que fue seleccionado por las élites financieras para que sea “el salvador” de una sociedad donde campea la corrupción partidista. Un plan bien condimentado desde 2014 por el gran capital.

Aunque analistas como Carlos Arnáez, de Resumen Latinoamericano, considere la elección de Bolsonaro “grave por donde se le mire y no solo para los locales”, el primer día del año, cuando los brasileños acuden al mar para festejar a Yemayá, el neofascista nuevo presidente entrará al Palacio del Planalto respaldado por una masa electoral donde abunda el fanatismo, la desorientación ideológica y la inconsciencia del futuro.

Hay botones de muestra de cómo planea dirigir al gigantesco país, la mayor economía de América Latina, este individuo admirador del estadounidense Donald Trump, y seguidor de las ideas evangélicas pentecostales, de cuya Iglesia partieron 40 millones de votos en su apoyo. Se estima que un 30 % de los 208 millones de brasileños son practicantes de esa religión, a la que Bolsonaro ingresó en 2016 con un espectacular bautizo en el río Jordán, en Israel.

Lo peor vendrá cuando tenga el mando y empiece a implantar medidas que refuercen la actual política neoliberal de Michel Temer y brinde amplias facultades a los militares. Entonces se sabrá, exactamente, qué más esconde este individuo, cuyas ideas pueden hacer retroceder a Brasil a los llamados años del jumbo (del humo), del período dictatorial.

Lo cierto es que por mucho que ahora la izquierda se rasgue los ropajes, Bolsonaro está con un pie en el gobierno dispuesto a hacer valer su ideología, luego de un gris período en el Congreso Nacional, o al menos así parece.

El único que hubiera podido ganarle era el exmandatario izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva. Pero Lula está encarcelado debido a la armazón de un sistema tripartito corrupto, que lo condenó a 12 años y un mes de cárcel mediante un juicio amañado. Pero insistía en mantenerse como precandidato y dejó sin tiempo de campaña a su sustituto Haddad, a pesar de sus méritos y de alcanzar un 47 % de los votos.

La intención de eliminar a Lula da Silva y al PT quedó claro cuando Bolsonaro nombró como su ministro de Justicia a Sergio Moro, el juez de Curitiba que acusó al exmandatario de soborno con fines lucrativos a la empresa constructora Odebrecht durante la operación investigadora Lava Jato (lavado de autos), del cual era fiscal principal.

Quedó claro entonces que todo el proceso judicial contra el presidente más popular de Brasil fue político y organizado de antemano, quizás incluso con la participación de Bolsonaro junto a Moro.

La mayoría (55.06%) que lo llevó a la victoria no parece tener conciencia de la violencia sectaria de las reaccionarias iglesias pentecostales, cuyo lema es “hay que acabar con el comunismo”.

Para demostrar su unidad con Israel y Estados Unidos ya anunció el traslado de la embajada brasileña de Tel Aviv para Jerusalén, reclamada como capital por israelitas y palestinos. Los pentecostales lo convirtieron en sus sermones en el “ángel de la salvación”, catalogando a la izquierda como “demonios a destruir”, según el obispo Heber Santos de Souza, de Río de Janeiro.

La represión más brutal puede caer sobre Brasil. No hay que olvidar que el vicepresidente de Bolsonaro es el general retirado Antonio Hamilton Mourao, quien ya avisó que lanzará a los soldados a la calle ante cualquier expresión de rebeldía.

Para apoyar la militarización que se viene, el futuro mandatario dictará, según afirmó, “la legalización del porte personal de armas”, dará facultad a los policías “para que disparen a matar” bajo inmunidad judicial y prometió que, en dos años, habrá escuelas militares en los 27 Estados de la nación.

Ya está cumpliendo algunas promesas electorales, como la reducción del gabinete de 29 titulares a 15 o 17. El primer sacrificado fue el Ministerio del Trabajo, ya abolido, a pesar de la protesta de los sindicatos.

Mario Osava, de la agencia IPS, opinó que “esto refleja la devaluación del trabajo por tecnologías que eliminan trabajadores o los atomizan, tanto en la industria como en la agricultura”, como parece determinar el nuevo oficialismo.

Aunque amenazó con la salida del Acuerdo de París suscito en 2015, como hizo Trump, Bolsonaro reculó ante las presiones de las grandes empresas agrícolas, temerosas de perder exportaciones ante la reacción de mercados que rechazan productos vinculados, por ejemplo, a la deforestación.

Un editorial de la revista Punto Final considera que la ultraderecha victoriosa en Brasil se distingue por su ascenso repentino y la falta de organicidad, debido, entre otros ítems, a la carencia de un partido fuerte. Bolsonaro y sus ideas solo serían creíbles si su gobierno fuera un éxito, pero ello depende de muchos factores y de la resistencia que se estima le harán los movimientos sociales y otros partidos que apoyaron a Haddad o son contrarios al neofascismo.

Un factor en contra del líder de los evangélicos pentecostales es la falta de experiencia en la administración pública, al igual que su nombrado superministro de Economía, Paulo Guedes.

Una reflexión aparecida en Jornal do Brasil asegura que “Privatizar todo lo que sea posible, reducir el tamaño del Estado, liberar las empresas de trabas tributarias, ambientales y del derecho laboral son las políticas anunciadas por Guedes, posgraduado en la Universidad de Chicago, donde se adhirió a la corriente de Milton Friedman (1912-2006), inspirador del llamado neoliberalismo”.

Ramón Martínez, experto en Finanzas y catedrático de Posgrado en la Escuela Bancaria y Comercial (EBC), señala que los cuatro pilares del nuevo gobierno brasileño son: economía, educación, medio ambiente y seguridad, pero habrá que esperar para ver si solo fueron palabras de campaña llevadas por el tiempo.

Bolsonaro, con un historial de agresividad humana y política, debió moderar su discurso luego de su victoria el pasado 28 de octubre, cuando prometió “cumplir la Constitución Nacional y gobernar para todos”, lo cual se contradice con el deseo de aniquilar el progresismo y lo que este representa.

Por muy seguro que parezca de sí mismo, su base comprende grupos religiosos, empresarios, militares, el llamado agronegocio y las clases medias, que en Brasil adoptan varias categorías. Pero entre esa amalgama hay uniformados nacionalistas y personas dependientes de programas estatales que discrepan del liberalismo económico.

Llamado Trump Tropical por sus arrebatadas ideas, en 2017 generó una gran controversia al anunciar que si llegaba a la presidencia acabaría con las reservas indígenas y las “quilombolas” (donde se refugiaban los esclavos rebeldes en Brasil y en las que ahora viven sus descendientes) porque obstaculizan la economía y dijo que los negros “no sirven ni para procrear”. Fue acusado, enjuiciado y condenado por daños morales colectivos a la población negra en general.

Dos años antes, en 2015, Bolsonaro fue multado por declarar que la congresista María do Rosario “no merece ser violada: ella es muy fea”.

En 2011, en una entrevista publicada por la revista Playboy, afirmó que si tuviera un hijo homosexual “preferiría que muriera en un accidente”.

Así es Jair Bolsonaro, quien insistió en “desideologizar” el comercio y las relaciones de Brasil con el resto del mundo, y puso de ejemplo sus buenas relaciones con China.

Amigo personal del argentino Mauricio Macri, el presidente electo deberá mantener la fuerte relación con la vecina nación, los dos pilares del Mercado Común del Sur, al que ni siquiera menciona. Quizás su principal socio comercial no entienda que quiera internacionalizar más su economía.

Bolsonaro tiene varias piedras en su camino que deberá burlar si quiere seguir dando la imagen de “duro”. Ante sí, un Congreso Nacional dividido en 30 partidos que le hará contrapeso, lo cual es común en Brasil, y legisladores corruptos que se venden al mejor postor. Su partido Social Liberal cuenta con 52 diputados de 513.

Lo peor para él, sin duda, será la resistencia del 47 % de los votantes que no lo quieren, casi la mitad del electorado.


Compartir

Clara Lídice Valenzuela García

Periodista

Se han publicado 2 comentarios


BMT
 13/11/18 15:34

Por dios que MONSTRUO han elegido los Bracileños, ahora que se lo coman con papa ya veran los que les espera, a ellos y al mundo porque ya con un loco bastaba ahora son 2 jugando con candela...............BESTIASSSSSSSSSS

gabriela
 13/11/18 12:32

muy sensato el artículo, sólo corregiría lo de yemanyá, pues se celebra el 2 de febrero

Deja tu comentario

Condición de protección de datos