Sobre Wifredo Lam se ha escrito profusamente. Su vasta obra pictórica y gráfica ha inspirado, e inspira hoy todavía, de manera casi infinita, ensayos y artículos confabulados en el intento de acercar al lector a los diversos matices de tan abarcadora y polisémica propuesta visual.
Aquellos que lo conocieron, veían en él a uno de esos míticos seres que sabía de murciélagos, caballos voladores, herraduras de la buena suerte, güijes que merodeaban por ríos y lagos, elegguas y otras divinidades de la santería, diablillos y figuras demoníacas.
También conocía el secreto de las cañas de azúcar, las flores, y el mundo vegetal del trópico antillano, los caracoles, y las luciérnagas, de los senos de negras y mulatas indóciles, y de la música propiciada por máscaras rodeadas de tinieblas y tentáculos de enredaderas, y mucho más.
Cuentan que era de cuerpo frágil y tez negra. Su delicada delgadez iba acompañada por un caminar un poco vacilante, y además encorvado. Dicen que poseía ojos ardientes, y era de ademanes suaves y lejanos. No había duda: se estaba en presencia del cuerpo propio de quien sabe mucho de otras dimensiones de la existencia y de mundos ocultos al ser común.
Lam nació en diciembre de 1902, mismo año en que se constituyó una República dependiente de Estados Unidos. Fue el octavo hijo concebido por la unión de un comerciante cantonés y una mulata cubana, descendiente mestiza de familias originarias de África y España. Una de las familias establecidas en el pueblo de Sagua la Grande, actual provincia de Villa Clara.
La frondosa naturaleza de su tierra natal y la relación que establece con las creencias de origen africano, gracias a su madrina que era practicante de la Regla de Ocha, marcan su infancia y adolescencia, y se convierten en sedimento para una posterior reelaboración artística.
En 1916, Lam y una parte de su familia se instalan en La Habana, donde sus tempranas aficiones hacia el dibujo y la pintura lo instan a iniciar su formación plástica en la Academia de San Alejandro, enseñanzas que completaría en España, tras recibir una beca de la municipalidad de Sagua la Grande con el fin de estudiar en Europa. A ese país llega en 1923, muy joven, con apenas 21 años.
¿EL MÁS EUROPEO DE LOS PINTORES CUBANOS?
La estancia de Lam en España se traduce en catorce fructíferos años, donde el novel artista entra en contacto con los principales movimientos del arte moderno, y estudia la obra de los grandes maestros de la pintura española. Poco a poco su vocabulario visual va evolucionando de los retratos y el paisaje de corte académico hacia los temas y lenguajes del arte moderno.
Alrededor de los años treinta sus composiciones estarán marcadas por una tendencia daliniana, pero son la rica ornamentación y el colorido del pintor francés Henri Matisse, junto a ciertas estructuras del cubismo sintético, las influencias que le dan acceso a la vanguardia. Durante ese período las máscaras comienzan a aparecer en sus obras pictóricas.
En 1928 realiza su primera exposición individual en una galería de la ciudad española de Vilches, y en 1931 ocurre un trágico hecho en su vida personal que lo conmociona y también tiene influencia en su trabajo artístico. Su primera mujer, Eva (Sébastiana Piriz), y su hijo Wilfredo Víctor, mueren debido a la tuberculosis. El dolor por la pérdida se refleja en numerosos lienzos que abordan la temática madre-hijo.
Años más tarde, con estallido de la Guerra Civil española, Lam se une a las fuerzas republicanas que luchan contra el dictador Franco. La violencia de los combates inspira su gran tela titulada La Guerra Civil. También dibuja carteles antifascistas y dirige una fábrica de municiones, integra las Brigadas Artísticas Internacionales y colabora con la Asociación de los Intelectuales Antifascistas.
En 1938, Wifredo Lam se traslada a París, la entonces capital mundial del arte, donde sería recibido por el artista español Pablo Picasso, con quien sostendría una estrecha amistad, y quien ejerció una fuerte influencia en las primeras obras realizadas por el joven artista cubano.
Gracias a Picasso, Lam se introduce en el mundo artístico parisino, y se une al grupo de los surrealistas junto al poeta francés André Bretón y al artista alemán Max Ernst, quienes lo acogen como a uno de los suyos. En 1939 presenta una de sus primeras exposiciones de importancia, junto a Pablo, en la Perls Galleries de Nueva York.
En sus visitas al Musée de l'Homme, conocido museo de antropología ubicado en París, encuentra otros referentes del arte y de la cultura africana que tanto influirán en su obra. Al mismo tiempo, participa en los ejercicios creativos del grupo de los surrealistas, como lo muestra el hecho de que realizara, en 1940, las ilustraciones del libro Fata Morgana, de Bretón.
Su lenguaje pictórico se encamina hacia un estilo más sobrio, de simplicidad compositiva y esquematismo formal, deudores del movimiento cubista. Reutilizar el saber occidental de la modernidad, adquirido durante su estancia en París, le permitirá luego producir un arte que asume la infinita pluralidad de las culturas africanas, de los mitos sincréticos provenientes de la mitología yoruba, vodú, y otras propias de las culturas caribeñas, a la vez que expresa una constante transmutación a través de determinados símbolos de manera abierta, telúrica, polimórfica…
Pero de Francia igualmente deberá partir producto de la guerra, a bordo del Capitaine Paul-Lemerle. Junto a cientos de intelectuales y artistas, y quien será su mujer con posterioridad, Helena Holzer, llegará a la isla de la Martinica, donde no pocos son recluidos en un campo de concentración. Nuevamente las circunstancias influyen en su obra.
En aquella tierra se encuentra a quien también será su amigo, Aimè Cesaire, el poeta de la negritud. Con él comparte maneras de pensar e ilustra además su libro El retorno al país natal. Posteriormente, Lam viaja a República Dominicana, y en 1942 regresa a La Habana.
LA DULCE Y TIERNA TIERRA DE CUBA, Y MÁS ALLÁ
A los cuarenta años de edad Wifredo Lam descubre la Isla. Tras casi veinte años de ausencia, el regreso a su país natal resulta decisivo en su carrera. Ello lo determina en gran medida el vínculo afectivo que establece con el mundo de su infancia y de su juventud,el poderoso paisaje insular que lo rodeaba y la incorporación explícita de contenidos e iconografías procedentes de los sistemas mágico-religiosos de origen africano introducidos en Cuba y el Caribe.
Depurando la factura de sus creaciones, el chino Lam comienza entonces a desarrollar un estilo pictórico que, aunque se mantenía en estrecho contacto con el surrealismo, mezclaba en cosmovisión única, su fuerte vocación de amor a la flora insular en su dimensión más humana, y rasgos de un África transculturada en tierras americanas, en confluencia protagonizada también por elementos de la cultura china y española.
Piezas magistrales como La silla (Colección del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana), La jungla (Colección del MoMA) y La mañana verde, todas de 1943, evidencian los ejes temáticos por donde gravita la paleta de Lam. De esta manera, pueblan estas obras oníricas imágenes nacidas de una imaginación exuberante y sorprendente, diablos o dioses guerreros cuyos hierros poblaron y sirvieron de diseño a muchas de sus creaciones, el mundo vegetal antillano, y elementos tales como sillas, tijeras, máscaras africanas..
“Los cuadros donde revela la carne del trópico están fuertemente empastados, bañados por la luz azul de los impresionistas y la solidez arquitectónica de Cézanne y los cubistas. Son cuadros en que se unen, como en un ciclón, vegetales —tallos de caña, hojas, frutas—, animales —caballos, pájaros, pezuñas, tarros— y hombres —mujeres telúricas, hombres con el sexo en la mirada, niños asustados. Y muchas veces la luna también entra en el cuadro.
La exuberancia jugosa de estos cuadros de Lam nace de una visión fresca de nuestro mundo”, escribe Edmundo Desnoes en su artículo Lam: Azul y Negro.
En esa época Lam también pintó altares, naturalezas muertas y retratos, la serie Canaima, (1945-1947), los lienzos de énfasis simbólico al estilo de Nativité (1947), Les noces (1947) y Belial, emperador de las Moscas (1948); y algunas piezas muy cercanas al lenguaje abstracto, como Umbral, (1950) y Contrapunto (1951).
Además de hogar y espacio físico donde produce sus creaciones, La Habana también será para Lam un sitio ideal para relacionarse con la intelectualidad cubana. Alejo Carpentier lo mencionaría en El reino de este mundo como un pintor que refleja en cuadros monumentales una expresión única de la pintura contemporánea. Para 1945, Sagua la Grande le conferiría el título de Hijo Predilecto.
Y como un espíritu inquieto nunca está en un sitio por mucho tiempo, Lam continuará a finales de los años 40 su itinerario por el Caribe, con un viaje a Haití que constituirá fuente inagotable para un imaginario vívido en su pintura, y países tales como Francia, Estados Unidos e Italia, manteniendo relaciones estrechas con el medio artístico cubano.
Muestra de esto último son las continúas visitas a la Isla, donde exhibe pinturas, dibujos y grabados en galerías y museos; y su colaboración para trasladar el Salón de Mayo de París a La Habana, evento que se inaugura en julio de 1967 en el Pabellón Cuba.
Su obra va madurando hacia un estilo muy personal y de constante búsqueda de un lenguaje auténticamente cubano, y la influencia del arte de Oceanía se combina a la del arte africano, a la vez que se hace más dominante la presencia de elementos esotéricos.
Su trabajo logra resonancia internacional, con publicaciones en prestigiosas revistas tales como VVV, Instead, ArtNews y View, así como con exposiciones en los Estados Unidos, Haití, Cuba, Francia, Suecia, Inglaterra, entre otras naciones.
Durante los años cincuenta, practica el collage de papeles sobre cartulina negra, y trabaja cerca de los artistas del grupo CoBrA y de la vanguardia italiana, y se une a diversos movimientos artísticos de posguerra, como Fases y los Situacionistas.
Asimismo, en las tres últimas décadas de su existencia, su obra refleja un interés creciente por el grabado, lo cual favorece una extensa producción de piezas independientes y de series de aguafuertes y litografías como Le rempart de brindilles (1953), Images (1962), Apostroph' Apocalypse (1966), Visible-invisible (1971) o El último viaje del buque fantasma.
Incursiona además en otras disciplinas artísticas como la escultura, la cerámica y el muralismo, vocación que hoy puede apreciarse en la sede del otrora Palacio Presidencial de La Habana, en la obra Tercer mundo (1966).
Y aunque la muerte lo sorprendiera a él y a los últimos atisbos de su obra en tierra extranjera, en la lejana París, el 11 de septiembre de 1982, Cuba lo hace suyo, atesorando de modo permanente parte de su obra en el prestigioso Museo Nacional de Bellas Artes y brindándole constantes homenajes al quehacer de ese maestro de las artes plásticas cubanas y universal.
Por su grandioso aporte a la cultura cubana e internacional, entre otras distinciones y premios, le fue conferida en 1981 la Orden Félix Varela de Primer Grado, y hoy, en pleno corazón del centro histórico de la Habana Vieja, el Centro de Arte Contemporáneo que lleva su nombre, tiene la misión de investigar y divulgar la obra de este creador, además de promocionar el arte contemporáneo del Tercer Mundo y organizar la Bienal Internacional de La Habana.
A tales honores supo Wifredo Lam corresponder en su momento: el más trascendental de los artistas cubanos del siglo XX había pedido que sus cenizas reposaran en Cuba.
Watson
19/12/12 11:42
Yo me quede impresionado, estatico la primera vez que vi en Bellas Artes un cuadro de este magnifico!!!
Cleo
19/12/12 9:42
Me fascina la pintura de Lam, gracias Cubahora por acercarme un poco más a su vida y obra.
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