sábado, 20 de abril de 2024

La saga de la música africana en Cuba

La Casa de África de La Habana Vieja organizó, el Encuentro de Oralidad “Festival Afropalabra”, con un Taller de Antropología Social y Cultural Afroamericana...

Rafael Lam Marimón en Exclusivo 08/01/2012
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Festival Afropalabra
V Encuentro de Oralidad Festival Afropalabra.

El pasado año 2011 estuvo dedicado por la UNESCO a los afrodescendientes, abriendo el año 2011, la Casa de África de La Habana Vieja organizó, del 4 al 7 de enero, el Encuentro de Oralidad “Festival Afropalabra”, con un Taller de Antropología Social y Cultural Afroamericana. Algunas de las conferencias están encaminadas hacia la música de ritos y la oralidad.

La verdadera historia de cómo se fue no se ha escrito. Se conocen vagamente los primeros pasos de cómo se fue introduciendo la música de los esclavos dentro de la población y mucho menos, su alcance y su importancia. No olvidemos que el colonizador consideraba esa música “de salvajes y cosa escapada del diablo”. Todavía hoy día se mantienen atavismos y una tupida maleza de prejuicios, no conocen que se trata de otra cultura “la cultura del ritmo”, como le llamaba el sabio Fernando Ortiz.

Detrás de esa historia se esconden muchos misterios, dolores y sufrimientos. Fue una música que nació de la tragedia.

El poeta Nicolás Guillen decía que “lo que hoy es el mar Caribe fue escenario de los crímenes, de las injusticias más terribles, y sólo el canto o el baile lograron mitigar en alguna forma el dolor de aquellos pueblos, en los que la muerte cedió paso a la esclavitud”.

En ese mismo sentido el especialista Manuel Moreno Fraginal en sus conferencias decía: “Lo que pudiéramos llamar aportes culturales africanos a la América Latina y el Caribe, son los resultados de una cruenta lucha de clases, de un complejo proceso de transculturación-deculturación”. Pero la historia de la esclavitud demostró también que los tiempos de crisis y confusión pueden ser tiempos de creación y renovación.

En verdad la música llegada de África no era la misma que llegaba de la Europa desarrollada, de la Europa de mucho “rango”, de castillos, salones imperiales y conventos. La música de África era una música para acompañar la vida, tanto el baile como la música no se practicaban por pura diversión, había mucho de celebración de ritos, de lucha por la supervivencia, por aliviar el peso que gravitaba sobre la vida.

Para los africanos la música no es un lujo sino una manera de vivir (ya lo había dicho muchas veces Fernando Ortiz) y no acabamos de entenderlo. Con la música se expresan su alegría, fiestas, deportes, bodas, y hasta el nacimiento y la muerte: Una música para cada etapa de la vida humana: Su orgullo y refinamiento en las ceremonias, su devoción y sentimiento de soledad en los rituales religiosos, su impetuosidad en el amor, su vigor en el trabajo, su valor en la guerra, su sencillez y su humildad en el hogar (Francis Bebey, músico, poeta y escritor camerunés).

Al contrario de la música de origen occidental europeo, en la que hay una tradición de educación musical escolar, académica, con una estética teórica, ellos son capaces de enjuiciar su arte con distanciamiento y objetividad, separando la música de su contexto y tratándola como algo que existe por sí mismo.

De ahí que la música popular africana sea un viviente ejemplo del patrimonio cultural del continente negro, dentro de un proceso milenario de creencias y costumbres antiquísimas.

La infancia del africano esta llena de canciones para bailar y para jugar, de historias cantadas y diversiones musicales de toda índole. Esos pasatiempos entrañan valores educativos y suscitan el espíritu de creación.

Fernando Ortiz redactó que la música de los europeos suena como la bocina de un automóvil, sólo cuando su conductor así lo desea por ufanía, diversión o conveniencia de socialidad en ciertos pasos ocasionales de la vida. “En África no se concibe una sala de concierto, un odeón, un auditórium, un inmenso anfiteatro como el Bowl de Hollywood, donde millones de personas se reúnan para oír música quietamente y en silencio, sólo a gozar de la audición, a veces para la frivolidad, de la vanidad y el discreteo. La del negro es una función colectiva primordial, religiosa, utilitaria, dramática, como la sonoridad de la rústica carreta del campesino cubano, que va por esos caminos siempre con son en las ruedas, a cuyo ritmo se acompaña la canción guajira. En África la multitud no oye en quietud; allá la música se canta, se mueve y se baila. Aquella no es espectadora, sino participante. Es como una gran orquesta sinfónica y teatral: instrumentos sonoros en las cuerdas vocales, en los pies que dan los ritmos en el suelo, en las manos que los marcan a palmas, y en los percusivos minerales, vegetales y animales, fundiendo todos esos timbres y tonalidades en una danza pantomímica. Todos a la vez; músicos, cantadores, bailadores, faranduleros y multitud espectadora y cooperativa. La perenne sinfonía de toda una cultura”.

Cuando hoy escuchamos y vemos la música juvenil (el rock, la salsa) llena de éxtasis y frenesí colectivo, de clima emocional y ambiente, ahí está presente la música de origen africano. Una música que hasta el sol se detiene para disfrutarla.

Para conocer mejor la esencia de la música cubana hay que entender la historia de la música africana que llena un capítulo en la historia de la cultura. Descubrir esos caminos, asombrarnos con su origen y objetivo, nos puede llevar a un mundo insospechado de magia y de leyenda.


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Rafael Lam Marimón


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