jueves, 18 de abril de 2024

El poeta de la ensenada

La Ensenada de Mora, es un cuaderno que arrastra versos con medio siglo de nacimiento del poeta Alex Pausides...

Julio Cesar Sánchez Guerra en Exclusivo 26/03/2023
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Alex Pausiades
Alex Pausiades, poeta y editor.

EL mar lanza lenta su mordida, y abre una zanja en la tierra, hasta que los dientes de sal no pueden ya con los  huesos de la montaña y se detiene. Nace una ensenada. ¿Una mora guarda su perla de amor o los barcos duermen allí el vendaval del tiempo, peligros y  arreglos? Ya que importa. Lo cierto y mágico es que allí crece una cantazón de sombras y claridades. Crece un poeta para nombrar las cosas como en los días del Génesis: Alex Pausides.

Ensenada de Mora, es un cuaderno que arrastra versos con medio siglo de nacimiento. La geografía, el espíritu del temporal de los vivos, la familia, los recuerdos y la infancia, cuya membrana rompen las palabras, laten en el corazón de esta poesía de la tierra y el viento.

Aquí la gramática es vencida por el acto de creación sin artificios, hasta convertir el lenguaje en una fiesta, una piñata donde  se recogen   verbos recién paridos del vientre de un sustantivo: “Entonces vienen / en mi ayuda/ las tojosas/ y me cantan / y me duermo / y mi pecho/  se llena / de algazara. / Y si me atristan / todo el monte/ canta a coro/ y me abro a la dicha” La tristeza es una palabra untada de viejos dolores, pero si digo me atristan, nace un dolor nuevo que merece ser nombrado con la plenitud de cáscara propia.

El poeta no teme a la palabra tojosa porque ese pájaro bendito es una paloma en miniatura. Yo la he oído cantar en esos mismos montes y su canto es alegre, sereno y triste, canta a la vida y a la muerte, y cuando ese don se une en la palabra, no hace más que respetar el linaje de lo que se eleva limpio de las antinomias rotas de los extremos.

Es que no se puede entender esta poesía sin antes pasar por estos montes y verificar que el poeta se vuelve un niño que ve desde el alma de las cosas, desde la comunión  con el verdor de la rama y el silencio de las raíces: “Bejucos me halan.  Viajan voces/…Raíces que me  afincan /De cara a los orígenes / Yaguazas qué susto pluma rota / Caramba estos gajos / Y que fiesten los terrones…”

Alex Pausides, necesita inventar la palabra niñilo porque la niñez es quedarse prendido a esos gajos de la infancia, es vivir esa enfermedad de magia, arroyos, pinol, jigüe abierto, “lluvien pájaros”,  “ramita bronca de berro”,  cilantros, y todo sin romper jamás, los dientecitos de leche que salen a la mañana.

El cantar de los humildes es captado en su estado de pureza y armados en su justa sinfonía universal donde se nombra  lo que vive y muere, también a los recuerdos que se agachan como si no quisieran partir  del regazo y la memoria. Así es el desfile ancestral de la sustancia: “copito; ñinga, chiguete, janes, cachito, ceremil, ajuman,  “garrancho que me pincha”…palabras untadas de voz popular. Y el verso trae los olores y “la magia moja al pasar”.

Todo el viaje por la Ensenada es la juntura de dos extremos: el grano, la semilla, y la lluvia/ río; la fijeza que perdura y el tránsito de lo efímero. Se adentra desde la naturaleza, el polvo del pueblo, el bembé, los pitazos de ingenio, hasta la historia del hombre y su pugna por equilibrar la belleza y la justicia; por eso, los lugares y los héroes son sagrados.

Por estas páginas no solo nos acercamos a una tierra y a un tiempo, sino a la llenura de guiños que nos aseguran que es posible romper los muros de la infancia y de las noches. Si dice: “Los grillos  crujen en la noche de Cuba”; hay un salto luminoso y extraño que nos lleva hasta el diario de campaña de José Martí: “La noche bella no me deja dormir”.

Si se abre el portón a los versos  de, Grimas,  hay miedo a los moringos,  a la boca oscura de la noche;  entonces pasa de refilón César Vallejo, con el miedo de un niño que pregunta por las personas mayores. Porque en todos los patios de la infancia, en todas las casas hartas de temblores “Entra un cocuyo así de grande/ Toda la noche es un susto”

En estos poemas todo borbotea a montones, como una fiesta de la palabra y de la lluvia. Si quieres hablar de amor, puedes desabrochar los versos de Himilce, donde lo menos que se pide es un acto de magia sideral;  “Échale. Zúmbate el cielo azul de  Chivirico en los ojos”.  Y es que en La Ensenada no se le canta al amor, es el amor quien canta.

Ahora amanece en la Ensenada, y regresa el poeta a desbaratar la magia entre las piedras y desbordar  los pájaros azules; riela la luna sobre el mar y todo es un temblor de luz en la palabra. Por ahí vienen Callia, Neye, Himilci, Franci, Micaela, Concho, Ofelia, y las garzas que se agolpan en los ojos. Y si dices, Yo te amundo:  revienta la poesía, el universo cae sobre el silencio del viento. Y  no escampa nunca el corazón, hasta que al día le nazca un pájaro claro y el sol encalle en tus pupilas.


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Julio Cesar Sánchez Guerra

Pinero de corazón. Pilonero de nacimiento. Cubano 100 por ciento. También vengo de todas partes y hacia todas partes voy. Practicante ferviente de la fe martiana. Apasionado por la historia, la filosofía y la poesía.


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