viernes, 26 de abril de 2024

Hagamos por lo cubano

Los cambios en las tecnologías son para la cultura un punto de partida, un nuevo contexto de relaciones y realizaciones, pero no negación ni supresión de lo auténticamente nuestro...

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández en Exclusivo 27/08/2013
0 comentarios
Televisión Digital
La tecnología no es mala ni buena en sí misma, sino que depende de lo que haga con ella el hombre.

La cultura cubana anda de cara al debate, sigue presta a la discusión que conduce al renuevo o la mutación de viejas ideas, a la inquietud razonada que provoca y alerta. Apuesta por la polémica sobre sí misma por constituir espada y escudo de una nación que no se puede atrapar de un pincelazo, que es mucho más que son y rumba, que lleva consigo el contagio y la movilidad de ritmos ancestrales, que es auténtica y diversa a la vez.

Con la celebración del segundo congreso de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), del que faltan las sesiones finales en octubre, y la convocatoria al VIII Congreso de la Unión  Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el escenario sigue apuntando a la búsqueda de una Cuba culturalmente ajustada a su tiempo, a la intención de tributar con hechos concretos a un proyecto de país que no puede renunciar a sus identidades y merece abrirle paso a la diversidad de pensamiento y acciones sociales.

Trascendiendo sus particularidades estructurales, objetivos y funcionamiento orgánico, no es casual que ambas organizaciones se sitúen, para sus cuestionamientos y revisiones más profundas, sobre un tema que fue, es y será médula para cualquier aproximación al ámbito de nuestra cultura: la salvaguarda de la identidad nacional, la defensa de lo cubano.

Conjuntamente con ello, hablar de cultura, en su acepción antropológica, implica tener en cuenta hoy el impacto de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación: el acceso a estas, su dominio y los propósitos personales y públicos que marcan su uso.

El cambio no ha sido solo de soportes o infraestructuras, como algunos piensan. No radica únicamente en la llegada del televisor Atec-Panda como sustituto “colorido” del “Krim 218” ni en el advenimiento del DVD.

El viraje puede descomponerse en su integralidad: desde la producción, la distribución y el consumo de la cultura. Y en cada uno de estas áreas hay cauce para largos trillos que invitan a pormenorizar, pues lo nuevo ha iniciado una franca convivencia con lo viejo, como ocurrió con la piedra cuando apareció el metal o con el manuscrito cuando se inventó la imprenta, y así por el estilo.

Bien puede hablarse ahora de modelos y generaciones de productos informáticos, de software que automatizan y simplifican lo que durante años, quizás siglos, implicó conjuntos de aparatos y grupos de hombres. Pero eso, si bien interesa de modo decisivo, tiene un aspecto que lo supera, culturalmente hablando. Y es el hombre, el hombre en sociedad, en una proximidad con lo tecnológico que va marcando la historia de este paralelo.

Hace ya unos años, el sociólogo, escritor, artista y filósofo francocanadiense Hervé Fischer, uno de los gurúes de las nuevas tecnologías, consideraba que estamos enfrentándonos al choque digital en toda nuestra actividad, a una revolución fascinante que, sin embargo, a menudo está acompañada por un regreso al pensamiento mágico.

Ante ello —advertía Fischer— es vital desarrollar una conciencia crítica y repasar los fundamentos del humanismo, para que el hombre, como centro del sistema, pueda manejar su destino conforme a ideas y valores.

Y es que las nuevas tecnologías no traen consigo una agenda de nuevos temas, aunque nos permitan acercarnos a muchos. El DVD por sí solo no elige, ni el reproductor Mp3, ni las carpetas de archivo de una computadora. Uno está ahí para decidir y es quien decide. Y duele que a veces no decidamos por lo nuestro.

Se entiende que consumamos productos foráneos, que nuestras lógicas internas de producción y propuestas no sean siempre las idóneas, o más logradas, y nos abramos a otras experiencias sin que lleguen a viciarnos o a convertirse en única referencia; que sea más fácil  alquilar un disco a domicilio que vestirnos e ir en guagua al cine o al teatro.  Todo eso se comprende, sin excesos.

Pero lo inaceptable es que, junto con las posibilidades que ofrece la novedad científico-técnica y la apertura a otros universos creativos, patrones de trabajo, formas de distribución y, por ende, maneras de recepcionar los contenidos, no velemos como es debido por lo cubano, por ese cosmos identitario inagotable en su esencia misma.

Con esto no estoy reclamando posturas extremistas. No es desterrar la novela mexicana del momento —para el que le guste, por supuesto—, ni dejar de ver el fútbol europeo y todas sus copas, ligas y encuentros. No es ver nada más Sol de Batey, Elpidio Valdés y Los papaloteros. Se trata de que busquemos resortes a favor de nuestra identidad, como mejor entendamos, pero que los busquemos; que simpaticemos con ella sin prejuicios, que la disfrutemos con placer.

Entiéndase entonces que no es contingencia insistir en proponernos, casi como imperativo, modos amenos, instructivos y de buena factura al concebir nuestros productos culturales, y situarnos, en los nuevos escenarios tecnológicos y comunicacionales, en posturas defensivas, vigilantes, provocadoras y que seduzcan por su autenticidad.

Decía Fischer que la tecnología no es mala ni buena en sí misma, sino que depende de lo que haga con ella el ser humano. Y es esa, justamente, una de las ideas por las que se conducen y seguirán conduciéndose los artistas e intelectuales cubanos en sus debates, porque no hay equipo, máquina, ni andamiaje que supere al hombre; porque la tecnología es para la cultura punto de partida, nuevo contexto de relaciones y realizaciones, pero no negación, ni supresión de lo que nos identifica.


Compartir

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández

Joven periodista que disfruta el estudio del español como su lengua materna y se interesa por el mundo del periodismo digital y las nuevas tecnologías...


Deja tu comentario

Condición de protección de datos