sábado, 20 de abril de 2024

La bandera que ondea orgullosa

Símbolo de las gestas independentistas cubanas...

Aileen Infante Vigil-Escalera en Exclusivo 09/10/2016
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Una bandera ondea orgullosa en La Demajagua. No es la primera ni la que nació en medio de las prisas del alzamiento —la original se exhibe en el segundo piso del Museo de la Ciudad en el Palacio de los Capitanes Generales de La Habana—, ni la que simboliza hoy a la nación, pero no hay otra más bella.

Allí, en el mismo lugar donde Carlos Manuel de Céspedes llamó a los cubanos a la lucha, donde liberó a sus esclavos hace 148 años y clamó por la independencia de la Patria, se extiende hoy en todo su esplendor la bandera que acompañó a los cubanos en su lucha. Sus orígenes independentistas magnifican sus colores.

Cuenta César Martín García, historiador del Parque Nacional La Demajagua, que fue en la mañana del 9 de octubre cuando Céspedes, en medio de las urgencias por el alzamiento anticipado, llamó a Candelaria, una muchacha de 17 años, hija del mayoral del ingenio, para comunicarle que necesitaba una bandera para ese importante momento.

Él no quería en lo absoluto la bandera de Narciso López, la consideraba un estandarte desgraciado, y ya había diseñado la que deseaba para acompañar su gesta independentista. Ante esto, Cambula —como le decían a la joven— le dijo que enviara al mayordomo José Antonio Castillo y al esclavo Eustaquio a buscar telas a Manzanillo.

Sin embargo, cuando los mensajeros llegaron a la periferia del Ingenio Tranquilidad, cerca del pueblo, no pudieron acceder, todo estaba sitiado. Una delación había puesto a la guardia española al tanto de las ideas conspiradoras de los cubanos.

Según el testimonio de la propia joven — rememorado por César—, cuando le dio la noticia de la imposibilidad de adquirir los materiales necesarios a Céspedes, le comenzó un dolor de cabeza muy fuerte, porque no podía tener lo que quería. Pero ella, cariñosa como era, fue para su casa, que estaba allí mismo —hoy es el Museo— y sacó del escaparate un pedazo de tela blanco, y cortó un pedazo. Vio que la copa del mosquitero de los padres era rosa subido, más bien rosado, y cortó otro. Después repitió la operación con un vestido azul de su propiedad. Entonces solo le faltaba la estrella, que se la pintó el joven Emilio Tamayo, que se las daba de dibujante, y ella pudo incorporarla al diseño.

Aun con todo en las manos, la muchacha tardó en terminar la encomienda pues, según decía, no era costurera y las partidas de hombres que llegaban constantemente al Ingenio la ponían muy nerviosa. “Y ciertamente no era costurera, como lo evidencian las medidas de la bandera: 1,30 por 1,26, pero ella dio el grano de arena que le aportan los buenos a la Revolución”, asegura el historiador.

Es así como en la tarde del 9, casi llegando la noche, terminó su banderita y se la llevó a Carlos Manuel. Testimonios de la época dan fe de lo contento que se puso, ¡hasta el dolor de cabeza se le quitó!, y mandó a Miguel, su calesero, a tocar la campana para llamar a sus esclavos y comunicarles que “a la mañana que sigue a la noche de hoy, todos seréis tan libres como yo”.          

Ese fue el estreno de la insignia que acompañó a los valientes cubanos que se alzaron contra la metrópoli española, que presidió —y aun preside— los actos oficiales de la República en Armas, que desde 1968 ondea libre en el mismo lugar donde naciera hace 148 años.


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Aileen Infante Vigil-Escalera


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