viernes, 26 de abril de 2024

La otra gran víctima (+Thinglink)

La guerra también asesina al medio ambiente...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 06/11/2015
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Afirman especialistas que desde la década de los setenta del pasado siglo, el planeta perdió la capacidad de regeneración frente a las mutilaciones propinadas por la “civilización” humana al entorno ecológico.

Cuarenta y cinco años, para ser más exactos, que todo cuanto se contamina, envenena o mata, no retorna a partir de la propia acción de la naturaleza, porque la carga de desastres es superior a la posibilidad de la Tierra de restañar tales heridas.

Y entre las grandes causas que originan la devastación y los riesgosos cambios ambientales de los que tanto se habla en nuestros días, está –junto al caos sembrado por economías netamente depredadoras e irracionalmente derrochadoras- la tozudez de ciertos grupos  retrógrados de resolver sus contradicciones con otros mediante la violencia extrema, o de recurrir a ella para intentar satisfacer desmedidos egocentrismos  y ambiciones totalitarias.

La guerra es, por tanto, otro enemigo mortal de la naturaleza, no solo por la liquidación brutal de la vida de poblaciones enteras y el quebranto de vastos entornos, sino además por la cantidad de remanentes nocivos que ha llegado a liberar en cada teatro de operaciones, emponzoñando literalmente la atmósfera, los océanos, grandes espacios terrestres y trascendentes fuentes de agua potable.

Vale citar en ese contexto, y solo en apenas unos decenios, desde las sucesivas explosiones nucleares en espacios abiertos y el subsuelo que caracterizaron la carrera armamentista en tiempos de la Guerra Fría, hasta la desfoliación masiva de las selvas vietnamitas por los agresores norteamericanos mediante el uso del tristemente célebre “agente naranja”; o más recientemente el uso de municiones radioactivas en Yugoslavia e Iraq por Washington y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, sin descontar los  provocados conflictos que, en Libia primero y hoy en Siria, persisten en extender la destrucción y la ruina absolutas en Asia Central y Oriente Medio.

     Atentados que son solo botones de muestra –ya lo decíamos- de las cuantiosas pérdidas humanas, materiales y  ambientales derivadas del encono y  las ambiciones que históricamente han provocado buena parte de los enfrentamientos bélicos que ha debido sufrir la humanidad desde sus mismos orígenes.

 Y justo por el peso brutal de ese factor, desde hace un lustro la Organización de Naciones Unidas instituyó cada seis de noviembre como el Día Internacional para la prevención de la explotación del Medio Ambiente en la guerra y los conflictos armados.

Según los documentos de la ONU, el establecer esa fecha  es parte de los intentos por coaligar los esfuerzos mundiales para detener “los daños causados al medio ambiente en tiempos de conflicto armado, que siguen afectando los ecosistemas y los recursos naturales mucho después de terminado el conflicto, extendiéndose a menudo más allá de los límites de los territorios nacionales y de una generación.”

Celebración, además, que en este 2015 tiene lugar a apenas semanas de la realización en París de una nueva Cumbre global ambiental, entre cuyas principales metas está la pretensión de lograr establecer una declaración vinculante que permita la tan publicitada necesidad de reducir sensiblemente las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera a partir del 2020, causante de un alza de la temperatura mundial que puede ser catastrófica en muchos sentidos.

Y curiosamente, funcionarios internacionales aducen que una de las grandes batallas en ese foro será concretar el necesario apoyo financiero de las grandes potencias económicas al universo subdesarrollado para poder trabajar de manera mancomunada a favor del medio ambiente, cifra que debería sumar unos cien mil millones de dólares anuales a partir del 2020, y que hasta al presente no parece tener posibilidades de materialización.

Una total paradoja cuando se conoce que solo el presupuesto de los Estados Unidos para la guerra ha sido de unos quinientos ochenta mil millones de dólares durante el presente año, superior a la suma de los gastos bélicos de las diez naciones que le siguen en la lista de ese apartado, y casi seis veces la cifra que las naciones más pobres requieren para, precisamente, trabajar con efectividad por la preservación medioambiental.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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