viernes, 26 de abril de 2024

Hemingway, un nobel, Cuba…el mar

El escritor norteamericano sintió un apego especial por la isla caribeña...

Mayra García Cardentey en Exclusivo 01/07/2016
3 comentarios

Ernest Hemingway es un escritor-personaje. Supo hilvanar y combinar, con similar maestría, tanto su producción literaria como su vida personal. Es tan interesante sumergirse en la historia de Robert Jordan, especialista en explosivos en la Guerra Civil Española, o sensibilizarse con la mala racha del pescador que busca la gloria de los tiempos pasados como deslumbrarse por las aventuras bélicas, safaris y episodios amorosos del escritor norteamericano.

Porque la vida de Hemingway es, por sí sola, una novela.

Tan autobiográfica puede ser su literatura como atractiva su propia existencia. Reunió todos los elementos para hacer de sus 61 años una obra interesante: peripecias, guerras, pasión, viajes, riesgos, pérdidas, y un final, extremadamente desgarrador.

Hemingway pensó su vida como una gran andanza. No escatimó tiempo, no prestó las penas, no negó los amores…no temió la muerte.

CUBA Y LA BUENA SUERTE

Y en esa gran cabalgata de Hemingway por el mundo, Cuba ocupó un lugar especial. Decía que la isla le traía buena suerte.

El novelista le debió tanto a Cuba como Cuba al escritor. Si el autor hizo amigos perdurables entre los pescadores de Cojímar, la nación se glorificó con El viejo y el mar; si al literato nómada le encantaba la habitación 511 del hotel Ambos Mundos y su butaca favorita en el bar El Floridita, la isla le debe la internacionalización del hoy popular trago Daiquirí; si al incansable cazador le placía la captura del pez aguja, Cuba le agradece que su nombre dignifique una Marina y un torneo deportivo que cita a amantes del gran azul de todos los continentes. 

De Hemingway hay mucho más que la inmaculada Finca Vigía con sus 9 mil libros y la añeja máquina Royal donde escribió Por quién doblan las campanas y El viejo y el mar. De Hemingway en Cuba hay mucho más que su medalla del Nobel de Literatura en la Iglesia de la Caridad en Santiago de Cuba, más que una escultura en El Floridita o el Sloppy Joe´s Bar que recuerda sus andares por cantinas y noches habaneras.

Todavía la nación le debe al autor norteamericano, al amigo, cuando miles de turistas llegan a La Habana para seguir la ruta del novelista en la cosmopolita ciudad, o cuando por estos días la película Papa: Hemingway en Cuba pone en el centro de mira a la isla grande.

Como un “cubano sato” se llegó a definir quien vivió en estas tierras por más de 20 años, por esa “energía creativa” que le insuflaba. No fue, entonces, sorpresa cuando dedicara al país su premio Nobel en 1954: “porque mis obras fueron creadas y concebidas en Cuba, en mi pueblo de Cojímar, del que soy ciudadano”.

EL FIN DE UNA VIDA O EL INICIO DE TODO

Hemingway respetó bien poco los límites de la vida. Jugó con ella, la tentó. Ella le dio sus golpes también. Los varios accidentes así lo demuestran. En una ocasión hasta lo dieron por muerto y varios medios de prensa llegaron a publicar notas póstumas. El escritor se divertía con todo eso.

Fueron seis décadas intensas, irrepetibles. Incluso, pareciera que el final era una página ya escrita, cuyo único conocedor era el propio Hemingway. Una familia llena de suicidios no es cuestión demasiado espontánea o casual. Hay secretos de la mente indescifrables. Hay escenas en un libro que por mucho que se edulcoren son ineludibles. Y Hemingway escribió-vivió su propia historia. Él mismo decidió, consciente o no, cómo terminarla.

Porque quizás hay poco drama en morir de muerte común. Porque quizás esas fuerzas mayores, espirituales, místicas, físicas, mentales le dieron un cierre polémico, literario, climático a tan ajetreada y contradictoria existencia. Otro final hubiera sido demasiado aburrido. Suena a un poco de cinismo escribirlo así, pero la vida, la literatura, la buena vida y literatura necesitan de ciertos despojos.

Hemingway no hubiera querido menos, aun si en sus últimos días hubiera estado en su total juicio. Uno llega solo. Y se va solo. Más que el cierre la propia vida, en toda su extensión, es lo que hace la diferencia.

Decía en una de esas frases que autores y periodistas envidian no haber concebido: “Escribir, en su mejor momento, es una vida solitaria. Organizaciones para escritores palian la soledad del escritor, pero dudo si mejoran su escritura. Crece en estatura pública como vierte su soledad y a menudo su trabajo se deteriora. Porque hace su trabajo solo, y si es un escritor lo suficientemente bueno, debe enfrentar la eternidad, o la falta de ella, cada día”.

Lo supo siempre. Vivió de forma consecuente con su “oficio solitario”. Aun siendo un hombre de gente, rodeado de amigos y admiradores, sentía y comprendía el aislamiento del ser. Se hizo eterno con su literatura. Y eso, en cualquier tiempo, para cualquier persona, y más para un intelectual como él, es más que suficiente. Él sabe que las campanas doblan por él.


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Mayra García Cardentey

Graduada de Periodismo. Profesora de la Universidad de Pinar del Río. Periodista del semanario Guerrillero. Amante de las nuevas tecnologías y del periodismo digital.

Se han publicado 3 comentarios


Arianna
 21/3/19 13:16

Excelente artículo, rinde honor a Hemingway. Está escrito con conocimiento y pasión. Enhorabuena!!

OTto
 13/10/16 11:01

¡Gracias por Hemingway! El auténtico. ¡Por la Isla! Por hablar de él. Siempre es una motivación, de quien encaró el oficio con honestidad. ¡Saludos!

PDEVIANA
 6/7/16 13:15

La iglesia no es la dela Caridad en Santiago de Cuba, que no existe, sino la del Santuario Nacional de la Virgen de la Caridad, en El Cobre un poblado distante unos 25-30 km de la Ciudad capital de la provincia del mismo nombre: Santiago de Cuba

 

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