viernes, 26 de abril de 2024

Es excitante ver un dragón de seis kilómetros de largo

Aunque la sensación de frustración al final del metraje es inevitable, El hobbit: la desolación de Smaug es una cinta muy entretenida. Prodigiosa...

Diany Castaños González en Exclusivo 01/07/2014
1 comentarios

Es excitante ver un dragón de seis kilómetros de largo, piel fortísima, aliento de fuego, y voz viril e impactante. No hay que ser un fan de la literatura medieval, como lo era el creador de Smaug, J. R. R. Tolkien, profesor de la Universidad de Oxford.

En El hobbit: la desolación de Smaug, segunda parte de una trilogía dirigida por el neozelandés Peter Jackson, hay orcos, enanos, elfos (un Orlando Bloom que tiene unos ojos tan increíblemente azules, que resulta más creíble el dragón), reyes, espadas con nombre… En fin, un filme fantástico, en todas las acepciones de esa palabra.

Un filme prodigioso que incluso puede ser que marque un nuevo paradigma en el género de aventuras, ya que Jackson hace una amalgama, bastante lograda, entre tradición narrativa e hipermodernidad audiovisual; mezcla pasión por el storytelling y recreación infantil, en un espectáculo donde hay tanto de cine como de videojuego.

La recreación al estilo del universo infantil en La desolación de Smaug es entendible: tanto esta cinta como su predecesora —y su continuación: El hobbit, Partida y regreso, que saldrá en diciembre de este año— son adaptaciones de El hobbit, novela de Tolkien, y él concibió esta obra para los niños.

Como ya ocurría en El hobbit: un viaje inesperado, aquí el verdadero protagonista de la historia vuelve a ser Thorin, Escudo de Roble y su búsqueda de la mítica ciudad de los enanos, Erebor, y del dragón Smaug. El profesor Tolkien era un apasionado de la Tierra Media y su abundante folclor; El hobbit: la desolación de Smaug es bastante representativa de eso: un dragón custodia un tesoro. ¡Exótico! Viejo, como toda historia medieval, pero excitante, sobre todo si el dragón tiene la contundente voz de Benedict Cumberbatch.

Es precisamente en la recreación —en gran medida, digital— de la escena del dragón Smaug donde está el mayor logro del filme, atendiendo tanto al impacto dramático como a la concepción escénica. Y aunque nunca se llega a entender el título de la película (¿por qué estaría desolado un dragón de seis kilómetros de largo, con la piel fortísima y aliento de fuego, que además, duerme sobre oro?), sí acierta en qué dirigir las miradas hacia el personaje de Smaug; es él el gran antagonista de esta cinta. Al menos en esta película, es el dragón y no otro —ni siquiera el orco digital, que se autoproclama el más malvado entre los malvados— quien se interpone entre los personajes protagónicos y el cumplimiento de su destino.

Y ¡qué vida le da Martin Freeman al personaje de Bilbo! Sabe dar los toques de comedia justos. Mucho mejor que la pobre Evangeline Lilly, que, aunque campeona del amor interracial y con orejitas mordisqueables, supone una subtrama totalmente prescindible. ¿Por qué se empeña Jackson en asumir que una historia de amor hará más taquillera una película? O a lo mejor no fue idea de él, y sí de los otros coguionistas: Guillermo del Toro, Fran Walsh y Phillipa Boyens.

Lo que sí fue idea de Del Toro fue la ciudad de los humanos: sobre un lago, muy fantasiosa, alejada de las fastuosidades de los elfos; con Bardo, nuevo Aragorn, (Luke Evans), que como la elfa que interpreta Lilly, fue creado para resolver un problema que suelen tener las partes del medio de toda trilogía: se quedan un poco en el aire.

Porque, ¿qué es la segunda parte de una trilogía sino una historia que ni comienza ni termina? Por eso, en El hobbit: la desolación de Smaug no hay arco completo en los personajes, ni se abre ni se cierra ninguna historia. De ahí que se necesiten historias de amor que no vienen a tema, o recreación de ciudades sobre lagos…

Por eso, el final de la película, aunque lógico, resulta muy frustrante, ya que termina en un gran cliffhanger, o sea, un final sin resolver, que deja todo en el aire, y en el momento más inoportuno. Quizás la novela de El hobbit daba, como pensó Jackson en un inicio, para dos películas, y no para tres. Pero ya está hecho, y aunque la sensación de frustración al final del metraje es inevitable, y a Jackson se le fue ampliamente la mano con la magia del digital —todo el mundo, hasta los orcos, tienen muy buen cutis—, resulta esta una cinta muy entretenida. Prodigiosa. 


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Diany Castaños González

A aquella muchacha le gustaba acostarse soñando imposibles, hasta que despertó una mañana segura que, durante la noche, había dormido apoyando su cabeza sobre el ombligo de Adán.

Se han publicado 1 comentarios


che
 15/7/14 17:06

Interesante. Ademas a mi para estudiar espanol)))

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