sábado, 27 de abril de 2024

El Gabo y yo

Al Gabo le debo estas líneas porque él fue uno de los que me enredó en el oficio...

Justo Planas Cabreja en Exclusivo 18/04/2014
0 comentarios
GGMárquez
El Gabo lo hizo todo y lo fue todo.

Con el encargo de este trabajo me enteré de la noticia: Gabriel García Márquez murió. Este asunto del periodismo exige siempre un poco de sangre fría, se supone que uno hable, que se desborde en palabras, cuando a veces lo que quisiera es un poco de silencio. Pero al Gabo le debo estas líneas porque él fue uno de los que me enredó en el oficio. Mi madre, que nunca me quiso para este trabajo y ahora lo disfruta de muy buena gana, lo sabe: García Márquez es el culpable, y por eso el siguiente SMS que recibí con la noticia me lo envío ella. Luego vinieron otros, son muchos los que saben.

Hacía tiempo que no aparecía en público. Conocidos que tenemos en común me susurraron que en sus últimas visitas a la Isla la memoria solía traicionarlo. ¡Cuán injusta puede ser la biología!, pensaba yo: ¡Cómo es posible que le falle la mente a un genio, a alguien que la tuvo siempre en ejercicio! Pero ya lo sabemos: la biología es injusta; y aunque otras veces he querido convertirme en el paño de lágrimas de mis lectores, ofreciendo consuelo, debo confesar que la muerte en estos casos es también injusta. Saber que respiraba en algún lugar de este planeta, en nuestra América, aunque no lo viera, aunque ya no pudiera leer un libro nuevo suyo, era un consuelo.

Pasó mi vida de pronto frente a mis ojos con la noticia de su muerte. En el pre, todos los que escribíamos, soñábamos convertirnos en Gabriel García Márquez. Emulábamos su estilo inemulable, imitábamos su don para las historias. Yo terminé ganándome un “Sabe más quien lee más” nacional con un trabajito sobre sus novelas. Era lo más ambicioso que había hecho hasta 11no grado; y lo reescribí tantas veces buscando ese arte para las palabras del Gabo que incluso hoy recuerdo algunas oraciones.

Durante el Servicio Militar estuve recibiendo cartas de una admiradora secreta. Eran cartas que llegaban religiosamente cada 15 días a mi casa y ¡por correo postal!, sin otro nombre que el de García Márquez, con fragmentos de su obra amorosa. Él sirvió muy bien de vehículo para que esta muchacha, una niña aún (¡éramos tan niños!) me escribiera, y eso que hoy por hoy es escritora, poeta, novelista y directora de cine, con libros publicados y películas premiadas. Por supuesto, al instante supe quién era, y si me tardé en llamarla para hacernos novios fue para extender un poco más el disfrute de sus cartas, del Gabo compilado y transcrito.

En la carrera de Periodismo no tuve que preguntar mucho para descubrir que mi original idea de aprender el oficio para finalmente convertirme en escritor latía en el pecho de media aula, inspirada más que nadie en el ejemplo del Gabo y de su admiradora febril Isabel Allende. Leímos Noticia de un secuestro y Crónica de una muerte anunciada con otros ojos, conscientes ya de lo que es un reportaje. Luego cayó en mis manos De viaje por los países socialistas.

Gabriel García Márquez, ya lo dije en un texto en esta misma página: lo logró todo en la literatura. Fue el amante honroso de las lectoras de Corín Tellado y fue maestro desafiante de los intelectuales y cultos. Fue además la incursión esporádica de esos que nunca hojean un libro. Cuando otros grandes escritores latinoamericanos suenan demasiado a francés o inglés (no diré nombres porque no quiero ojerizas), él parecía llevar prestada la voz con que nuestros abuelos cuentan una historia, la historia, las palabras con que cualquier vecina ensarta un imposible.

En un siglo donde la literatura se percibe fatigada, donde nuestros más ilustres escritores se enmarañan con metáforas difíciles y juegos de la forma para disimular su falta de imaginación, Gabriel García Márquez restituyó el placer de escuchar o leer una buena historia. Y en eso de contar parecía inspirado por los propios dioses. Toda una generación de latinoamericanos intentó copiarlo década después, todavía algunos ceden a la tentación. Pero es imposible, era único.

Cien años de soledad se encuentra entre las novelas más grandes escritas en este planeta. He leído por ahí que junto al Quijote es la más importante de habla hispana, y no lo dudo. Logró que Europa observara boquiabierta lo que hacíamos aquí los hombres de letras, y este fue un sueño que Latinoamérica persiguió durante muchos años, dos siglos…

El Gabo lo hizo todo y lo fue todo. Me contaron en la Escuela de Cine de San Antonio, que él fundo y a la cual estuvo ligado por décadas, que era un hombre más bien tímido. Era un lector incansable. En el pre casi suspende matemática (¿o suspendió por matemáticas?), pero se desayunó hasta el último libro de la mediocre biblioteca escolar.

Nos tomará años, décadas, quizás siglos, encontrar una generación de latinoamericanos como la suya, que ahora nos abandona poco a poco…


Compartir

Justo Planas Cabreja

Periodista que aborda temas culturales, especificamente cine y literatura. Recibió el II Premio de Ensayo “José Juan Arrom” por el trabajo “El reverso mítico de Elpidio Valdés”.


Deja tu comentario

Condición de protección de datos