sábado, 11 de mayo de 2024

¡El Ballet, caballero!

La grandeza de espíritu hace del Ballet Nacional la institución única y exitosa que todos recomiendan...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 17/10/2018
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Ballet Nacional de Cuba
Amaya Rodríguez y José Losada, primeros bailarines del Ballet Nacional de Cuba. (Nancy Reyes / Cubahora)

El Festival Internacional de Ballet de La Habana es un espacio de confrontación de calidades, gustos y tradiciones danzarias. Tiene como punto de referencia la labor de Alicia Alonso al frente de una institución que se desmarca en el actual panorama artístico por su raíz y renovación latentes.

Quizás por eso el programa para la entrega de este año se basa en la selección de lo más diverso y elevado de ese arte, pues Cuba, pequeña nación caribeña, logró imponerse en los escenarios más elitistas del mundo. El esfuerzo es reconocido por todas las figuras que desde Europa y América vienen a entregarnos su sabiduría y a beber de la escuela cubana, como de un manantial exótico e inagotable.

Conviene que recordemos a Alicia Alonso como esa artista que en medio de la soledad republicana se forjó a sí misma y que logró masificar el gusto por el ballet entre el pueblo cubano, democratizar el acceso, el disfrute. Así, hoy acudimos a una Habana donde cualquiera, conocedor o no, se sienta en un palco o platea y presencia la más clásica de las historias o el modernísimo movimiento.

Nuestro Ballet Nacional, uno de los logros de la política cultural vigente, en ocasiones es olvidado cuando se quiere reprochar algo a nuestra institucionalidad. Como república de pocos recursos, sin apoyo y casi aislada, Cuba sostiene que el arte de la danza no sólo pervive, sino que resulta indispensable a los destellos de la vida cultural.

Pudiera pensarse que el ballet es demasiado elitista, capitalino, pero en verdad siempre ha existido la prestancia de llevar el espectáculo a los rincones de todo el país, amén de carencias materiales. Los militares, campesinos, pescadores, obreros, gozaron en su momento de cupos de privilegio para el Ballet Nacional. Tal vez sería bueno que aquella gesta se recordara y se retomara, con las actualizaciones pertinentes.

Así, siguiendo los pasos de Alicia Alonso, llegará el día en que la danza y los balletómanos serán más extensivos, más atractivos para el gran público, ya que los gustos se educan y si no sembramos, no podremos recoger.

De ahí la pertinencia de un Festival Internacional, pues rompemos con el aislamiento en que se quiso mantener a nuestra cultura a la vez que le servimos al pueblo cubano una mesa de lujo en materia danzaria.

Un fenómeno debemos anotar: la tendencia de ciertos círculos (no carentes de esnobs) que suelen menospreciar al gran público por “ignorante”, cuando se trata en primer lugar de sensibilidad y de acceso democrático a las artes. Lo señalado no impide que cualquiera se siente a contemplar el ballet, pero pudiera dañar el necesario cultivo del gusto estético.

Estamos en una era en que las grandes historias, actuales o clásicas, se abandonan por la carencia de motivos culturales y sensibles. En este tiempo, una apuesta por que el más elitista arte danzario llegue al cubano merece todo el apoyo, el reconocimiento. Falta quizás eso mismo, que en el circuito interno nacional se difundan más los valores del ballet.

El esnobismo no trae ganancias, sino divisiones. Ir al ballet en Cuba está lejos de constituir un signo de “estatus” social, sino una marca del hombre y la mujer sensibles que queremos entre nosotros. Cierta vez fui al teatro y vi, con roña, un grupo de esnobs burlándose de un público menos educado, para luego salir hablando de sus casas en Austria y de viajes a Europa. Total desperdicio humano.

Ese mismo esnobismo se mofó de alguien que en medio de otra función gritó "¡Brava!", ante una de las proezas de la bailarina; el error en el "código balletómano" no fue perdonado por unas personas devenidas en verdugos de otras. Lejos están algunos del modelo de consumo abierto y desprejuiciado que requiere la cultura.

Si perjudicial es que se rellene todo de vulgaridades, como sucede con no pocos espacios de la televisión, la radio, las calles, también daña que los pocos espacios de arte que nos quedan sean monopolizados por una élite que basa su estatus en convenciones sin utilidad, en barrabasadas también vulgares.

Los esnobs olvidan que Alicia Alonso, la gestora de toda maravilla, propició que hasta al más ignorante de los códigos pudiera llevarse un pedacito de luz. Y esa grandeza de espíritu, que no la exclusión ni el “estatus”, hacen del Ballet Nacional la institución única y exitosa que todos recomiendan.

En esa misma línea, Carlos Acosta hace unos años invitó a la Habana al Royal Ballet de Londres. Muchos recordamos la manera desenfadada con que fuimos llamados al disfrute por el jovencísimo bailarín cubano: “¡el Royal Ballet en Cuba, caballero!” Y sí, así debe ser el cubano, sin otro estatus que no sea el de buena persona.

Cuba es una potencia danzaria, nuestra fuerza no se basa en grandes cadenas comerciales, ni en ejércitos, se trata de una dureza suave, estilizada, cuyo brillo es envidia de muchos y admiración de todos. El esnob es olvidado, pero el artista, el sensible, permanece junto a la cultura en cualquier circunstancia.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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