Rashomon (1950) se hace de un discurso argumental plagado de códigos dados por el testimonio siempre cambiante de cada individuo a partir de su interpretación de un hecho en específico, mediados por su percepción muy conveniente del asunto, lo cual es traspolado así al discurso cinematográfico. Este filme es desarrollado a partir de los mismos testimonios que exponen los implicados en el conflicto tras la narración de los testigos que se guarecen de la lluvia en las ruinas del templo Rashomon mientras divagan sobre las acciones humanas.
El mismo se va desenredando en una incepción de la trama según las versiones que alegan cada personaje del hecho: el asesinato del samurái y la violación de su esposa a manos de un bandido conocido; presentando historias diferentes, mas completamente lógicas y peculiarmente reales de ser verdad.
Aquí, la subjetividad juega un papel fundamental. Está dada a conformar los diálogos incoherentes presuntamente de los participantes que se crean, según su parecer, dicha historia a partir de las preguntas que le realiza el Kebiishi (nombre que se le otorgaba al oficial a cargo de una prefectura en el antiguo Japón), sin meditaciones de por medio. Esto circula alrededor también de la Teoría rumor, que canaliza la percepción del ser humano cuando no conoce del todo una historia o simplemente escucha de ella y llena las lagunas posibles según su propio conocimiento del tema y experiencia acumulada.
El tiempo de esta cinta se hace cómplice de su trama debido a que se compenetra con la representación de las escenas y su historia muy particular, tanto de los hechos como de los testimonios, esto sumado al set y encuadre que juegan con la imbricación de la composición en sí. Cada uno de estos elementos parten de conformar una candencia muy particular que viene desde la misma representación teatral nipona, cuestión que influencia el séptimo arte de este país, tanto en el cine de Akira Kurosawa (Shichinin no samurai, Yojimbo, Yume) como en el resto hasta la actualidad, donde las tradiciones van de la mano de los tiempos modernos.
Dicha candencia posibilita que la comprensión de su historia no sea demasiado enrevesada y que, por el contrario, amén de las diferentes versiones de una misma historia, se vean bien traducidas en imágenes.
Kurosawa explota la narrativa y construcción de los cuentos, Rashomon y En el bosque (Ryunosuke Akutagawa), que componen la base de la cinta en cuestión junto al elemento intrínseco e íntimo que tienen en común para recrear un universo a su antojo. Este universo no carece de sentido amén que su creador, revisitador de lo antes expuesto, modifique su estructura, su tiempo e incluso el espacio temporal con que se desarrolla este discurso audiovisual.
Genera un argumento que absorbe la cultura entera de su país, inmersa en el período al cual se remonta y su contexto, como también el pensar y ser del humano dentro de la naturaleza cotidiana, unidos todos entre los componentes esenciales del cine, el espectáculo reflexivo y, principalmente en este ejemplo, visionario.
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