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viernes, 1 de noviembre de 2024

Los alardes de Ismael

Sin poesía escrita que se le conozca, por lo que cuenta y hace, por cómo habla y vive, ya a estas alturas se le podría llamar poeta...

Mario Ernesto Almeida Bacallao
en Exclusivo 29/10/2023
1 comentarios
Los alardes de Ismael
Ismael, humilde trabajador de la agricultura urbana en Matanzas. (Pedro Pablo Chaviano Hernández / Cubahora)

Ismael no quiere que se hable de lo que él hace o por lo menos que se escriba. Ismael no tiene la certeza exacta, pero sí la angustiosa sospecha de que las palabras cambian las cosas. ¿Para bien? ¿Para mal? En realidad no sabe. De todo se ha visto en este mundo y hay quien prefiere el natural anonimato antes que andar debiéndole escenarios probables a la casualidad.

Sin poesía escrita que se le conozca, por lo que cuenta y hace, por cómo habla y vive, ya a estas alturas se le podría llamar poeta.

La gente suele alardear de lo que estima. El alarde y la pamplina, con base sólida o ficticia, en ocasiones nos dicen más de lo que la gente hubiera querido ser que de lo que en efecto fue o ha sido. Pero a veces esa dicotomía no es tal, porque el soñar las cosas, el respetarlas, el alardear de ellas, también va conformando, o al menos dando ciertas pistas, de lo que somos.

En la Cuba del 2023, en efecto, se alardea mucho. La pregunta definitoria sería “de qué”.

Hay quien presume de tener dinero, hay quien presume y cuantifica la frecuencia y variedad con la que tiene sexo, hay quien presume un carro, tres, seis, ocho… la ropa, el viaje, el teléfono, el avión.

Hay alardosos del último robo que quizás no hicieron o quizás quién sabe, alardosos del maltrato y del dominio, del respeto a palos al que pocas veces llamarán por miedo, alardosos de no perder tiempo en las bondades.

Está quien se jacta de su sinceridad, de su coherencia a prueba de contextos, de la pulcritud con la que viste desde el cuero de su zapato hasta la pelusa del alma, de lo que ha leído, escrito, pensado, inventado o traducido a cuatro idiomas.

Hay quien no ostenta más que su silencio y hay quien grita que es una tumba o que lo ha sido o que el día que toque serlo de seguro lo va a ser.

Pero lo de Ismael no es nada de eso. Es un tipo de los que el trabajo siempre ha hecho lucir un tanto viejo, porque el trabajo deja marcas… e Ismael, a sus 64 años y 10 mil mentiras si a algo no le teme es a revolcarse a mordidas con cualquier faena.

No lo dude, Ismael es el más alardoso de la cuadra; uno de ellos, digamos, para no ser injusto con su competencia, que no es mansa. Pero de lo único que se le escucha alardear es del trabajo.

Hay que verlo llegar y sentarse con los pies cruzados en una silla diminuta del portal, con su flaquencia irremediable a contar que siempre ha sido enclenque. Sin embargo, ese dato no será gratuito, sino parte de la dramaturgia para mostrarse más grande. Porque Ismael sabe que el héroe es cada vez más héroe, en tanto resultan improbables sus victorias y en tanto mayor sea el contrincante.

Y arranca: con el día en que le ganó cortando arroz al rubio aquel que era una mole o cuando venció a ese mulato, que le sacaba dos espaldas, cargando sacos de quién se acuerda qué.

Habla de la sorpresa de la gente, no de cualquier gente, sino de la vieja de entonces, la de experiencia, la que sabía, porque en los temas del trabajo rudo, de la fuerza bruta y fatigosa que acaba por no ser tan bruta nada, también existen los criterio de autoridad, porque no se es un gran trabajador hasta que el mejor trabajador de todos no te dice que lo eres y además delante de muchos.

“Ve y pregúntale a este muchacho de aquí al doblar para que te diga si es verdad o mentira. Ve y pregunta, ve”.

En la saga del trabajo de Ismael también está el elogio para las únicas personas que respeta, que son las que trabajan igual o más que él, o las que mínimamente lo intentan. Se burlará de todos, sin dudas lo hará hasta rozar lo terrible, pero se acercará más tarde a mostrar, de un modo quizás torpe, su reconocimiento.

No hay motivos para desconfiar de sus alardes. Con sus 64 años y 10 mil mentiras, es demasiado fácil convocarlo a la ayuda, a descargar un camión de cualquier cosa o viceversa, a subir en hombros el piano centenario de la hija del vecino, a buscar mangos y limones en una vejovina en la que él va más de alambre de sustento, de güin de papalote, que de pasajero. No hay motivo para desconfiar, cuando así: flaco y viejo, a todos nos da cátedra.

Para cualquier cosa, para cualquiera, irá Ismael si usted lo llama y es tan noble que, a cambio, no le va a pedir un peso.

Pero no quiere que se hable de lo que él hace, de lo que le garantiza el pan, o por lo menos que se escriba. Ismael no tiene la certeza exacta, pero sí la angustiosa sospecha de que las palabras cambian las cosas. ¿Para bien? ¿Para mal? En realidad no sabe. De todo se ha visto en este mundo y hay quien prefiere el natural anonimato antes que andar debiéndole escenarios probables a la casualidad.

Ismael siembra mariposas y eso a los periodistas, dice él, no tiene por qué importarles. “Váyanse a hacer algo útil y no me jodan más”.


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Mario Ernesto Almeida Bacallao

Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana

Se han publicado 1 comentarios


Mario hector almeida
 29/10/23 14:19

Ismael es el duende de un barrio que muere y renace, es el amigo cierto que cuida de tu integridad mas q de la suya. El hermano mayor de la cuadra que desde la esquina lo ha vivido todo o casi todo. Buen articulo, ah , el piano por indication expresa de ismaelito, no se mueve mas.

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