viernes, 26 de abril de 2024

Dillinger era un niño de teta

Las fechorías de algunos políticos de la década del cuarenta y cincuenta podrían dejar en ridículo a criminales como John Dillinger...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo
en Exclusivo 30/03/2014
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dillinger
Los políticos ladrones dejaron chiquito al temible Dillinger.

Los forajidos podían sentirse satisfechos a más no poder. Sí, el golpe delincuencial ha sido impecable, de mano maestra…

¿Estoy refiriéndome a alguno de los atracos que, finalizada la Guerra Civil Norteamericana, ejecutó la pandilla de Jesse James?

¿Empezaba yo a relatar un lance de los tejanos Bonny y Clyde, outlaws tan sonados durante la Gran Depresión que después le inspirarían una exitosa película a Arthur Penn?

¿Se trata acaso –en los mismos años treinta--  de un atraco protagonizado por John Dillinger, el Enemigo Público Número Uno?

Pues allá van, paciente lector, tres noes en fila india.

Los hechos no ocurren en el Missouri de James, ni en el Suroeste que aterrorizó la pareja atrevida, ni en el Chicago donde las balas de FBI troncharon la carrera siniestra de Dillinger.

Si usted, amigo lector, dice “Cuba”, como en el juego infantil me veo obligado a admitir: “¡Caliente, caliente!”.

Basta de andarse por las ramas. El suceso que retrata este flashazo ocurrió en San Cristóbal de La Habana, y, para ser más exacto, en Calzada de Jesús del Monte 1076.

¿Radicaba allí un solvente banco, con bóvedas repletas de pesos, dólares, francos y libras esterlinas? Y aquí tengo que gritar: “¡Frío, frío!”. En la susodicha dirección estaba la  sede del Juzgado Correccional de la Sección Quinta.

El día 4 de julio de 1950 tenía el local como custodios –por llamarlos de alguna manera--  a un par de policías bostezantes, provistos de oxidados revólveres Smith and Wesson, contemporáneos de Josué cuando se libró la bíblica batalla de Jericó. Y sentían los agentes tanto interés por su labor, como en caer bajo las ruedas de las guaguas ruta 10 que por enfrente circulaban.

En la alta madrugada, golpes en la puerta. Uno de los policías, desperezándose, va a abrir, y lo esperan las bocas –“pavorosas”, como decía la crónica roja--  de seis ametralladoras Baby Thompson.

--¡To` el mundo bocabajo! ¡Al que pestañee por mi madre que lo enfrío!--  gritó un encapuchado.

Poco después, los aguerridos agentes del orden eran un par de paquetes asegurados con soga y esparadrapo. Los intrusos, sin dudar por un momento, se dirigieron específicamente a cierto estante, del cual extrajeron una resma de legajos.

Acababa de producirse un atraco que envidiaría el más relevante forajido. Porque no todos los días se da un golpe de 174 millones.

No, no existía allí tal cúmulo de numerario, sino sólo empolvada papelería judicial.

Ah, pero los autores materiales del hecho –matoncitos de a tres por kilo—estaban borrando las huellas de un saqueo al erario ejecutado antes por gentes de muy alto vuelo.

Los papeles sustraídos constituían documentos probatorios del desfalco multimillonario perpetrado durante el grausato, e incriminaban al expresidente y a muchos de sus adláteres. Se habían embolsillado desde el retiro azucarero hasta la platica de los veteranos.

La causa había quedado radicada por las denuncias del político baracoense Pelayo Cuervo, quien iba a ser asesinado años después, en El Laguito, por el SIM batistiano.

Y de seguro usted, memorioso lector, coincidirá conmigo en que aquellos tunantes, borrando la pista de los 174 millones, dieron un palo que empequeñeció a Jesse James, hizo sonrojarse a Bonny y a Clyde, y dejó a Dillinger cual un tontuelo principiante. 


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).


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