martes, 30 de abril de 2024

Jugar no es solo diversión

A pesar del incalculable valor del juego es innegable que en la actualidad se le resta impor­tancia y se ignora sus propiedades educativas, e incluso terapéuticas...

Yuniel Labacena Romero en Exclusivo 28/05/2016
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No dudas de que jugar es una fuente inagotable de placer, alegría, descubrimientos, reto, satisfacción… Jugar es un derecho para la infancia y una necesidad para toda la vida, que no contempla edades. Sin embargo muchos olvidan esos preceptos como también aquellos que aseguran que el juego permite un crecimiento equilibrado del cuerpo, la inteligencia, la afectividad y la sociabilidad.

Según la Doctora en Ciencias Pedagógicas Keyla Estévez García, coordinadora de la Sección Juego y Sociedad, de la Asociación de Pedagogos de Cuba, el juego es una actividad libre de cualquier persona, (independientemente a la edad que presente), socialmente condicionada, desprovista de interés material, abierta a la heterogeneidad de interrelaciones; es campo de alegrías, de reafirmación de conocimientos y de obtención de otros nuevos, que está íntimamente ligado al desarrollo integral de la personalidad.

—¿Qué implicaciones tiene para el desarrollo infantil estimular o no el juego?

—El derecho al juego constituye un estímulo para el desarrollo afectivo, físico, intelectual y social de la niñez y la adolescencia, además de ser un factor de equilibrio y autorrealización. Se debe tomar en cuenta que el juego es una manera eficaz de acercarse a los menores de edad marginados, discriminados, huérfanos, a los que tienen limitaciones mentales o físicas, a los que viven o trabajan en la calle, a los que son víctimas de explotación sexual.

“Esta actividad es esencial para el desarrollo del individuo como lo es la educación, la alimentación o la salud. Si los niños, y niñas pudieran crecer en la alegría del juego devendrían adultos con mayor salud física y mental y la actitud lúdica les acompañaría siempre. El juego resulta una valiosa herramienta para generar una sociedad mejor, fomentando la comunicación entre las personas, profundizando en las relaciones de los individuos de una comunidad y reconciliando posturas antagónicas.

“El juego potencia la creatividad y el talento, estimulando la posibilidad de ver las cosas de distintas formas, favoreciendo mentes abiertas, alimentando la capacidad de transformar los conceptos e imaginar perspectivas nuevas. El juego incide directamente en el desarrollo de la inteligencia emocional: en la capacidad de controlar las emociones, de motivarse uno mismo, en el reconocimiento de las emociones ajenas y en el control de las relaciones”.

—¿Se puede pensar en el juego como una actividad recreativa?

—Puede ser un fin porque proporciona esparcimiento pero también puede ser un medio para alcanzar un fin, y en ese sentido los padres pueden crear juegos para que sus hijos aprendan, por ejemplo, a recoger los juguetes, despertarles el interés por algunos alimentos, enseñarles a lavarse los dientes y muchas cosas más. Hemos mencionado algunas de las ventajas que tiene el juego y, sin embargo, desde el sistema escolar se está presionando al niño para que cada vez, a más temprana edad, entre a una educación formal en la que el juego tiene escasa cabida.

“Un niño que juega es un niño que ama la vida, que entiende y tolera situaciones difíciles, que ama a quienes les rodean, es un niño que sonríe y es feliz. El juego es un derecho que tiene todo niño y una oportunidad que tenemos los adultos de pasar un buen rato y de aprender de esa capacidad que tienen los niños de disfrutar y admirarse con las cosas simples. No hay dudas de que esta práctica es algo muy seria. El humor, los juegos, el alboroto, el coqueteo y la fantasía implican mucho más que diversión. Jugar mucho en la infancia hace adultos felices e inteligentes. Y si somos capaces de mantenerlo, puede hacernos aún más inteligentes a cualquier edad”.

—Con la llegada de las nuevas tecnologías están cambiando los juegos de años atrás, ¿qué hacer ante este escenario?

—La sociedad actual está enmarcada en una época de transformaciones y en un período de adaptación a las nuevas tecnologías. Internet, móviles y videojuegos ocupan un espacio importante en el proceso de  socialización, influyendo en comportamientos y actitudes. En la actualidad los juegos están variando, pues el juego que veíamos en las calles y plazuelas con niños reunidos en grupos, están siendo desplazados y afectados por los modernos juegos de vídeo, internet y la televisión. Es por ello que los padres y la sociedad en general deben priorizar espacios y mejores condiciones para el juego de los niños, sin olvidar que el mejor escenario para jugar es el hogar mismo.

“El rescate de los juegos tradicionales es una vía y no solo pasa por el hecho de minimizar a los videojuegos (entre ellos no hay una guerra declarada), lo tradicional, es sentido de identidad de arraigo, de memoria histórica. Si cambian estos patrones moriría esta historia. Crecimos en nuestros barrios con el bullicio y la algarabía de los más pequeños jugando con los mínimos recursos. Eso debe rescatarse en cada cuadra y en nuestras instituciones escolares”.

—¿Como vincular a los adultos al juego de los infantes?

—A pesar del incalculable valor del juego es innegable que en la actualidad se le resta impor­tancia y es tomado por lo adultos solo como una actividad recreativa, se ignora sus propiedades educativas e incluso, terapéuticas. La vida mo­derna cada vez nos aleja más de los momentos de disfrute que podemos pasar jugando, el ritmo de trabajo de los padres, la dedicación hacia activi­dades escolares o aquellos que son considerados muchas veces por los alumnos como “más pro­ductivas”, hacen que se dificulte el espontáneo desarrollo de la actividad lúdica en la infancia.

“El juego nos identifica como personas y nos define. El juego auténtico constituye una de las bases más esenciales de la civilización. El juego forma parte de nuestra historia, nos define como personas y como comunidad, mostrándonos así toda la profundidad. Pero a menudo los adultos olvidamos y hasta menospreciamos esta capaci­dad. Nos volvemos serios y nos ocupamos de cosas importantes y útiles. Como el viejo del planeta que visita el Principito.

“El juego nos compromete, nos muestra tal como somos, espontáneos y naturales. Y eso nos pone en una situación de incertidumbre y vulne­rabilidad que nos da miedo. Miedo al ridículo, a lo que dirán, vergüenza. Pero sabemos que cuando nos damos permiso para reír, soñar, jugar y somos capaces de tomarnos menos en serio, nuestra mirada al mundo cambia. El adulto que juega, igual que el niño, está más preparado para abor­dar de manera creativa los viejos y nuevos retos, ha desarrollado más defensas a la frustración y expresa de manera más sana sus sentimientos y emociones.

“Porque si hoy, como adultos, somos capaces de superar retos de la vida es, probablemente, porque un día nos atrevimos a subir a una bicicleta. Si disfrutamos de la contemplación de un cuadro es porque muchas tardes nos quedamos emboba­dos viendo bailar una peonza. Seguramente, si podemos ponernos en el lugar de otro es porque alguna vez jugamos a ser otra persona. Démonos permiso y recuperemos la capacidad de jugar y de disfrutar lo que somos y lo que tenemos”.

—¿Se es feliz cuando se juega?

“¡Una persona que juega es una persona más feliz! Un mundo sin juego, sin deportes ni actividades lúdicas como la lectura, el cine, el arte, la música, el teatro, los chistes, sería una vida mucho más vacía, sería más triste. El juego no sólo nos permite evadirnos de lo mundano, sino que es, en último término, responsable de nuestra existencia como seres inteligentes. Los momentos en que jugamos son a menudo aquellos en los que más vivos nos sentimos y que acaban convirtiéndose en nuestros mejores recuerdos.

“Volver a encontrar nuestra pasión y ponerla en práctica no sólo resul­ta fundamental para nuestro bienestar: es urgente para nuestra salud y felicidad.  Jugar no es sólo cosa de niños, Jugar es, por encima de todo, una actitud vital, una manera concreta de abordar la vida libre y placenteramente. Jugando no solo nos divertimos, sino que el juego forma parte integral de nuestro desarrollo y evolución, nos ayuda a ser más felices, y su impacto amplifica nuestras habilidades sociales, emocionales, cognitivas, de aprendizaje, nuestra capacidad para innovar y crear, mejora nuestra salud, y nos permite en fin, crecer”.


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Yuniel Labacena Romero


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