lunes, 6 de mayo de 2024

En nosotras está el cambio

La violencia no se justifica en ningún caso. Ser hombre o mujer no nos condiciona la potestad de decidir sobre la vida de otro...

Ana María Domínguez Cruz en Exclusivo 25/11/2019
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Día Mundial Contra la Violencia
La violencia no se justifica en ningún caso. Ser hombre o mujer no nos condiciona la potestad de decidir sobre la vida de otro (Fuente: Enfemenino)

La violencia de género ha sido, y sigue siendo en muchas naciones, un delito oculto, invisible, del que, a veces, ni las mismas mujeres quieren hablar. Parece mentira. Si tenemos en cuenta que los derechos femeninos se promulgan a diestra y siniestra, y que los gobiernos en sus campañas electorales, enarbolan convencidos mensajes de inclusión y respeto.

En el caso de Cuba, donde mujeres y hombres gozan de todos los derechos en coexistencia con prejuicios que, innegablemente, persisten, la Constitución recién aprobada contempla justamente el respeto a esos derechos. Es en el artículo 43 donde se establece que: “La mujer y el hombre tienen iguales derechos y responsabilidades en lo económico, político, cultural, laboral, social, familiar y en cualquier otro ámbito. El Estado garantiza que se ofrezcan a ambos las mismas oportunidades y posibilidades. El Estado propicia el desarrollo integral de las mujeres y su plena participación social. Asegura el ejercicio de sus derechos sexuales y reproductivos, las protege de la violencia de género en cualquiera de sus manifestaciones y espacios, y crea los mecanismos institucionales y legales para ello”.

En las últimas líneas me detengo. Existe, por ley, el escenario propicio para denunciar aquello que va en contra de lo establecido por principio, y los mecanismos formales para hacerlo. Existen, además, las formas de castigo para cada una de esas violaciones de la integridad de los ciudadanos. Sin embargo, y en pleno juicio, me atrevo a afirmar que falta educación y comprensión en torno al tema, sí, pero sobre todo, valor.

No se trata de repartir culpas o de reconocernos a nosotras mismas como el eslabón más débil de esa cadena de maltratos (psicológicos, verbales, físicos, sexuales…) Pero somos quienes debemos impulsar el cambio desde el inicio.

¿No somos madres de esos hijos que, al crecer, serán capaces de respetar a una mujer en calidad de ser humano y como profesionales sin hacerlas objeto de sus deseos y agresiones por diferentes motivos?  ¿No somos las mismas que, por miedo a criar los hijos sola o a decepcionar a la familia o por temor a no encontrar soluciones económicas iguales o mejores, “perdonamos”? Somos las mujeres quienes, por miedo (MIEDO), denunciamos en el mejor de los casos y luego retiramos la acusación…

En nosotras las hijas ven su ejemplo de vida a seguir, en nosotras los hombres ven la fortaleza o no de una personalidad que permite o no…en nosotras nuestros hijos ven los referentes educaciones para la formación de su personalidad. En nosotras está el cambio, aunque no por ello nosotras debemos librar esta batalla solas.

No tengo derecho yo, mujer al fin y al cabo, de juzgar. NO soy quien tiene los hilos de la vida en mis manos para cambiar o no lo que sucede, y decirle a aquella que recoja sus cosas y se vaya de la casa del marido aunque no tenga techo para vivir, o a esta que vaya a la estación de policía a denunciar la primera agresión de su pareja, o a ti que me lees,  que eduques a tu descendencia en el respeto a todos por igual, sin que el género sea el que condicione la superioridad. No soy yo quien tiene la verdad en la mano, pero soy parte del problema.

La conmemoración del Día Internacional contra la Violencia de Género cada 25 de noviembre puede ser un buen momento para reflexionar, pero son todos los días el ideal escenario para ello. Recuerdo algunos de los resultados publicados de la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género, realizada en 2016 por el Centro de Estudios de la Mujer de la FMC y el Centro de Estudios de Población y Desarrollo (CEPDE) de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) con 19 189 personas entre los 15 y los 74 años.

El 79,4 % no justificaba la brutalidad contra ninguno de los dos sexos, pero algunos disculpaban la crueldad contra las mujeres por la infidelidad como motivo, mientras que en el caso de los hombres la causa era la homosexualidad. Además, el 39,6 % de las mujeres y el 43 % de los varones estimaban que la agresión a la pareja es un asunto de ellos, que no debe ser de conocimiento público.

Aproximadamente el 80 % de los encuestados reconocía que dicho problema existe en mayor o menor grado dentro de nuestra sociedad, y que podía reconocerse como violencia las agresiones psicológicas, como gritar, ofender, amenazar, ignorar o limitar sus visitas a amistades y familiares. El abuso sexual solo fue referido por el 2,2 % de las mujeres, lo cual no quiere decir que el resto no lo haya padecido.

Lo triste es que, de las mujeres maltratadas solo el 3,7 % ha acudido a alguna institución u organización social, siendo la Policía, la Fiscalía y la FMC los lugares a donde más se dirigen en busca de auxilio. La mayoría no se concibe como víctima, y en todo caso, se juzga culpable de “no poder satisfacer al esposo, siendo mejor persona”.

La violencia no se justifica en ningún caso. Ser hombre o mujer no nos condiciona la potestad  de decidir sobre la vida de otro. Decir “perdóname, no volverá a repetirse”, no funciona. Lo que una vez sucede, puede repetirse. Lo que una vez se permite, volverá a sufrirse.

Cada vez somos más las valientes. No porque seamos igual de violentas ante una agresión, sino porque somos capaces, en primer lugar, de comprender el fenómeno. Después, y haciendo uso de las estructuras creadas en la sociedad para encauzar el asunto, se materializa mejor esa valentía. Se respirará mejor, sin dudas.


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Ana María Domínguez Cruz

"Una periodista cubana en mi tercera década de vida, dispuesta a deslizar mis dedos por el teclado".


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