La ciudad de Santa Clara es ahora más cosmopolita. Sus calles fueron tomadas por los acentos y estos imprimen sonoridad a la muchedumbre. Sonrisas canadienses saludan hasta últimas horas los rayos de sol, esos que se desparraman en las plazas con orgullo. Miradas francesas le escudriñan el rostro a los lugareños como quien busca la respuesta a tanta vida cálida, amalgamada en su diversidad. Mientras el Mejunje de todos se abre a los pininos musicales de un grupo de rock, europeo por cierto.
Santa Clara viste de “extraños”que se detienen en cualquier traza de historia, llegan hasta la Biblioteca Martí preguntando en portugués por un mapa de la provincia o se mezclan en la cola del Telepunto, y clientes de la factura telefónica le dan las primeras clases acerca de la conexión WIFI, también recién llegada a la ciudad.
El monumento al tren blindado envuelve fotografías y guaguas Yutong o Transtur. Quienes descienden de de ellas disfrutan más a la gente que al tren. Se embelesan con los que pasan, miran a los que miran y se enamoran quizás de quienes les devuelven el saludo.
Esto sucede en Santa Clara, tierra de Marta Abreu y del Che, donde atractivos históricos y culturales convidan a postergar estancias; pero, carretera mediante, el centro se abre más a la historia, atrapa a sus huéspedes con estampas coloniales, con sus villas de medio milenio y sus gestas. ¡Luego, la exquisitez de nuestras regiones costeras!: playas de pulcro azul, entre otras deliciosas opciones para el