sábado, 27 de julio de 2024

Una encuesta sobre las encuestas

El triunfo de Donald Trump en Estados Unidos no solo ha destapado los temores de minorías, grupos sociales, analistas políticos y hasta naciones; sino que ha reavivado el debate sobre la real efectividad de las encuestas...

Enrique Manuel Milanés León en Exclusivo 12/11/2016
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Si se decodifica correctamente, Internet puede ser el oráculo de nuestro tiempo. Vaya uno, entre infinidad de ejemplos que pudieran citarse: en febrero de 2013, @Russ_Steinberg, un usuario de Twitter cansado de las fanfarronadas del otro, le espetó a @RealDonaldTrump: “Si tanto odia a América, ¿por qué no se postula como presidente y arregla las cosas?”. La respuesta del magnate es ya una pieza antológica de la adivinación: “Ojo”.

A partir del próximo 20 de enero, Estados Unidos y el mundo entero estarán condenados a vivir bajo el designio poderoso del para entonces presidente Donald Trump. Casi nadie lo esperaba porque casi todos creyeron las encuestas y pocos se asomaron con sed de saber a un “espejo mágico” más nítido que ellas para saber quién era “el más agraciado” en el bosque de la Casa Blanca: las redes sociales.

Hillary Clinton venció en los tres debates presidenciales, llevaba la mejor parte en los medios tradicionales, tenía un gran currículo político, mayor respaldo de figuras del arte, la comunicación y el deporte, y sacaba entre tres y cuatro puntos de ventaja en los sondeos, pero ni esa maquinaria le resultó suficiente para ganar.

Las recientes elecciones presidenciales en la primera potencia mundial han dejado mucha tarea para la casa a los analistas, porque su labor fue tan fallida como la del meteorólogo que no ve, y no anuncia, la inmediata llegada de un poderoso huracán que termina asolándolo todo.

La primera lección que muchos han sacado es que se puede ganar con los medios de comunicación, sin los medios y aun contra ellos. Al parecer, los medios tradicionales no son del todo ese cuarto poder tan temible. ¿Será que, como los tenistas en declive, han bajado al quinto, al octavo, al décimo… lugar del escalafón? Lo cierto es que Twitter, Facebook y compañía parecen poder más que ellos, al menos si se trata de diagnosticar y proyectar lo que piensa la gente.

Se ha establecido, según publicó el sitio dinero.com, que los seguidores de Trump en Twitter conformaron una red muy conectada, con un alto nivel de colaboración, mientras que los de Clinton no mostraban similar compactación. Y mientras en momentos clave de la campaña, Trump generaba unos 10 000 tweets cada 15 minutos, en ese lapso Clinton solo producía unos 3000.

Las encuestas, tal como las hemos conocido hasta ahora, están caducando. Su descalabro de cara al 9 de noviembre han hecho recordar el día de 1948 en que un muy risueño Harry Truman, a la sazón electo presidente, levantaba ante los medios, victorioso la portada en la que el día anterior el Chicago Daily Tribune se atrevía a anticipar, persuadido por encuestas, este titular: “Dewey derrota a Truman”. No pasó esta vez, con Hillary y Donald, porque la inmediatez de los medios actuales anula la posibilidad de publicar pifias semejantes, pero todos saben que la prensa, la chiquita y la grande, esperaba otro desenlace.

No solo en Estados Unidos las grandes encuestas han resbalado con una inocente cáscara de platanito. Ocurrió en Reino Unido, donde David Cameron, confiado en ellas, abrió el camino de un referendo sobre el eventual abandono de la Unión Europea —conocido como brexit— que no solo triunfó, contra su pronóstico personal, sino que provocó su salida, abochornado, de Downing Street y la estampida política de los propios líderes de la escisión.

Los sondeos también “cayeron en combate” en Colombia, donde pronosticaban la victoria del Sí en la consulta sobre el acuerdo de paz entre el Gobierno y las guerrilleras FARC-EP, y la respuesta al plebiscito resultó sorprendentemente negativa.

Frente a tales fiascos, varios estudiosos comentan las dificultades de las encuestadoras para anticipar con efectividad la asistencia a las urnas y contactar, en su consulta previa, a votantes reales.

La lista de falencias es aún mayor: en Perú, las encuestas veían presidenta a Keiko Fujimori y salió electo Pedro Pablo Kuczynski; en Argentina, Macri rompió el pronóstico ganador de Scioli; en España no se produjo, al menos no en el momento anunciado, el “sorpasso” con que Podemos rebasaría al PSOE como primera fuerza opositora… y así, hay cierto etcétera.

La Universidad de Southampton, Reino Unido, ha señalado que las encuestadoras fallan pues no contactan el adecuado perfil del votante. Muchas firmas, dicen, reconocen aprietos para consultar grupos demográficos vitales, como los jóvenes. El público muestra resistencia a responder llamadas de teléfonos fijos —técnica muy habitual de las firmas de sondeos— no solo por el temor de que sea una comunicación de promoción comercial sino por el sencillo hecho de que los jóvenes se entienden mejor con el móvil.

Otra arista que sale a colación es que cada consulta es financiada por grupos de prensa u otro perfil, que tienen una inclinación previa y que no siempre se animan a encarar y publicar la proyección real de los electores. Es ahí cuando estas entidades actúan como partidos políticos adicionales.

De cara a la “trumpada” que el polémico magnate —llevará tiempo que le podamos llamar, sin sonrojarnos, político o estadista— le ha dado a los vaticinios, se comenta mucho que las encuestas no consiguen sinceridad cuando las personas propenden a votar contra la convención moral dominante.

Así como votar por el brexit en Reino Unido y contra el acuerdo de paz en Colombia, respaldar en urnas a un hombre racista, misógino, antiinmigrante, nacionalista a ultranza y del todo grosero, era y es moralmente incorrecto, de modo que, como sucedió en aquellas otras naciones, en Estados Unidos miles de votantes de la vergüenza callaron o mintieron a los encuestadores, cosa que, ya se sabe, no es delito sino práctica.

Imparciales como simulan ser, las encuestas no pueden contemplar el hecho de que el mundo está cansado del status quo dominante, y las respuestas que da no siempre son del todo racionales. A menudo, la humanidad reacciona a la locura con locura, y eso no puede registrarse con acierto y corrección política.

Con la victoria de Donald Trump, la ultraderecha se afila los dientes, no solo en Estados Unidos sino en Europa. ¿Qué pasará en meses, en las elecciones de Francia y Alemania? Por favor, no le vayan a preguntar a las encuestas.

Después de que los colombianos se pronunciasen negativamente sobre su propia paz, John Carlin escribió en El País, el 3 de octubre de este año, un duro artículo titulado “El año en el que vivimos estúpidamente”, que arrancaba así: “Lo que nos falta ahora es que Donald Trump acabe siendo presidente”. Bueno, ¿qué hacemos ahora que acabó siéndolo y aquel “Ojo” del magnate en Twitter se hizo realidad?


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Enrique Manuel Milanés León

Con un cuarto de siglo en el «negocio», zapateando la provincia, llegando a la capital, mirando el mundo desde una hendija… he aprendido que cada vez sé menos porque cada vez (me) pregunto más. En medio de desgarraduras y dilemas, el periodismo nos plantea una suerte de ufología: la verdad está ahí afuera y hay que salir a buscarla.


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