jueves, 25 de abril de 2024

Hubo Moncada porque hubo Martí

Martí y el Moncada son la ola y su cresta. Son el puntal que ha permitido mantener vivo aquel arrojo moral que cumple este año su 60 Aniversario…

Omar Rafael García Lazo en Exclusivo 27/07/2013
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Bandera cubana martí
Martí encarna el crisol ideológico de la Nación y es la expresión material y subjetiva del bien.

Fue hace ya muchos años. Llevaba varias semanas leyendo las obras de José Martí en una pequeña biblioteca. Sus discursos sonaban en mis oídos. Sus artículos periodísticos dibujaban la época; y sus cartas revelaban las esencias más humanas de aquel hombre intranquilo.

Cada línea leída, cada cuartilla que dejaba atrás, configuraban ante mí una imagen más nítida, más completa de aquel hombre comido por las ansias de justicia y redención humana.

Y fue allí, en aquella estrecha sala rodeada de libros sobre él, que comprendí finalmente aquella frase que aprendemos casi antes de leer y escribir: José Martí fue el autor intelectual del ataque al Moncada.

Yo sabía, claro que sabía. ¿Qué cubano no sabe por qué Fidel dijo aquello en el juicio? Pero no es lo mismo saber que comprender. No es lo mismo sentir en lo más profundo de la conciencia esa sensación, ese escalofrío que te provoca la convicción.

Martí encarna el crisol ideológico de la Nación y es la expresión material y subjetiva del bien. No solo se empeñó en alcanzar la independencia de Cuba, en luchar por la unidad latinoamericana, en evitar el empuje sobre nuestras tierras del colosal imperio del Norte, sino que engarzó esos sueños posibles con sus conceptos sobre la libertad y la dignidad humanas, levantados sobre bases éticas muy sólidas, contrarias a cualquier tipo de injusticia, discriminación y explotación.

Esa amalgama libertaria y redentora, esa novísima conjugación de nobles ideas, es lo que Mella llamó “el misterio del programa ultra-democrático” que aspiraba a una república “con todos y para el bien de todos”.

Es por ello que Martí fue brotando cual manantial en las primeras generaciones republicanas de cubanos hasta hacerse llamas e iluminar aquella noche habanera de enero de 1953. Era su cumpleaños 100. Era el renacer de la esperanza. Era “el sol del mundo moral” que desafiaba la afrenta del oprobio, de la cadena, del cuartelazo artero de aquel marzo gris de 1952.

Un caudal de antorchas empuñadas por miles de jóvenes descendió por la escalinata universitaria. Era un haz de ideales con el Apóstol en su centro. No hubo antorchas luctuosas. Su luz era guerrera y lidiaba contra el bochorno, la desidia y el miedo. Hubo antorchas porque hubo José Martí.

Allí marchaba la semilla. La estirpe más pura de una generación insumisa. El paso organizado, el brazo firme, el compañero desconocido. Era la Generación del Centenario.

Menos de cinco meses después sobrevino la primera prueba. Era domingo de Santa Ana. La fiesta concluyó con un amanecer de balas. “¡Ya estamos en combate!” Eran Santiago y Bayamo. La indómita ciudad y la cuna de la Patria. Y un centenar de jóvenes con las ideas de Martí en el pecho asaltaban la historia. Y aquel misterio que identificó Mella, envolvió a los jóvenes que hicieron revivir al Apóstol con cien años. Era el 26 de julio de 1953.

Sin conocer ese misterio martiano, no se puede comprender la actitud, la entrega, el desprendimiento, la voluntad transformadora y justiciera que emergió de la vergüenza, la ética, la disposición y la valentía consecuente de aquellos jóvenes.

No podía el tribunal esperar otra respuesta. Fue Martí el que sembró la idea del Moncada. Fue Martí el autor intelectual. Y fueron sus más preclaros discípulos, sus mejores hijos, los que empuñaron las armas y marcaron el rumbo del futuro.

Martí y el Moncada son la ola y su cresta. Son la armazón dialéctica del camino ético y revolucionario de una Nación y sus luchas por la libertad. Son el puntal que ha permitido mantener vivo aquel arrojo moral que cumple este año su 60 Aniversario.

El Moncada mostró al país el curso que seguiría la Generación del Centenario: la estrategia de lucha armada, sus bases ideológicas, sus metas sociales, su moralidad revolucionaria, sus principios políticos, avalados por la decisión de poner en juego la vida como prueba de pureza, gesto que entraña una entereza sin límites y una convicción profunda de los ideales que se defienden.

El Moncada fue la continuidad de un proceso y el inicio de la etapa definitiva de liberación nacional. Marcó la culminación de un ciclo histórico de avances y retrocesos en las luchas, para poner proa hacia una época de sacrificio y grandeza martiana que no tendría colofón hasta la victoria final de enero.

Tuvo razón Fidel cuando, con solo 26 años y las doctrinas del Maestro en su corazón, afirmó antes del asalto: “Compañeros: Podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos, pero de todas maneras, ¡óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras este movimiento triunfará”. Y vencieron. Y su pueblo los arropó en su manto, absueltos por la historia.


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Omar Rafael García Lazo


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