viernes, 29 de marzo de 2024

El primer diálogo

La comunidad cubana en los Estados Unidos, sobre todo la extrema derecha, ha tenido hasta hoy niveles de influencia en la toma de decisiones de Washington con relación a Cuba. Pero ¿qué pasó cuando la administración de Carter?...

Elier Ramírez Cañedo en Presidencia de la República Dominicana 19/07/2015
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Cualquier estudio que se proponga abordar la política de los Estados Unidos hacia la Revolución Cubana, debe tomar en cuenta el papel de la comunidad cubana en los Estados Unidos, pues esta ha tenido hasta hoy niveles de influencia en la toma de decisiones de Washington con relación a Cuba. Pero ese papel ha correspondido generalmente a la extrema derecha de esa comunidad que, al mismo tiempo, ha sido utilizada como una pieza funcional de las distintas administraciones estadounidenses en su política contra Cuba.

Sin embargo, durante la administración Carter, la extrema derecha de la comunidad no tuvo la fuerza, el nivel de organicidad, ni el respaldo del gobierno de los Estados Unidos, que tuvo después en los años de Ronald Reagan en la Casa Blanca. Además, durante el período de Carter la extrema derecha de la comunidad cubana en los Estados Unidos no sería la única con un rostro público, pues también iría ganando espacio una tendencia favorable a la normalización o a la mejoría de las relaciones con Cuba.

Por estas razones, se puede decir que el período de la administración Carter no fue solo singular porque los gobiernos de los Estados Unidos y Cuba lograron sentarse a la mesa a discutir los tópicos que estaban afectando las relaciones bilaterales entre ambos países, sino también porque por primera vez desde el triunfo de la Revolución Cubana se logró establecer un diálogo entre el gobierno cubano y un grupo de representativos de esa nueva tendencia, distanciada de las posturas tradicionales adoptadas por la extrema derecha de la comunidad cubana frente a la Revolución. Esto solo fue posible debido al cambio de actitud que mostró la administración Carter al eliminar el apoyo a los grupos terroristas que operaban contra Cuba desde el territorio estadounidense. Así lo reconocería Fidel en conferencia de prensa el 21 de noviembre de 1978: «Esto no se pudo hacer antes, ¡ni pensarlo!, porque había una situación de Estados Unidos muy grave en la época en que la CIA y el gobierno de Estados Unidos preparaban el asesinato de los dirigentes de la Revolución, los sabotajes, la contrarrevolución, los desembarcos de armas, que sostenían una guerra activa contra la Revolución Cubana».[1]

En una encuesta realizada por el Miami Herald en diciembre de 1975, el 53% de los entrevistados había manifestado su rechazo al restablecimiento de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba y el 47% estaba de acuerdo con la normalización de las mismas.

La frustración de las organizaciones contrarrevolucionarias, incapaces de cohesionar a la masa emigrada, el auge del terrorismo como expresión del fracaso de la política anticubana desarrollada por los diferentes grupos y organizaciones creadas para esos fines, condujeron a que otras corrientes se opusieran a esta práctica.

Las vertientes que comenzaron a apartarse de las posiciones tradicionales de la comunidad cubana en los Estados Unidos en relación con Cuba, se hicieron visibles sobre todo a inicios de la década de los 70; en lo fundamental, entre esos jóvenes que habían salido siendo niños de la Isla y que en los Estados Unidos habían sido especialmente marcados por la oposición a la guerra de Viet Nam y la lucha por los derechos civiles, a lo que se le unió el deseo de buscar sus raíces culturales y la necesidad de conocer la verdad del proceso revolucionario cubano.

Entre las organizaciones que surgieron por aquellos años estuvo Juventud Cubana Socialista (JSC), que se caracterizó por ser bastante radical y se dio a conocer con la consigna «no todos los cubanos son gusanos» y en ella se agruparon un número considerable de jóvenes. La JSC tuvo una vida efímera, pero constituyó la cantera fundamental de las futuras organizaciones de izquierda y de algunos de sus más egregios líderes. La segunda vertiente de este movimiento la integraron aquellos jóvenes que llegaron a la izquierda después de haber transitado el camino de la contrarrevolución. Se trató de un grupo políticamente más experimentado, en el cual Lourdes Casal descolló por sus dotes intelectuales.[2]

En 1974, estas dos vertientes, bastante informales orgánicamente, fundaron la revista Areíto, la cual tuvo mucha repercusión en los medios intelectuales de los Estados Unidos, América Latina y Cuba, y contribuyó a delinear muy bien que la comunidad cubana en los Estados Unidos no era monolítica, así como a lograr los contactos entre el gobierno cubano y sus emigrados.

Casi al mismo tiempo que Areíto, surgió la revista Joven Cuba. Sus editores fueron un grupo de jóvenes vinculados con el movimiento radical estadounidense y ansioso por conocer a fondo sus raíces cubanas.

Muchos de los vinculados a las revistas Areíto y Joven Cuba abrazaron otros proyectos, entre estos, el más fulgurante resultó ser la Brigada Antonio Maceo, a la que se integraron cientos de jóvenes. Su primer viaje a la Isla, a finales de 1977, tuvo un significativo impacto político, tanto en los Estados Unidos como en la Mayor de las Antillas, y abrió una nueva etapa en las relaciones entre los emigrados y la sociedad cubana, la cual los recibió con simpatías y solidaridad. La visita de los 55 jóvenes integrantes de la Brigada Antonio Maceo tuvo como colofón un encuentro con Fidel Castro. Este viaje constituyó la primera ocasión en que una organización de emigrados visitaba el país después del triunfo de la Revolución Cubana en 1959 y también los primeros que se reunieron con Fidel. Posteriormente otros sucesos culturales incidieron en las relaciones de acercamiento entre gran parte de los cubanos emigrados y su patria de origen, como fue la aparición del filme documental Cincuenta y cinco hermanos y el libro testimonial Contra viento y marea, este último merecedor en 1978 de uno de los premios Casa de las Américas.[3]

Otro movimiento que conmocionó a la comunidad cubana y que también se apartó del discurso tradicional fue la corriente coexistencialista, la cual abogaba por la solución pacífica y negociada del problema de la reunificación familiar y los contactos con la Isla. El grupo coexistencialista más conocido de esa etapa fue el que dirigió el reverendo Manuel Espinosa, quien fue en realidad un personaje histriónico de la farándula política de Miami. Siguiendo la línea histórica predominante en la emigración cubana más recalcitrante, su objetivo fue ganar dinero y celebridad, hoyando los bolsillos de los cándidos que creían en su retórica. Esto fue la causa fundamental por la que el movimiento coexistencialista se corrompió y se desvirtuaron sus metas.

Otra variante del coexistencialismo que cobró fuerza en la comunidad cubana, fue la que desarrollaron distintos sectores de la intelectualidad emigrada. Ella se manifestó por una aproximación distinta en el análisis y las relaciones con la sociedad cubana. El grupo fue heterogéneo política e ideológicamente como era de esperarse, pero se distinguió del resto por el nivel de elaboración de su discurso, el impacto de sus integrantes en la opinión pública y su influencia en la política de los Estados Unidos hacia Cuba. También porque su respaldo al diálogo debilitaba el basamento teórico-práctico de la contrarrevolución. Aunque no fue un grupo muy organizado, sus integrantes se nuclearon de cierta forma alrededor del Instituto de Estudios Cubanos, asociación creada en 1971, por iniciativa de la profesora María Cristina Herrera.

Como derivación del acercamiento entre Cuba y los Estados Unidos, proceso abierto durante la administración Carter, los sectores de la extrema derecha de la emigración se sintieron por vez primera soslayados en cierta medida del resto de la comunidad y disminuida su capacidad de acción. Por tales motivos, recurrieron a la más espantosa violencia y campaña propagandística para frustrar el proceso de mejoramiento de las relaciones entre ambos países y el diálogo. Ya desde finales de febrero de 1977, en una reunión con el secretario de Estado, Cyrus Vance, y el secretario Adjunto paraAsuntos Interamericanos, Terence Todman, figuras conocidas de la contrarrevolución como: Carlos Prío y Andrés Rivero Agüero, acompañados por otros representantes de la derecha de la comunidad cubana, expresaron su rechazo a un entendimiento entre los Estados Unidos y Cuba. A finales de abril y principios de mayo de 1977, individuos de esta tendencia conservadora de la comunidad cubana protestaron en manifestaciones callejeras por la presencia de 15 funcionarios cubanos que habían viajado a Miami a participar en una Conferencia Mundial sobre Productos Cítricos.[4]También numerosas organizaciones anticubanas expresaron su rechazo a la medida tomada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos de facilitar informaciones al gobierno de Cuba sobre posibles actividades terroristas. Asimismo, organizaciones contrarrevolucionarias como Omega 7 y Alpha 66 sembraron el terror en esos años con el objetivo de frenar cualquier manifestación en la comunidad cubana que reflejara un cambio en la manera de ver a Cuba y a su gobierno. Resultarían víctimas de esa ola terrorista Carlos Muñiz y Eulalio Negrín, líderes de los sectores de la comunidad cubana que abogaban por el diálogo, así como el diplomático cubano Félix García, entre otros.

En los años de la administración Carter, el 68% de las acciones desarrolladas por los grupos terroristas anticubanos ocurrió en los Estados Unidos, constituyendo según el FBI la red terrorista más peligrosa de las que actuaban en ese momento en territorio estadounidense.[5]Este sector de extrema derecha no dejó de hacer todo lo posible por torpedear cualquier posibilidad de avance de una mejor relación entre los Estados Unidos y Cuba, y en alguna medida fue un escollo más en el proceso de normalización de las relaciones con Cuba. Sobre todo, cuando comenzó a establecer sus conexiones con la nueva derecha neoconservadora que con estridencia avanzaba en el Congreso, los medios académicos y en los medios de difusión masiva. Además, este llamado «exilio histórico» de extrema derecha ejerció fuertes presiones sobre las principales figuras del ejecutivo estadounidense y sobre numerosos congresistas, manifestando su desacuerdo con la posibilidad de mejorar las relaciones con la Isla. El propio presidente Carter recibió numerosas cartas en ese sentido.

Todo lo dicho anteriormente, no significa que el papel de la extrema derecha contrarrevolucionaria fuese definitorio en el fracaso del proceso de «normalización» de las relaciones con Cuba. El obstáculo fundamental para el avance del proceso de «normalización» de las relaciones con Cuba lo puso la propia administración Carter, al convertir el internacionalismo de Cuba en objeto de negociación y en valladar fundamental de cualquier mejoría de las relaciones con la Isla. Barrera que se hizo infranqueable cuando los conflictos con la URSS se intensificaron en el período 1979-1980 y el escenario internacional mostraba los destellos del comienzo de una nueva etapa de Guerra Fría. También, cuando se hizo notorio en el mismo período el avance de una fuerte corriente de derecha a lo interno de los Estados Unidos.

El reconocimiento por parte del gobierno cubano de una tendencia dentro de la comunidad cubana en los Estados Unidos propensa al acercamiento pacífico y constructivo, así como los vínculos establecidos con elementos representativos de la misma, la consolidación de la revolución cubana, los cambios de la política estadounidense hacia Cuba, el impacto que produjo en la Isla la visita de la «Brigada Antonio Maceo» -integrada por jóvenes cubanos residentes en los Estados Unidos que habían sido sacados de Cuba cuando aún eran niños o adolescentes-, las gestiones realizadas ante el gobierno cubano por Bernardo Benes y Carlos Dascal y otros miembros y grupos de la comunidad cubana en el exterior, fueron los elementos que, de conjunto, estimularon a que la máxima dirección de la Isla decidiera apostar por el diálogo, en pos de solucionar problemas más acuciantes que afectaban tanto a la comunidad cubana en los Estados Unidos como a la Cuba revolucionaria; entre ellos la liberación de los prisioneros, la reunificación familiar y las visitas en ambas direcciones. Ello a sabiendas de que este diálogo no iba a ser del todo comprendido a lo interno de la sociedad cubana. «Yo recuerdo –señala Jesús Arboleya- incluso que la política del diálogo y la de los viajes fueron de las más cuestionadas en este país, hasta el punto de que Fidel Castro tuvo que reunir a todos los cuadros revolucionarios en el teatro Karl Marx, y dijo que los enemigos de esa política eran solo los conservadores de allá y de aquí, y que –nunca se me olvidará esa frase- “la ciencia de la Revolución era convertir a los enemigos en amigos, y que esta era esa política”».[6]

La propuesta cubana de conversar sobre estos temas se trasmitió el 6 de septiembre de 1978, cuando en conferencia de prensa con periodistas vinculados con la comunidad cubana en los Estados Unidos –casi todos de origen cubano-, Fidel Castro invitó a representativos de dicha comunidad a participar en un diálogo directo. La única condición excluyente que fijó Fidel para la selección de los participantes de la comunidad fue que no podían asistir «cabecillas de la contrarrevolución».[7] Cualquier otra persona representativa, independientemente de su orientación ideológica, si estaba dispuesta a trabajar con seriedad por la solución de los problemas que afectaban las relaciones entre el gobierno cubano y la comunidad cubana en los Estados Unidos, podía participar en las conversaciones.[8]

En el encuentro, Fidel señaló que, aunque había grupos que llevaban años trabajando en esta dirección, y obviamente debían estar representados en las conversaciones, esta tenía que ser amplia, es decir, incluir un amplio espectro de la comunidad respecto a los límites de lo negociable. Además, Fidel expresó que las cuestiones de los presos políticos y la reunificación familiar eran discutibles, excepto en cuanto a la posibilidad de liberar, antes de cumplir sus sentencias, a los presos condenados por crímenes durante la tiranía de Batista y los que mantenían vínculos con grupos terroristas activos. Específicamente en torno a Hubert Matos manifestó que no estaba excluido de las negociaciones y de la posibilidad de ser excarcelado antes de cumplir el término de su sentencia en 1979. Por otro lado, el líder de la Revolución Cubana informó a los participantes que se había decidido liberar a 48 presos y que se habían entregado las listas a los Estados Unidos donde se estaban estudiando.[9]

A su vez, el Comandante en Jefe hizo énfasis en que sólo discutiría estas cuestiones con la comunidad emigrada, porque eran asuntos que le preocupaban a ambas partes, pero no con el gobierno de los Estados Unidos al que no le incumbían.[10]Asimismo, el líder cubano recalcó que la materialización del diálogo era posible sin que ello representara una concesión de principios frente al gobierno de los Estados Unidos.

El 21 de octubre de 1978 llegó el primer vuelo a territorio estadounidense con 48 presos contrarrevolucionarios recién liberados en Cuba y 33 familiares. La burocracia norteamericana retrasó la entrada al país de otros cientos de ex reclusos y presos contrarrevolucionarios que Cuba estaba dispuesta a enviar a los Estados Unidos y cuyos nombres aparecían en varias listas que el gobierno cubano había hecho llegar al Departamento de Estado. Ese mismo día, Fidel se había reunido con una comisión de 6 miembros de la Comunidad Cubana en los Estados Unidos que tenía la responsabilidad de trasladar a los presos liberados al territorio estadounidense. En dicho encuentro el jefe de la Revolución exclamó:

No se vayan a creer ustedes que para nosotros era fácil. Para nosotros significa también un gesto valiente, porque nosotros hemos tenido que explicarle al pueblo esto, al pueblo que ha estado casi 20 años en una lucha y en un hábito de pensar. No era fácil para nosotros. No era fácil para nosotros. Porque nosotros tenemos que lograr, primero que nada, que nuestro pueblo entienda. Y si no logramos eso, pues es un fracaso. El mero hecho de plantearlo, de plantearlo aquí, incluso sin una cierta preparación previa, es una muestra de confianza en el pueblo; pero también es un acto de valentía política por nuestra parte […].

[…]

Quizás requiere más valentía por parte de ustedes, porque ustedes tienen elementos allí que pueden hacer, incluso, agresiones de tipo física contra personas que discrepen de los criterios esos; pero en el caso nuestro no tenemos ese peligro, digamos de tipo físico. Pero para nosotros los riesgos morales son más importantes que los riesgos físicos, incluso el riesgo moral de que no se entendiera aquí por la población nuestra.[11]

En esa reunión el Comandante en Jefe hizo referencia a los elementos que habían contribuido a que el gobierno cubano tomara esa decisión trascendental. Entre ellos: la consolidación de la Revolución Cubana, el cese de la política hostil del gobierno de los Estados Unidos, la clara percepción del deseo de muchos cubanos de la Comunidad de buscar sus raíces, de defender su idioma y su cultura, así como los propios contactos con esos cubanos. Sobre este último aspecto, destacó Fidel:

…hemos tenido contactos con cubanos y esos contactos nos han enseñado. Y lo digo de verdad. Los contactos con los muchachos de la brigada Antonio Maceo fue tremendo y eso causó tremendo impacto aquí.[12]

 De manera que yo estoy muy consciente –continuó Fidel- de que esto que estamos haciendo lo hacemos porque creemos que es lo que debemos hacer. Eso es lo correcto que debemos hacer. ¿Por qué dejar abandonada a la Comunidad? ¿Por qué no tomarla en cuenta?

[…]

Ahora, indiscutiblemente que si estos problemas son resueltos por la Comunidad, la Comunidad habrá resuelto lo que Estados Unidos con todo su poder, y todo su ejército y todo su dinero no pudo resolver: el problema de las visitas, el problema de los presos, todos esos problemas.

Así que nosotros estamos conscientes de lo que estamos haciendo. Sí, le estamos prestando un servicio a la Comunidad. Yo no lo voy a decir públicamente, porque no tengo por qué decir eso. Pero el hecho este es un gesto que beneficia a la Comunidad. Y a la Comunidad hay que respetarla. La Comunidad existe. La Comunidad es una fuerza y a la Comunidad se le toma en cuenta.[13]

Finalmente el líder cubano expresó la disposición de Cuba en discutir tres temas fundamentales con la Comunidad Cubana en el exterior: la cuestión de los presos, la cuestión de la reunificación y la cuestión del derecho de viajar a Cuba. La primera reacción del gobierno norteamericano fue una declaración pública acogiendo positivamente el diálogo, aunque cautelosa y moderada en su tono. Privadamente los funcionarios de la administración se dedicaron a tratar de obtener información a fin de precisar los objetivos que perseguía el gobierno cubano. El presidente Carter hizo una declaración en la que definió la actitud norteamericana de no entender Diálogo como un gesto cubano hacia los Estados Unidos y por ende expresó que no era necesario reciprocar la acción cubana. El tono de las declaraciones de Carter evidenció un frío y obligado reconocimiento.[14]

Las primeras pláticas entre representativos de la comunidad y el gobierno cubano[15]se celebraron en La Habana los días 20 y 21 de noviembre de 1978 y en ellas estuvieron presentes 75 miembros de la comunidad cubana en los Estados Unidos. Unos días después, el 8 de diciembre, se celebró el segundo momento del diálogo, y en esta ocasión la cifra de integrantes de la Comunidad llegó a 140. Entre ellos había desde profesionales, religiosos y hombres de negocios, hasta algunos ex batistianos y participantes de la invasión a Cuba por Playa Girón. Como resultado de las conversaciones, ambas partes acordaron la liberación de los 3 000 sancionados a prisión por delitos contra la seguridad del Estado Cubano y 600 más que habían violado las leyes de emigración, a razón de 400 por mes. También la liberación de todas las mujeres sancionadas sin excepción. Asimismo, la parte cubana expresó que, continuando con su política de solucionar la situación personal, social y familiar de numerosas personas que fueron arrastradas a la contrarrevolución por las distintas administraciones estadounidenses, se autorizaría la salida del país junto a sus familiares más cercanos de los sancionados por delitos contra la seguridad del estado que ya habían cumplido sus sanciones. Por su parte, los representativos de la comunidad cubana en el exterior se comprometieron a realizar las gestiones necesarias con las autoridades del gobierno de los Estados Unidos para conseguir las visas de entrada a ese país para los ex reclusos y sus familiares, así como para los actuales reclusos y familiares que desearan hacerlo.

Otro acuerdo rubricado, dirigido a contribuir a la reunificación familiar, planteaba que Cuba autorizaría la salida permanente hacia los Estados Unidos u otras naciones por razones humanitarias justificadas, de aquellas personas que tenían un vínculo familiar directo con ciudadanos o personas de origen cubano residentes en dichos países. Además, el gobierno de Cuba señaló que, a partir del mes de enero de 1979, permitiría las visitas a la Isla de cubanos residentes en el exterior, aunque podían quedar excluidos de dichas prerrogativas determinadas personas por sus antecedentes y conducta.

Los representantes de la comunidad cubana plantearon en las conversaciones cuestiones como: la creación de un Instituto del Estado Cubano para atender las cuestiones de la comunidad en el exterior, el derecho a la repatriación, la posibilidad de conceder becas de estudios a jóvenes cubanos y la posibilidad de celebrar intercambios académicos y culturales. Estas iniciativas fueron recibidas con interés por el gobierno cubano.

«Yo creo, sinceramente –destacó Fidel al concluir la reunión del 8 de diciembre-, que esto que hemos hecho y que estamos haciendo es revolucionario. Si nos hubiésemos dejado llevar por la rutina, por las cosas más fáciles, entonces no habríamos emprendido esto que estamos haciendo. Creo firmemente que no lo haríamos si no fuéramos revolucionarios. Creo que lo hacemos porque somos revolucionarios».[16]

También el Comandante en Jefe expresó a los representativos de la Comunidad Cubana en el exterior: «No se desalienten por la mala fe de alguien. No se desalienten jamás por las campañas, las intrigas, las mentiras, los insultos. Sosténganse en la convicción de que han hecho algo absolutamente correcto, lo más correcto que puede hacerse. Y estoy seguro de que ningún resentimiento, ninguna mala fe, ninguna envidia podrá arrojar ninguna mancha sobre lo que ustedes han hecho. Y estoy seguro de que tanto ustedes, como nosotros, nos sentiremos siempre satisfechos de este esfuerzo que en común hemos realizado».[17]

A partir de entonces, la polarización de la comunidad se hizo palmaria entre aquellos quienes se aferraban al statu quo, y aquellos que, aun no siendo simpatizantes del proceso revolucionario cubano se manifestaban a favor del diálogo con el gobierno cubano. En lo que respecta a los primeros, cada vez más aislados, tanto por el sentimiento generalizado de la comunidad como por la pérdida de apoyo del gobierno norteamericano, incrementaron sus actividades realizando amenazas y atentados contra la vida de los participantes en el diálogo.

Con relación al segundo grupo -pro diálogo-, este empezó a presionar al gobierno norteamericano para la rápida aceptación de los prisioneros liberados y el levantamiento del «embargo». El comité de los 75 -que había participado en el primer diálogo- decidió crear un grupo de 9 personas para informar al presidente Carter lo sucedido. También en ese sentido, el recién liberado Tony Cuesta criticó a su llegada a los Estados Unidos, las medidas dilatorias del Departamento de Justicia en recibir a los prisioneros puestos en libertad y señaló que, ante la medida tomada por Fidel Castro, la administración demócrata debería responder con el mejoramiento de relaciones.

Por lo que se refiere al levantamiento del bloqueo, el Comité Cubano Americano pro-normalización de relaciones, creado por integrantes de la comunidad, llegó a reunir 10 000 firmas de cubanos residentes en los Estados Unidos a favor de la normalización en una carta abierta al presidente Carter, entregada también al Departamento de Estado y al Congreso de ese país. Asimismo, los integrantes del Comité desplegaron una intensa campaña política a través de conferencias y entrevistas con congresistas norteamericanos.[18]

Lo expuesto hasta aquí da cuenta de que el diálogo no solo sirvió para resolver los problemas existentes entre los cubanos de Cuba y los radicados en los Estados Unidos, o para crear conciencia del pluralismo político dentro de la comunidad, sino también porque Cuba eliminó unilateralmente, sin que fuera parte de una negociación con los Estados Unidos, la cuestión de los «presos políticos». El gobierno de Washington solo intervendría en la autorización y forma de entrada a su territorio. Los resultados del Diálogo situaron a la emigración cubana en el exterior, fundamentalmente en los Estados Unidos, como un factor a favor del cambio de la política de los Estados Unidos hacia Cuba y crearon un clima favorable a mejoramiento de las relaciones, que luego sería empañado por la llamada «crisis» de los MIG-23.

Al mismo tiempo, el Diálogo colocó a Washington en una situación difícil y apremiante, pues si uno de sus reclamos fundamentales a Cuba, bajo su retórica de los derechos humanos, había sido la excarcelación de los presos políticos cubanos y la reunificación de las familias cubanas divididas; entonces no podía negarse, ni siquiera actuar con reticencia, ante los acuerdos formalizados entre la comunidad cubana en el exterior y el gobierno de la Isla, pues de hecho, estos satisfacían esta aspiración. Cualquier acción en ese sentido podía restar credibilidad a la administración demócrata, especialmente al presidente Carter, frente a la opinión pública doméstica e internacional, sobre todo ante la comunidad cubana en los Estados Unidos.

 Notas

[1]Granma, 22 de noviembre de 1978. Conferencia ofrecida por el Comandante en Jefe Fidel Castro, al finalizar la reunión con un grupo de personas representativas de la Comunidad Cubana en el exterior celebrada durante los días 20 y 21 de noviembre de 1978.

[2]Jesús Arboleya: La Contrarrevolución Cubana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2000, pp.168-169.

[3]María Lobaina, Rosa, Maria Teresa Miyar y Manuel Jorge Suzarte: «La Brigada Antonio Maceo: Un Análisis de la Juventud Progresista Cubana en los Estados Unidos» (ponencia al Simposio Sobre el Estudio de la Juventud), Departamento de Investigaciones sobre Estados Unidos (DISEU), UH, 1985, p.8.

[4] Información Cablegráfica del Comité Central, no 104, 4 de mayo de 1977, pp.2-3.

[5] Jesús Arboleya, Ob.Cit, p.167.

[6] «El Mariel treinta años después», revista Temas no 68, octubre-diciembre de 2011, p.83.

[7]Bohemia, no 37, 15 de septiembre de 1978, pp. 52-66, (Entrevista concedida por Fidel Castro a periodistas que escriben para la comunidad cubana en el exterior y varios periodistas norteamericanos, el 6 de septiembre de 1978).

[8] Ibídem.

[9] Ídem.

[10] Ídem.

[11] Entrevista del Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, con miembros de la Comunidad Cubana en el exterior el 21 de octubre de 1978, (Versiones Taquigráficas del Consejo de Estado).

[12] Ídem.

[13] Ídem.

[14] Informe sobre las relaciones bilaterales Cuba-Estados Unidos octubre-diciembre de 1978. Archivo del MINREX.

[15] Por el gobierno cubano participaron el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, Presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros; Juan Almeida, Vicepresidente del Consejo de Estado; Sergio del Valle, Ministro del Interior; Osmany Cienfuegos, Secretario del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros; José Machado Ventura, Miembro del Consejo de Estado; Jaime Crombet, Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular; Ricardo Alarcón, Viceministro de Relaciones Exteriores; Aleida March, Diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular y René Rodríguez, Presidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos.

[16] Editora Política: Diálogo del gobierno Cubano y Personas Representativas de la Comunidad Cubana en el Exterior, La Habana, 1994.

[17] Ídem.

[18]Areíto, vol. V, 1979, #19-20.


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Elier Ramírez Cañedo


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