miércoles, 24 de abril de 2024

Biden, más de lo mismo (+Infografía)(+Video)

Pese a prometer un acercamiento con Cuba, la actual administración estadounidense culminará el año marcado por la misma retórica hostil e injerencista de mandatos anteriores…

Haroldo Miguel Luis Castro en Exclusivo 28/12/2021
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J. Biden
De momento no parece que vaya haber un cambio en la postura asumida por el ejectuivo nortemaericano con relación a la Mayor de las Antillas (Foto: Evan Vucci/AP).

El 2021 quedará como uno de los años más lamentables de la última década si a la relación entre Cuba Estados Unidos (E.E.U.U) nos referimos. Decepcionante porque el sentido común indicaba que tras el periodo de tensión generado durante la administración de Donald J. Trump (2017-2021) solo había cabida para volver al diálogo y el entendimiento. Y, sin embargo, nos equivocamos.

La victoria del demócrata Joseph R. Biden en las elecciones presidenciales de 2020 marcó un posible retorno al ambiente de acercamiento y cooperación logrado por los entonces mandatarios Barack Obama (2009-2017) y Raúl Castro o, al menos, al cese gradual de la hostilidad diplomática.

Quien fuera vicepresidente en los dos mandatos de Obama, prometió en su campaña electoral revisar la postura de Trump con relación a la Isla. Incluso, el equipo que designó para manejar la política exterior destacó por su familiaridad con el tema cubano, pues muchos estuvieron implicados de manera directa en las negociaciones efectuadas antes y después del restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Entre ellos, sobresalieron el secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas—nacido en La Habana— el secretario de Estado, Antony Blinken y la directora de la Agencia de E.E.U.U para el Desarrollo Internacional, Samantha Power.

Si bien Biden llegó a la Casa Blanca con intereses definidos y una cosmovisión política diferente a la de su antecesor demócrata, se esperaba que asumiera una postura similar a este respecto a la Mayor de las Antillas; aun cuando el contexto regional e internacional se antojaba mucho más desfavorable que el heredado de George W. Bush y se viera obligado a priorizar desafíos internos como la delicada situación sanitaria causada por el coronavirus, la crisis económica el desempleo, el racismo sistémico o la violencia policial.

En sus primeros seis meses el dignatario apenas se involucró de forma pública en los asuntos vinculados con Cuba. Eso sí, mantuvo el bloqueo económico comercial y financiero como eje central de la política de E.E.U.U además de las 243 medidas impulsadas durante la era Trump. Una estrategia pensada para aprovechar el impacto negativo de la COVID-19, agudizar el descontento social y terminar de asfixiar el Gobierno y el Partido Comunista encabezado por Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Acciones que, por solo mencionar algún ejemplo, generaron afectaciones en el sector de la salud, la industria y el turismo valoradas en cientos de millones de dólares.

A raíz de las manifestaciones del 11 de julio hubo una mayor atención de Washington. Así lo reconoció entonces el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, al expresar en una entrevista concedida al canal de noticias CNN que las circunstancias habían cambiado y se reconsideraban opciones.

Bajo el argumento del apoyo incondicional al pueblo cubano y la denuncia de supuestas violaciones de derechos humanos, voceros de la presidencia norteamericana con una retórica hostil e injerencista comenzaron a hablar de una “tercera vía” —incoherente por definición—para lidiar con Cuba, basada en atentar contra las instituciones y los mecanismos de subsistencia del Estado mientras se garantizan las libertades y la prosperidad económica de la sociedad.

Amparado en la Ley Global Magnitsky, Biden sancionó a funcionarios del Ministerio del Interior y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, acto irrelevante en la práctica, pero que alimentó una campaña de difamación y descrédito ensañada, por cierto, con la cooperación médica de las brigadas internacionalistas. Asimismo, alargó su decisión de reanudar el envío de remesas, una de las principales fuentes de ingreso de la población, y mantuvo al país en la lista de naciones patrocinadores del terrorismo, lo que perjudica la realización de operaciones financieras y la adquisición de insumos básicos.

Desmarcada por completo del legado de Obama, lo hecho hasta la fecha por la actual presidencia estadounidense se explica, en buena parte, por la creciente influencia del senador Robert Menéndez, quien, como presidente del Comité de Relaciones Exteriores, ejerce un enorme poder sobre los candidatos a los diversos cargos gubernamentales. Menéndez, hijo de inmigrantes cubanos, ha sobresalido por exigir movimientos mucho más radicales y oponerse a cualquier intento de diálogo

A ello se le suma el juego político en el Congreso y el Senado, donde radica un lobby cubanoamericano muy activo que resulta determinante en cualquier proceso electoral a la hora de garantizar el mayor número de votos, sobre todo, en el estado de Florida. Legisladores republicanos de la talla de Marco Rubio, Maria Elvira Salazar y Mario Díaz- Balart han dedicado esfuerzos constantes para colocar la “causa cubana” en los temas de interés nacional y criticado al gabinete por mostrar incompetencia y condescendencia con las “dictaduras” de Cuba y Venezuela.

 

El futuro de la política estadounidense hacia la Isla parece estar condicionada por la importancia que pueda tomar el tema en las elecciones de medio término, donde se renueva un tercio del Senado y la totalidad de la Cámara de Representantes, y se esclarecerá el margen de gobernabilidad de Biden de cara a la segunda mitad de su mandato. A fin de cuentas, más de lo mismo.


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Haroldo Miguel Luis Castro

Periodista y podcaster


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