jueves, 28 de marzo de 2024

La proclamación de un devenir socialista (+Video)

Ante el peligro inminente de una invasión imperial Fidel Castro declaró el signo de la Revolución, nombró el arco que unía viejos sueños con las expectativas de la mayoría del pueblo...

José Ángel Téllez Villalón en Exclusivo 16/04/2022
0 comentarios
Carácter Socialista de la Revolución
Eso hizo Fidel, delineó el horizonte de aquella marcha sacrificada, “de los humildes, con los humildes y para los humildes” (Foto: fidelcastro.cu).

No hubo tal violencia como algunos arguyen aquel 16 de abril de 1961. Ni manipulación de las emociones por parte de Fidel, ni imposición de un pragmatismo que buscaba el respaldo del bloque rojo europeo.  Aquella tarde,  se declaró  el signo de  un camino revolucionario,  con aun  pocas, pero suficientemente  simbólicas realizaciones concretas como para movilizar a la mayoría. Se nombró el arco que unía viejos sueños, de grandes humanistas y patriotas del archipiélago y del Mundo, con las expectativas de un pueblo uniformado por un nuevo compromiso con la justicia y el cambio social.

Desde la forja misma de la nación, diversas vertientes del socialismo confluyeron con las otras corrientes ideopolíticas que la pensaban mejor, con diálogos y pugnas entre ellas, soterradas o públicas. Ya como nostalgia,  o añoranza imaginaria de retorno a tiempos bienaventurados sin diferencias sociales, o como utopía, la concreción en la tierra del “reino de la justicia”. Desde entonces, se manejaban en el mismo seno  de esta alternativa al orden imperante dividido en castas, la solución caritativa, a lo Robin Hood, o la revolución social.

¿Qué es el socialismo? se preguntaba, ya en 1854, un intelectual cubano que firmaba  A. P. (se presume era el seudónimo de Andrés Poey) y  que escribiera al menos cinco artículos relativos al Socialismo en el periódico El Mulato, “periódico político, literario y de costumbre”, publicado en New York.  Para el autor, esa “revolución radical política y social” que se preparaba en el corazón de la Europa, “para luego cundir el orbe entero”, era como la primavera, inevitable e imprescindible.  El artículo  terminaba invocando a las “insignes lumbreras del Socialismo”, para que les indicara “los medios más pacíficos de efectuar la metamorfosis de la vieja a la nueva organización social, de las instituciones anárquicas, corrompidas e hipócritas, a las positivas de un orden más elevado, más en armonía con el progreso del siglo, y con las leyes morales de la naturaleza que nos guía hacia un porvenir más perfecto, más justo, más feliz”.  

Simultáneamente, se publicaba en Europa el libro “Teoría de la Autoridad” la obra más conocida del abogado y escritor camagüeyano José Calixto Bernal y Soto, a quien Jorge Mañach calificó como el “tutor político” de Martí. Según cuentan “con pocas personas mantuvo Martí relaciones intelectuales tan intensas como con Calixto Bernal, sus conversaciones en Madrid fueron interminables”.Era hermoso verlos como dos camaradas, en centros políticos en donde se hacían respetar, a pesar de que los llamaban los filibusteros”- anotó el entrañable Fermín Valdés Domínguez. El propio Martí, en su nota a Ángelo López de Betancourt, se refiere a su casa en Madrid como “refugio amable de los que jamás dejaban de trabajar por la independencia del país”.

Pues sepan, los anticomunistas y contrarrevolucionarios, que se aferran a  reconstruir  un Martí a su imagen y semejanza, cual furibundo enemigo de las ideas socialistas, que para “el caudillo moral de los emigrados cubanos”, no había una idea, “una empresa más eminentemente benéfica, más eminentemente filosófica, más eminentemente cristiana”, que el Socialismo. Para Bernal el Socialismo es “la inquisición de los medios de curar radicalmente los males sociales, de hacer desaparecer los abusos que se han introducido en nuestros hábitos, y que tienen corrompida y postrada la sociedad”.

Sólidos son sus réplicas a “los impugnadores del socialismo”. Cuando toca “la máxima que sirve de lábaro a la cruzada antisocialista, que es el comunismo y el derecho al trabajo”, acude a razonamientos similares a los que el maduro Martí, frente a las críticas a las “ideas socialistas”.  del aristócrata Herbert Spencer. Niega Bernal que el Socialismo, sea en principios “desorganizador y destructor de la propiedad y de la sociedad”, o que los socialistas prediquen “el robo, el saqueo, y provocar una guerra social y de exterminio”.

La propiedad es injusta “si se apoderan unos de todos los terrenos, frutos y animales, y dejan a los otros perecer de miseria”. Para el politólogo, además de justo, el socialismo era viable, puesto que todos pueden tener lo que necesitan  y es “de muy fácil demostración, estando como está inculta y baldía más de la mitad de la superficie del orbe, a donde pueden descargar su exceso de población todas las naciones que lo tengan”. En la misma línea razona Martí  al reseñar “La futura esclavitud”; donde alude a Henry George, quien por aquel entonces predicaba en los Estados Unidos “la justicia de que la tierra pase a ser propiedad de la nación”, como bien común.

Ese humanismo de profundas raíces fraternales que caracteriza al pensamiento martiano, lo comparten  el republicanismo democrático del mediterráneo y  el socialismo de gorro frigio. La permanente evocación de Martí a la “identidad universal del hombre”, resulta armoniosa con la metáfora fraternal de Aspasia, “son todos hermanos de una misma madre”, que también predicaba el cristianismo. Esa fraternidad que le hizo echar su suerte con “los pobres de la tierra” y escribir a los 20 años: “Ved esta gran sala. Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles merece honor”.

Esa es la fuente nutricia del misterio “ultrademocrático” que aludiera Julio Antonio Mella, para quien la “principal característica del revolucionario es su comprensión absoluta y su identificación con la causa que defiende. Las ideas que abrazan se convierten en dinamos generadores de una energía social”. El fundador de la FEU, como Antonio Guiteras, Pablo de la Torriente Brau y Rubén Martínez Villenas, bebió  de  ese oasis de humanismo que nos legaron nuestros padres fundadores y  de los que, en otras partes del mundo, también intentaron “tomar el cielo por asalto”.

El golpe militar de Fulgencio Batista de 1952, fue la reacción de la oligarquía cubana, apoyada por  la embajada  gringa, ante la posibilidad de que por vía electoral, con un triunfo del Partido Ortodoxo, se rescatara la segunda Revolución anunciada por Martí y aludida por Baliño, años  después.  Vale recordar que en el primer artículo de la Declaración de Principios del Partido Ortodoxo, de 1951,  se enuncia como uno de los propósito de la organización: “Rescatar el programa y la doctrina de la Revolución Cubana: nacionalismo, socialismo y antimperialismo”; aunque se circunscribe “dentro del régimen democrático establecido”.  Igualmente,  asume  el propósito  purificador, ético,  de  las corrientes socialistas.

De estos principios parte Fidel quien los desarrolla como “evolución genuina”. El más consecuente de los martianos cubanos lideró una Revolución enarbolando la noción de  progreso de la Revolución Francesa, la idea de que el accionar de la “generación del centenario” se reanudaba la marcha de la historia (cubana y universal) y un salto hacía el “reino de la justicia en la tierra”.

En los dos primeros años,  había quedado claro que la Revolución no solo  rompía con la barbarie  batistiana y su entreguismo a los yanquis. Quien se sintió  engañado fue porque quiso. Las leyes que se implementaban  eran las respuestas a lo que denunciara Fidel en su alegato de defensa por los sucesos del Moncada.  Y coherentes con los manifiestos del Movimiento 26 de Julio.

Aunque, frente a una inminente invasión enemiga, resultaba  importante significar la meta, compartida con tantos soñadores. Eso hizo Fidel aquel  16 de abril en la esquina de 23 y 12, proclamó el  destino,  por el que se debía morir si fuese necesario. Por el que se había muerto ya.  Delineó el horizonte de aquella marcha sacrificada, “de los humildes, con los humildes y para los humildes”; con el más ilustrativo y preciso, entre  los nombres: Socialismo.

La naciente Revolución avivaba esperanzas, inauguraba oportunidades y nuevas experiencias, por doquier. Nunca antes  en Cuba, los que detentaban el  poder político le habían entregado  las armas al pueblo, ni habían echado su suerte con los más pobres, marchando  junto a ellos, por “el bien mayor del hombre”.  Ese camino propio era la Revolución Socialista, que ya empezaba a entenderse como “un camino de perfeccionamiento, como un camino incesante de avance hacia la justicia, como un camino incesante de avance hacia la hermandad, como un camino incesante hacia la solidaridad, hacia el amor entre los semejantes, como un camino incesante hacia la felicidad”.

Los arteros ataques de la aviación pirata que se daban con sistematicidad, como aquellos,  simultáneos, en la ciudad de La Habana, en San Antonio de los Baños y en Santiago de Cuba, y que fueron el preludio de la Invasión Mercenaria por Bahía de Cochinos, tenían como propósito  entorpecer esa  marcha pacífica y esforzada que era la Revolución. Contra el empeño de erradicar “la explotación de una nación por otra nación” y  “la explotación de unos hombres por otros hombres”.

Era la segunda vez que se efectuaba un acto como aquel, en la misma  esquina del Vedado;  contra la muerte y por el derecho a la vida. La primera ocasión fue el 5 de marzo de 1960, horas después de la explosión del vapor La Coubre, aquel zarpazo que le costó la vida a numerosos obreros y soldados. El día en que  Fidel enarboló   por primera vez nuestro  “Patria o Muerte”; elevando hasta nuevos compromisos  el viejo sueño de los que en el universo han jurado liberar su Patria o morir por ella. Continuidad del Liberté, Égalité, Fraternité ou la Mort, de la Revolución Francesa, consigna pintada en las fachadas de sus casas durante la Comuna de París, y el “Liberte ou la mort” de la  Revolución haitiana.

Brotación nueva de la misma savia que recorre los  versos de quien despertó en el alma del Apóstol, “como en la de los cubanos todos, la pasión inextinguible de la libertad”. Los del bardo santiaguero José María Heredia en su “Himno del desterrado”: “¿Osaré maldecir mi destino, Cuando aún puedo vencer o morir?” y “Aun habrá corazones en Cuba/ Que me envidien de mártir la suerte, / Y prefieran espléndida muerte/ A su amargo, azaroso vivir”.

Convicción por la que Mariana Grajales, hizo jurar a sus hijos, “delante Cristo”, “liberar la Patria o morir por ella"; por la que Perucho Figueredo gritó, antes de ser fusilado en Santiago de Cuba,  “Morir por la Patria es vivir”;  por la que los moncadistas, por no dejar morir al Apóstol en el año de su centenario,  retomaron el “¡Libertad o Muerte!” de los mambises. La que acompañó al pueblo uniformado, del Ejército Rebelde y de Milicias Nacionales Revolucionarias, que respaldaron las declaraciones del líder de la Revolución, y marcharon a Vencer, horas después de reconocerse socialistas.

 


Compartir

José Ángel Téllez Villalón

Periodista cultural


Deja tu comentario

Condición de protección de datos