Estamos en verano y, como es habitual, sobresalen los grandes encuentros deportivos que se originan anualmente en la más calurosa estación del año. Y todos los habitantes del globo terráqueo agradecen ese lapso, cuando presencian por la TV los grandes alcances de jóvenes cuyo comportamiento de cara al triunfo es afín con el demostrado por los antiguos griegos.
Para nada "La sonrisa y la mascota" es el título de una obra dedicada a niños y adolescentes. Sencillamente, es la traducción, en vocablos, de aquella manifestación germinada en la ceremonia de premiación de un jolgorio que pocos recuerdan.
Los XXIII Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe de Barranquilla, Colombia, atraviesan la primera semana de porfía. Y ya algunos competidores tienen en sus manos a “Baqui”, la mascota oficial de la fiesta que se extenderá hasta el 3 de agosto, en la urbe denominada como la Ciudad de los Brazos Abiertos. Y cada vez que un competidor recibe a esa diminuta figurita sonríe y confirma la misma satisfacción que cuando le colgaron en su cuello el lauro correspondiente a su actuación.
El deporte, bien se ha dicho y comprobado, es la manifestación de la actividad cotidiana del hombre llevada al plano competitivo. Y por esa razón los sucesos acontecidos en las duelas, diamantes beisboleros, óvalos del deporte rey, tatamis y otros espacios de similar rango, han propiciado expresiones que, para algunos, solo eran hijas del ingenio de poetas y creadores: “Amanecer con una ilusión", "Saber el significado de un atardecer", “Hay que hacer con buena técnica para asegurar los paisajes válidos que engalanen el camino de la victoria", “Aceptar que saber que uno termina y otro empieza"…
Y así como resulta una ridiculez escandalizarse por esas calificativas frases, sucederá lo mismo si progresa algún criterio adverso por regalar al competidor la mascota. Porque ningún documento de entidades deportivas internacionales: Organización Deportiva de Centroamérica y el Caribe, así como de la Organización Deportiva Panamericana y el Comité Olímpico Internacional, entre otras, se refiere a la participación en el ritual de ese producto comunicativo, tal vez resultado de la imaginación de un individuo fuera de la denominación artista plástico.
Una apurada pesquisa que incluyó a deportistas, jueces y funcionarios reveló que todos los rectores de las entidades internacionales mencionadas desechan tomar una decisión sobre el asunto. Y, quizás, hasta sugieren a los organizadores de los eventos potenciar ese detalle que vigorosamente satisface a los/las competidores.
Por supuesto, un furibundo extremista reiteraría el vocablo transgresión. Pero el juicio del ser humano desmantelaría al instante ese parecer, pues los titulares de los Juegos de Barranquilla 2018, y de otras citas del actual ciclo, escoltarán ese regalo (suvenir) toda su vida, por causa de su incidencia positiva en su andar por la actividad considerada como una de la principales emisarias de la paz. Entonces, los muchachos explicarían a sus descendientes sobre la presencia de ese objeto en un espacio tan apreciado del hogar y el mensaje que, en su día, envió ese animalito a los pobladores del planeta Tierra, a la humanidad, en cuanto a la atención del medio ambiente y la diversidad.
Un suceso fuera de los protocolos de los antiguos griegos integra el nuevo mundo del deporte. Y goza de una colosal anuencia. Quizás el día de la clausura se conozca la sede del próximo jolgorio cuatrienal. De resultar así, el comité organizador seguramente convocará un certamen para elegir al animalito símbolo del intercambio. Y el mundo ovacionará, de nuevo, esa sutileza denominada "La sonrisa y la mascota".
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