jueves, 25 de abril de 2024

Ampayar no es tarea fácil… (+Video)

La honestidad de un ampaya puesta a prueba. La Plaza del Vapor, una olla de presión para los árbitros. Un tranvía le salvó la vida a Lencho...

Helio Ángel Menéndez García en Exclusivo 19/04/2013
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Árbrito canta safe en segunda
Ser árbrito de Beísbol es y será siempre un verdadero reto.

A “Lencho”, así, a secas, lo conocí por los años cuarentas del pasado siglo cuando yo, un adolescente entonces, frecuentaba los terrenos en los cuales se jugaban partidos de pelota, muchas veces arbitrados por un espontáneo salido del público. A uno de esos espontáneos, a quien llamaban Lencho le gustaba el oficio de ampaya, captado por el bien ganado prestigio del cual gozaba Amado Maestri. Apasionado por esa profesión, ahorró peseta a peseta hasta hacerse de un descolorido saco negro y una careta; ni peto ni escobilla, que a fin de cuentas, ello no resultaba imprescindible para salir adelante.

Nuestro hombre comenzó a ganar popularidad y en ocasiones era reclamado para trabajar detrás de home en desafíos por los cuales ganaría un par de pesos. Más no estaba satisfecho, su ambición era otra. Quería sonar, que se le conociera y soñaba con el momento de probar su autoridad en el terreno, lo único que, según él, le faltaba para demostrar que ya Maestri podría retirarse.

El ansiado momento llegó una tarde de domingo en la céntrica Plaza del Vapor situada en lo que hoy es un estacionamiento que rodea el parque Sergio González “El Curita”, en la manzana que forman las calles Galiano, Reina, Águila y Dragones.

En los portales de la referida Plaza del Vapor, demolida en 1961, existían los más diversos comercios, desde vidrieras de vender billetes de la lotería nacional hasta puestos de flores, tiendas de discos, sombrererías, chinchales de todo tipo y en Águila No. 618 una imprenta administrada por “El Curita”, jefe de acción y sabotaje del Movimiento 26 de Julio en La Habana, asesinado por los esbirros batistianos.

Entre tan variados comercios no faltaban los que se dedicaban a la venta de hierbas medicinales y espirituales. Y a partir de las seis de la tarde aparecían las desdichadas de rostro mustio y cartera colgada bajo el brazo que alquilaban sus cuerpos, en complicidad con la penumbra que envolvía los portales.

En el centro interior de la Plaza, rodeado por numerosas viviendas habitadas por familias de la más variada extracción, había un muy peculiar diamante de pelota, sede del Deportivo Tacón, equipo de esa barriada que gozó de gran popularidad por tener en sus filas a Eulalia “Viyaya” González, una muchacha que jugaba entre los hombres y se desempeñaba en la inicial como cualquier consagrado.

Al sui géneris terreno se accedía por cuatro grandes entradas situadas a mediados de cada una de las calles que rodeaba la Plaza del Vapor. Arbitrar en esa “olla de presión” era realmente tarea de gigantes, pues en las viviendas interiores que daban al terreno, junto a los vecinos del lugar, se agrupaban otros de las inmediaciones, incondicionales fanáticos del Deportivo Tacón.  

Y una vez hecha la presentación de la Plaza a quienes tampoco conocieron los tranvías, las victrolas ni los bollitos de carita vendidos en los puestos de chinos, los conduzco sin más preámbulos, a los acontecimientos de aquella calurosa tarde.

Como hubiera dicho el maestro de narradores Rubén Rodríguez el desafío de esa tarde “guardaba sus mejores emociones para los finales”. El Tacón perdía por una carrera cuando le tocó consumir su turno al bate en el final del noveno inning. Detrás de home Lencho probaba su madera de árbitro, escapando ileso hasta el momento en que…

Tras dos outs fáciles, que no dieron motivo de protesta, el Tacón embasó un hombre por doblete con el consiguiente delirio de los presentes. Con la carrera del empate en segunda el siguiente bateador soltó un roletazo entre tercera y el torpedero que se internó en el jardín izquierdo y fue aquí que “ardió Troya”. Era la oportunidad que esperaba Lencho para mostrar autoridad y… lo otro. El corredor de segunda dobló como un bólido hacia la goma, en medio de una algarabía infernal, pero el tiro desde los jardines llegó primero, por fracciones de segundo y Lencho vio, con los ojos bien abiertos, cuando el receptor cuadrado delante del plato no lo dejó entrar.

Había llegado el momento esperado por Lencho. El honorable ampaya se disponía a palanquear el brazo derecho para iniciar la acostumbrada gimnasia del out cuando desde todas partes comenzaron a llegar proyectiles, en tanto los jugadores del Tacón, abandonaban el banco y se acercaban en forma amenazadora.

Traicionado por el natural instinto de conservación, Lencho detuvo la iniciada acción de cantar el out; pero, por otra parte, su dignidad de árbitro honesto no le permitía cantar el “safe” que garantizara su integridad física. Maestri no lo hubiera hecho. Careta en mano retrocedió unos pasos. Fue entonces que sintió el salvador tintineo de un tranvía Marianao-Parque Central que subía por Reina, echó una ojeada a la salida más próxima y calculando con precisión de cronómetro suizo la llegada del transporte salvador, se mandó a correr en su búsqueda con la desesperación de quien se juega el pellejo.

Cuentan quienes lo vieron que mientras corría no cesaba de accionar el brazo derecho, repitiendo a pulmón lleno ¡”OUT”!, ¡“OUT”! al tiempo que se colgaba del tranvía en marcha, para burlar la persecución de la turba que frenética lo perseguía.


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Helio Ángel Menéndez García


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