miércoles, 15 de mayo de 2024

Gerardo Fulleda: “Me interesa arreglar este mundo”

Uno de los Premios Nacionales de Teatro 2014 conversa con Cubahora sobre sus experiencias en el ámbito escénico cubano por más de 50 años...

Rachel Domínguez Rojas en Exclusivo 18/01/2014
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Compañia teatral Rita Montaner
Compañía Teatral Rita Montaner, del director general, Gerardo Fulleda León.

Sus libros de cabecera: El Principito, Alicia en el país de las maravillas y Las Aventuras de Tom Sawyer. A esos les gustaría “no emularlos, sino derrotarlos”, y hasta hoy lo sigue intentando. Cuando ganó la beca de dramaturgia del seminario que gracias a Mirta Aguirre se realizaba en el antiguo Teatro Nacional, supo que iba a dedicar su vida a las tablas. Gerardo Fulleda León, a los 72 años de edad, es hoy Premio Nacional de Teatro.

Cuenta que el 7 de diciembre de 1959, frente a la mesa de la casa donde vivió más de 50 años en La Habana, escribió de un tirón su primera obra: La muerte diaria. Luego, le confesó por aquel entonces el crítico Calvert Casey, Virgilio Piñera entró a la oficina de Lunes de Revolución, donde tenía una sección que se llamaba “A partir de cero”, gritando: “¡Miren, además de poeta es dramaturgo! ¡Y qué obra!”.

Virgilio se refería a los primeros poemas de Fulleda, que ya se habían publicado en ese espacio, con los que se ufanaba frente a la noviecita y los amigos de las reuniones en Arte y Oficio. Una vez en aquel seminario, en el que tuvo como profesor al dramaturgo argentino Osvaldo Dragún, y con beca en mano, todo parecía seguro: “¡Te daban 140 pesos! —me dice— Es que no hay manera de que te imagines lo que eso significaba”.

Según explica, su carrera parece dividirse en los “tops” del éxito, pero también en los momentos más difíciles. Primero vio publicada su primera obra y, como si no bastara, recibió remuneración por ella desde la revista; luego vio la puesta en escena de La querida de Enramada en Suecia; en 1989 recibió el Premio Casa de las Américas con Chago de Guisa, “y eso había sido lo más grande hasta este Premio Nacional”.

Pero también ha debido aprender de lo que la vida ofrece: “Nadie debe estar demasiado tiempo en una posición de poder —afirma con un tono grave—; el poder de alguna forma corrompe y destruye al que lo ostenta. Creo que 25 años dirigiendo la compañía en la que me formé y en la que creo, la Rita Montaner, fueron suficientes para que hubiera necesidad de un relevo, alguien con nuevas ideas, con una mentalidad diferente a la mía. Tengo una consigna que dice: para tener lo que nunca has tenido hay que hacer lo que nunca has hecho".

“En la Compañía Rita Montaner —continúa— me propuse hacer un teatro en el que lo cubano siempre estuviera en la mirilla; hacer un grupo que, desde su conformación, reflejara los componentes de nuestra nacionalidad. Pero pasaron muchas cosas que me fueron incomodando; cosas que son, como ya dije en televisión, una especie de alfilercito, y quiero que se queden así, pero que no inunden mi casa y mi vida, porque en todo caso tampoco son trascendentales.

“Este año además tuve muchas pérdidas físicas, y eso ha dolido mucho: se fue mi actriz fetiche, Trinidad Rolando; también la gran investigadora y amiga Inés María Martiatu, estudiosa de mi obra y de la de Eugenio Hernández; se fue Abelardo Estorino, todo un paradigma; se fue el amigo y dramaturgo Jorge Ibarra, y por último una hermana de espíritu, en diciembre. Pero eso y la salida de la Rita Montaner no logró eliminarme, todavía no sé cómo ha podido ser, pero no pudo. Y por otro lado, la vida me está dando oportunidades para seguir adelante. Pienso seguir escribiendo y haciendo hasta donde pueda”.

En palabras de Gerardo, por mucho tiempo se señalaba a su obra por su recurrente afición al pasado, “pero, ¿era del pasado? Qué tontos los que decían eso —exclama—. Siempre he escrito del presente, porque no voy a arreglar el siglo XIX. A mí me interesa arreglar este mundo. Uno no puede pasar por la vida sin siquiera intentarlo, sin pretender transformar algo”.

Entonces escribe La pasión desobediente, una obra que se estrenará el próximo mes de marzo y que vuelve al pasado para hablar del presente, en esta ocasión un monólogo de la Avellaneda en el lecho moribundo de su esposo. “Tampoco quiero dejar de decir que Ruandi es la obra que más satisfacción me ha dado —agrega—, una obra para niños, aunque algunos dicen que en realidad fue hecha para adultos. Al menos eso se sospecha”.

Como profesor, otra de sus facetas, siempre aconseja a sus estudiantes: “No intenten escribir como Shakespiare, como Brecht, o como Lorca; pero tampoco como Estorino y mucho menos como Gerardo Fulleda León. Tienen que escribir como ustedes mismos. Escribir como lo hizo Brecht es como levantar una catedral gótica en medio del siglo XXI, y eso me parece una gran tontería, porque hay que escribir acorde a los tiempos”.

"El teatro es un espacio de resistencia"— afirma sentencioso, como quien desea cerrar un ciclo de pensamiento. "Por eso lucho para que se mantenga el concepto de lo diverso en nuestro teatro, siempre que tenga alguna calidad, tanto el más experimental, como el popular, etc".

El teatro —repite— es eminentemente político, porque el hombre es un zoo politikon, pero no la política en el sentido en que hoy la pensamos. Se trata de transformar al ser que vive en determinado momento histórico, o por lo menos ayudarlo a reconocerse y a reconocer los problemas de su sociedad, sobre todo jugando con la sensibilidad. Desde los 7 años, cuando conocí a José Martí, hay un verso que nunca lo puedo decir sin que me emocione:

Entra y sale un perro triste,
canta allá adentro una voz:
¡pajarito yo estoy loca,
llévame donde el voló!

Yo no lo entendía, y aún no lo hago, pero me emociono. Y eso es el arte, eso es el teatro.

 


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Rachel Domínguez Rojas


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