sábado, 27 de abril de 2024

La voluntad luciferina de leer contra la tiranía del ocio

En la sociedad del (des)conocimiento, no solo prevalece la llamada cultura de masas o la literatura del corazón, sino que se niegan otras variantes de la vida...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 08/04/2020
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La lectura no solo nos confirma como seres humanos, sino que es la fórmula para alejarnos de los postulados mediocres del dogma, de la verdad supuestamente revelada, de aquello que está construido per se y que hay que aceptar “porque sí”. (Fernando Medina Fernández / Cubahora)

No solo en tiempos de ocio, cuando todo parece predecible, la humanidad se retira hacia los aposentos de la lectura, como ocurre en el clásico Las mil y una noches en el cual el tema central es el tiempo libre del sultán y cómo llenarlo, hora tras hora, de manera que no derive en la muerte de la narradora-esposa.

Las calamidades dieron los mayores frutos en términos tanto de creación como de lecturas, ahí está el caso de René Descartes, quien dejaba claro que, por encima de todo, había sacado jugo a su ocio, uno que le impusieran luego de tantas persecuciones a su pensamiento y que le obligaran a retirarse de la vida pública, debido a la intolerancia religiosa. Recordemos que del sumergimiento en las noches de consumo de novelas de caballería salió la locura más lúcida de la historia, la de don Alonso Quijano, devenido héroe literario.

La lectura no solo nos confirma como seres humanos, sino que es la fórmula para alejarnos de los postulados mediocres del dogma, de la verdad supuestamente revelada, de aquello que está construido per se y que hay que aceptar “porque sí”. El acto, a la vez que nos baja hacia insondables abismos, eleva la frente de quien lo hace hacia regiones sólidas, de responsabilidad, de poder. Y es que, como dijera el filósofo Isaiah Berlin, la libertad tiene una vertiente, que se basa en aquello de lo cual podemos disponer para nosotros, de ese pedazo de realidad que de manera indefectible no nos pueden quitar. Una especie de ciudadela en la cual reside el verdadero yo, amén de todos los sitios que pudieran tenderse y las trampas y las tramas sociales. El hombre deberá huir del constructivismo de quienes temen al caos del conocimiento, de quienes a partir de una serie de libros, o de ideas, ya quieren negar los demás presupuestos éticos, incluso la sana búsqueda del que lee, en tiempos de crisis.

Uno puede enamorarse de alguien solo con leerlo. El propio Berlin, según cuenta la historia, quedó prendado de la Anna Ajmátova solo con oírla leer unos poemas. Y también se puede llegar a odiar y por ende a conocer la vertiente negativa del mundo, con el acercamiento literario. El mundo de las letras no es enajenación sino el constructo paralelo que nos ilumina la vida, sin que nos sustituya los sobresaltos y los vuelos o las caídas.

Ese abismo delicioso que es leer nos aleja de los constructivistas y los ingenieros sociales que en el presente intentan la sociedad del (des)conocimiento, así tenemos, finalmente, una vía para irnos de las tantas servidumbres de la vida. Y es que el hombre tiene, para que todo funcione sanamente, que salirse de los muros del feudo, mirar más allá de las torretas del castillo, y para eso sirve leer en tiempos de crisis, para el esclarecimiento de las brumas del presente.

En la sociedad del (des)conocimiento, no solo prevalece la llamada cultura de masas o la literatura del corazón, sino que se niegan otras variantes de la vida. Ese totalitarismo cultural tiene como fin el dominio de las mentes. Es la ingeniería o constructivismo que denunciara ese otro gran pensador libertario Friedrich Von Hayek y que tiene que ver con paralizarnos, hacer de nosotros una abstracción, un simple número, o una especie de manada a la cual se la mueve de un lado a otro, sin que a nadie le interese cuestionar los hilos que nos llevan hacia la desgracia con una sonrisa en los labios. Solo leyendo se sale de ese feudo, solo mediante la pequeña ciudadela de la mente.

Lo supo bien José Martí, quien en sus cartas a María Mantilla dejó incontables muestras de cómo se debe aprovechar el ocio, mediante qué lecturas, costumbres, músicas, estudios. Para el Maestro, no había cosa más hermosa que las horas aprovechadas en el acercamiento a la porción bella, pura y útil de la humanidad. De manera que, para él como para Descartes, el ocio no es perder el tiempo, sino un dulce y luminoso momento en el cual el hombre se siente libre. Tales eran las líneas que le enviaba Martí a aquella a la que tanto quería y cuya alma era su seda.

Para los tantos héroes del pensamiento, la abstracción ha sido volver con mayores luces, como en el mito de Orfeo, o como decía José Ortega y Gasset, tan acertadamente, el intelectual tiene una voluntad luciferina, al llevarlo todo de la oscuridad a la luz (tema que a su vez el español tomó de Goethe). Ese pasaje, el del esclarecimiento, lo mismo aparece en la Grecia mediante el culto órfico, que lo vemos en la disección filosófica del mundo, a través de las armas de la crítica, y sin dicho momento hoy la humanidad no hubiese llegado a los estadios de desarrollo.

Leer es irse, para volver, es perderse para ganarnos todos. Pero no solo, como decía Ortega y Gasset, la voluntad luciferina nos sustrae de la tiranía del desconocimiento, sino que aleja al hombre de la mediocridad de la masa, donde se cuecen las mil conspiraciones que nivelan hacia abajo, aplanando las ricas y apabullantes diferencias, esas que nos aportan mediante la democracia ingentes ideas de cómo hacer, paso a paso, mejores realidades.

En aras no de una ingeniería social sino de un conocimiento liberador y al alcance de todos, el ocio debiera educarse. Todo el mundo sabría entonces cómo llenar de poder esas horas que pasan como deshilachados instantes sin contenido. La voluntad luciferina de leer, esa que nos llama hacia regiones solitarias y nos saca de la tribu donde prevalecen los dogmas de los ancestros, trae luz, y además impide que, en aras de una supuesta libertad, la esclavitud se nos disfrace y se presente como dicha y hecha, sin que haya una posibilidad mínima de rebelión.

Era el propio Ortega y Gasset quien en 1945 volvió a España para, desde las letras y la lectura y confiando en esa fuerza del intelectual, usar su ocio contra una dictadura. Idealismo de quien cree en el poder de la sabiduría, quizás demasiado. Pero al cabo, una muestra de lo tanto que los hombres debieran hacer, en aras de su libertad, mediante los libros y la vida intelectual, esa a la cual tanto le temió aquella España, que siquiera una esquela de un par de columnas dedicó a la muerte de Ortega.

Leer no cambiará el mundo de hoy, pero lo transforma para siempre, poco a poco, desde esas horas que no son perdidas. No se trata de una abrupta ingeniería social ni de actos totalitarios y forzados, sino como la gota que desgasta la piedra, generando con su choque la música que acompaña el traspaso de la oscuridad a la luz.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación

Se han publicado 1 comentarios


Carlos de New York City
 8/4/20 10:52

Solo existe una palabra para decirla sobre el Libro,sobre la importancia de aprender a leer y luego saber leer,nos convertira siempre en verdaderos Hombres Libres,porque la libertad a mi modo de Ver y Saber no es unicamente que no llevemos cadenas sobre nuestros tobillos y grilletes en el Cuello , porque si no sabemos y aprendemos a leer nunca seras libre del Todo,porque tendras presa ya fuera por miedo (o) desconocimientos a tu Consiencia Humana y a tus pensamientos.

                                                       Carlos de New York City

                                                                   4/08/2020

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