sábado, 11 de mayo de 2024

La deuda de García Márquez con Víctor Cohen

Cubahora publica en exclusiva un capítulo del libro “Un paseo con Gabriel García Márquez”, de la periodista cubana Lídice Valenzuela...

Clara Lídice Valenzuela García en Exclusivo 08/03/2016
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Víctor Cohen, un anciano que parece escapado de un vodevil, posee el raro privilegio de la alegría permanente. Es la mejor representación de lo que en Colombia designan como “cajita de música”, es decir, una persona que con su sola presencia impregna el ambiente de felicidad. Con sus 92 años recién cumplidos, vestido muy moderno, lentes de armaduras rojas y en el cuello un collar de fantasía, muy brillante, que reproduce una pieza del Museo del Oro, una de las riquezas culturales de la región, Víctor Cohen cuenta, con deleite, cómo hace apenas cuatro años, en 1984, él le recordó a Gabriel García Márquez que le debía un dinero desde hacía tres décadas.

Y el célebre Premio Nobel de Literatura, que siempre se trató de tú a tú con sus paisanos, en un arranque donde se mezclaban el estupor y la vergüenza le contestó: “Pero Cohen, ¿Cómo carajo quieres tú que yo te pague eso ahora?”.

Pide un intervalo para brindar un té casero, servido en tazas finas y antiguas, acompañadas con bombones minúsculos y unas servilletas de hilo primorosamente bordadas.

El hogar de Víctor Cohen es pequeño, pero confortable. Él lo ha convertido en un mini-museo en el que se atesoran los más disímiles objetos que recuerdan no solo lo que ha sido su paso por este mundo, sino también la vida cultural de Valledupar, una localidad que posee el orgullo de ser la cuna de la música vallenata.

García Márquez, ferviente admirador del ritmo, al extremo de que no le puede faltar tal música en su hogar o en el automóvil donde se traslada, amigo íntimo de compositores e intérpretes, también lo es de este viejito sin cabellos, estrafalario y buen conversador.

La historia de la cuenta que García Márquez olvidó pagarle a Víctor Cohen, también popular promotor cultural de la localidad, comenzó el día en que este hombre de estatura pequeña decidió asentarse de manera definitiva en Valledupar. Era 1940. Él había nacido en esas tierras de las que salió para decidir su destino. Cuando pudo hacerlo, ya con la madurez suficiente para conocer qué quería hacer con su vida, retornó a Valledupar para siempre, luego de una visita que le hizo a la hermana. “Por poco me mata el pensamiento de que tenía que volver a irme”.

Ameno conversador, amigo de contar historias, como casi todos los nacidos en esa zona que, según ellos proclaman posee el mejor clima del Caribe. Claro que sí se compara su temperatura con la de Aracataca ganan por amplio margen, o con Fundación, donde muchas personas se bañan de noche en los ríos para dormir descansados y las visitas se hacen en la habitación donde permanece encendido un aparato de aire acondicionado.

Cohen recuerda que cuando se instaló de nuevo en su pueblito natal, aún prevalecía ahí una sociedad patriarcal, muy articulada en relación con la del resto del país.

Rodeado de plantas, flores, reproducciones de escudos, de doradas “India Catalina” (estatuilla que conceden como Premio a los ganadores del Festival Internacional de Cine de Cartagena), expresa que aun sin deshacer su valija se enteró de que estaba en venta un café con el siempre atrayente nombre de Buenos Aires, en alusión a la capital de Argentina. Sin meditarlo mucho confió en su buena estrella. Debía comprar aquel cafetín y establecerse como negociante. El inventario de su nuevo establecimiento se reducía a once paquetes de cigarrillos Camel y tres botellas de cerveza, once sillas, tres mesas y un mostrador.

Otro que hubiese sido menos emprendedor que Cohen se hubiera deprimido con el aparente flaco propósito de echar a andar aquel negocio. Pero él no. Dinámico, alegre, olvidó la fealdad del sitio y al regreso de un corto viaje a Puerto Colombia se dispuso a la reapertura del café. La gente de Valledupar vio asombrada un desfile de camareros, cocineros y empleados que por igual preparaban comidas exquisitas, servían las mesas, atendían a los clientes, sugerían las mejores bebidas y lo mejor, todos vestidos a la usanza de los marineros.

El nuevo café quedó inaugurado bajo personalísimo estilo porteño y su flamante propietario se convertía en el promotor cultural que todavía es, satisfecho de brindarle a sus paisanos aunque fueran solo detalles de lo que él cataloga aun de “mundo exterior”.

Era esa la época en que en la floreciente Valledupar las viviendas permanecían sin cerrojos por las noches, las personas iban diariamente a misa, y la música que se escuchaba procedía, únicamente, de la banda de música que tocaba los domingos en el parque los contagiosos merengues, fandangos y cumbias que hacían mover los pies a las elegantes damas y a los engalanados caballeros.

En esa época Valledupar era sitio obligado de tránsito para quienes recorrían la región. O para los que deseaban viajar a Barranquilla, situada a unos 150 kilómetros del valle. De ahí que Cohen tampoco lo pensó dos veces cuando le propusieron la venta de un hotel. Lo hizo “para ayudar a un amigo que estaba en un mal trance”, pero lo más probable es que este incansable hombrecito intuyera otro buen negocio. Y pese a la reprobación del párroco vallenato, el hotel se nombró “Welcome” (Bienvenido en inglés, una lengua que casi nadie manejaba en aquellos lares) pero que a él le sonaba “interesante para los recién llegados”.

Fue en ese hotel donde se conocieron Cohen y García Márquez. El joven Gabriel, entonces muy delgado y con un bigotico en consonancia con su figura, anda levantando un censo por la zona, además de vender enciclopedias en lugares de analfabetos, y se acercó al propietario del Welcome en busca de alojamiento y comida por quince días.  

Eran los días en que el futuro Nobel de Literatura se movía por los pueblos de la provincia de Valledupar, mientras comprendía que allí no vendería en absoluto. El apremio económico lo deprimía, pero poco podía hacer en aquellas extrañas circunstancias. García Márquez tuvo noticias de que su amigo Manuel Zapata, a quien conocía de su época de estudiante inconcluso de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia vivía por aquellos lares. Manuel, quien se había hecho médico estaba en La Paz, en el mismo departamento del César. Y allí se encontraron. Pero faltaba uno en un trío que después se haría famoso por parranderos: Rafael Escalona, quien también se hizo amigo de Gabriel para toda la vida.

El primero en conocer a Escalona fue Manuel. Le subyugaba aquella música de acordeón y ritmo de dioses. Rafael era presencia frecuente en esa población porque andaba detrás de la mujer que inspiraba sus cantos, Marina Arzuaga, “La Maye”, quien fuera su novia de estudiante y su esposa después. Los amores de estos jóvenes están plasmados en la telenovela Escalona, protagonizada por el músico colombiano Carlos Vives.

Con la presencia del Gabo se completó la tríada de parranderos. Muchos piensan que Gabriel, además de que le resultara imposible vender enciclopedias en la costa del Caribe, tampoco era muy dedicado en la especialidad, pues amanecían cantando y bebiendo cerveza y discutiendo de política.

Víctor Cohen recuerda muy bien al Gabriel de pelo rizado, nada diferente a la de cualquier mestizo colombiano. Varias veces conversaron de nimiedades, tales como en qué se ocupaba la mayoría de los usuarios del hotel, qué comidas preferían, si conocían la música vallenata o que otro lugar reunía las condiciones del “Welcome”, en caso de que tuviera que trasladarse.

Un día, de manera sorpresiva, el vendedor le comunicó que le habían llamado urgente de Santa Marta y que él debía salir corriendo para allí “por un asunto de envergadura”, le dijo. A Cohen solo le quedó despedirle y desearle buena suerte en la travesía de 15 kilómetros entre una y otra localidad. “Él se fue y me quedé con su deuda, que ahora no posee gran valor, pero que entonces equivalía a varios días de hospedaje, almuerzos y comidas”.

Persona sumamente organizada, el antiguo dueño del “Buenos Aires” y el “Welcome” guarda todo tipo de documento o foto que haya llegado a sus manos y posea algún valor particular, desde hace unos 50 años. Por esa excelente cualidad que muchos le envidian, el hotelero conserva el vale con la cuenta expedida a García Márquez el 30 de marzo de 1953. En la columna de débito aparecen 122 pesos y 53 centavos colombianos, de los cuales abonó solo 53. Más abajo aparece la rúbrica del deudor.

Transcurrieron 30 años desde el día en que García Márquez abandonó Valledupar de manera tan intempestiva que Cohen ni siquiera pudo recordarle que no le había pagado.

El reencuentro entre los dos hombres ocurrió durante el bautizo del último hijo de Consuelo Araújo, una periodista amiga de Gabriel, conocida después como la “cacica de Valledupar”, quien festejó el acontecimiento de tan fastuosa manera que aún se recuerda en la localidad el arribo de aviones en los que llegaron, entre otros, el más tarde presidente de la República Andrés Pastrana, escritores, músicos, artistas y políticos.

Gabriel estaba allí como invitado y alguien le comentó que el antiguo dueño del hotel “Welcome” quería hablar con él en privado. Víctor Cohen refiere que, de sopetón, sin mediar palabra, le mostró el vale y le preguntó:

“A ver si se acuerda de esto”.

García Márquez, apenado, miraba una y otra vez el papelito amarillento. El anciano hilvanaba el diálogo que se estableció entre los dos.

—Pero Cohen, ¿cómo ha sido esto?

—Pues que usted se fue corriendo y se le olvidó pagarme la cuenta.

—Pero Cohen, insistía Gabriel, ¿ y cómo carajo quieres tú que yo te pague esto ahora?

Rápido como acostumbra ser, el antiguo hotelero le respondió:

—Pues si usted me firma los libros suyos que yo tengo, me siento muy bien pagado…

Entonces Gabriel le puso un brazo sobre los hombros y conmovido le comentó: “Pero mi amigo, si eso no vale nada…”.

Finalmente, luego de darle vueltas al asunto, el escritor aceptó la proposición de Cohen, que ahora atesora, en las primeras páginas de varios libros, la rúbrica que le es tan preciada.

Hay cierto tinte de rubor en su rostro cuando refiere la anécdota, pues se proclama una persona “a la que no le gusta recordarles a los otros que le han dejado dinero pendiente”.

“¿Saben qué ocurre? Es que para nosotros los colombianos, García Márquez no es solo uno de los grandes autores de este siglo. Es, también, el individuo sencillo que venía a compartir con sus amigos y sus conocidos antes de que lo amenazaran de muerte y se viera forzado a abandonar el país. Cuando el aún no era famoso y andaba por las tierras de Valledupar con su maletincito destartalado, me acuerdo que entraba por la puerta del hotel y me preguntaba: “Y qué Cohen, cómo anda el negocio”. Salía presuroso entonces a comerse un plato de la comida que hubiera, porque siempre tenía mucha hambre y me imagino que muy poco dinero. Ahora tiene millones de dólares y hasta ahora no ha perdido sus hábitos de gente pobre. Él, hasta hace pocos años, llegaba a Valledupar e invitaba a sus amigos a beber, se sentaba en los bordes de las aceras, y bailaba música vallenata con las muchachas. Por eso no me apenó recordarle su deuda, aunque en un momento tuve mis dudas en que si debía o no hacerlo. Pero es que a mí me parece que un hombre como es García Márquez no debe tener nada pendiente en su vida. Ni siquiera el pago de unos pesos colombianos”.


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Clara Lídice Valenzuela García

Periodista


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