A través de la historia han sido muy estrechas las relaciones entre la música y el baile y no sin razón, se ha afirmado que desde tiempos remotos: “No hubo música sin baile, ni baile sin música”. Y es que ambas manifestaciones han constituido un todo indivisible desde las primeras etapas de la humanidad, como expresión de la vida emotiva de los hombres y como forma artística elaborada, en períodos posteriores de la civilización. El ritmo, la melodía, la cadencia de los cantos, el silencio mismo, ha acompañado siempre al danzante en su milenario quehacer.
Otra figura fundamental fue el francés Jean-Philippe Rameau, quien renovó por completo la composición musical y estrechó la relación entre compositor y coreógrafo, cuyo ejemplo más afamado fue el ballet “Las Indias galantes”, estrenado en 1735, y que figuró en el repertorio de las más famosas bailarinas de la época, entre ellas María Camargo y María Salle. En la segunda mitad del siglo XVIII, también llamado el siglo de las luces, la composición musical para ballet se enriqueció, especialmente, con la obra del compositor Christoph W. Gluck, creador del drama musical, rico en la expresión de los valores del espíritu humano. De su talento surgieron obras tan afamadas como “Don Juan y Orfeo” y “Eurídice”, estrenadas en Viena en los años 1761 y 1762, respectivamente. En ese propio siglo el gran renovador y creador del llamado ballet de acción, el francés Jean Georges Noverre, sumó a su obra creadora al gran Amadeus Mozart, quien creó para él la música de Les Petits Riens, estrenado en la Ópera de París en 1778.
Obras del Romanticismo muy famosas fueron: La sílfide, estrenada en la Ópera de París en 1832, con música Jean Madeleine Schneitzhoeffer, Natalia o La lechera suiza del bohemio Adalbert Gyrowetz (1821), ambas del coreógrafo Filippo Taglioni; La Perí de Frederic Burgmüller de Jean Coralli (1843) y las que surgieron de la unión de los talentos del coreógrafo francés Jules Perrot y el compositor italiano Cesare Pugni: Ondina (1843), Esmeralda (1844), Pas de Quatre (1845) y Catalina la hija del bandido (1846). A Pugni se debieron también las partituras para coreografías del francés Arthur Saint-León en La vivandíere (1844); La muchacha de mármol (1847) y El violín del diablo (1849).
Otros compositores famosos del período fueron el francés Ernest Deldevez, creador de la primera versión de Paquita realizada por el coreógrafo Joseph Mazilier (1846) y Casimir Guide, compositor bohemio quien creó El gato con botas para una coreografía de Jean Coralli en (1836). Mención aparte merece la obra de Adolphe Adam, autor, entre otros de la célebre partitura de Giselle, que con coreografía de Coralli y Perrot fuera estrenada en la Ópera de París en 1841.
En el período que medía entre el Romanticismo y la aparición del Clasicismo en Rusia hay que mencionar la obra del compositor francés Leo Delibes, autor de dos obras que han llegado hasta nuestros días con gran éxito, Coppelia (1870) y Sylvia (1876). En Dinamarca, los compositores para ballet fueron múltiples y entre los más destacados figuran: Edvard Helsted, Simon Holger Paulli y Hans Lumbre, quienes crearon las partituras de las más famosas obras del coreógrafo Augusto Bournonville, creador de la escuela danesa de ballet, entre las que figuran Napoli, Festival de las flores en Genzano, La ventana y Lejos de Dinamarca, entre otros.
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