martes, 30 de abril de 2024

Con los dioses, en el hogar de las artes

En Cuba, desde los inicios de la política cultural posterior a 1959, se implementaron estos sitios, para la salvaguarda y la promoción de los movimientos aficionados...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 20/11/2019
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Artistas aficionados-Casas de Cultura
Las casas de cultura, tuvo como resultado un renacer de los talentos en todos los frentes.

La idea de una casa de las artes se remonta hasta los tiempos iniciáticos de la humanidad, cuando se solía pensar que determinados dioses habitaban las moradas de los más sensibles. La encarnación de aquellos espíritus en las musas, que desde entonces acompañan a los creadores, determinó cierto culto a los lugares donde se toca música, se pinta, se esculpe. En la Francia de Luis XIV se construyeron pequeños pabellones en honor a Apolo, que servían de escenario a los finos espectáculos de la época, cargados de un renacimiento de las artes, también allí anidó la idea de que la cultura moraba un sitio específico, como ser vivo.

El hombre aspira al aprendizaje definitivo de las artes, a su apresamiento, es una utopía que cree que logra mediante cultos, los cuales residen en determinados lugares elegidos por los dioses. El pensamiento mitológico proviene de aquellas gestas, en las cuales los seres divinos intervenían en la vida cotidiana, ya fuera en las guerras o en la cocina, pues el mundo se entendía como una obra de arte, como una creación. La idea de los demiurgos autores de la humanidad o de los manes que estaban junto al campesino en el humilde hogar, nos impulsan en nuestra actualidad a la protección de determinados lugares, incluso su declaratoria como Casas de Cultura, en un proyecto que trata de rescatar la vieja tradición de las artes y los dioses.

En Cuba, desde los inicios de la política cultural posterior a 1959, se implementaron estos sitios, para la salvaguarda y la promoción de los movimientos aficionados, con el fin de que surgieran focos aquí y allá donde se manifestaran de forma genuina los talentos. No son solo lugares, donde se hacen presentaciones, sino centros de estudio, que a la vez que sirven de escenario nos observan de cerca y buscan la manera de que la creación se desenvuelva dialéctica en provecho común. Tal idea, positiva en extremo, tuvo como resultado un renacer de los talentos en todos los frentes, la mayoría de los artistas de la vanguardia más reciente comenzaron en una Casa de Cultura, en una modesta presentación, que dio paso a los grandes acontecimientos.

Un poeta panameño, Javier Alvarado, a su paso por la ciudad de Remedios, me comentaba la utilidad de estos locales, donde se forma impensable para la lógica capitalista, la cultura surgía gratuita y masiva, para todo el que la quiera apresar. Aun cuando yo mismo le decía que el proyecto, genial en sus inicios, necesitaba renovaciones, él me hizo ver que en su país nada semejante tendría apoyo gubernamental y mucho menos un subsidio tan ambicioso como el que se le dedica a la cultura cubana. Sin dudas, la idea de una morada de las artes no es nuestra, pero la hemos llevado a cabo lo más fiel posible a la tradición helena.

Ahora bien, como le conté al poeta, existen escollos en el camino de estas instituciones, que de hecho necesitan de un personal la mar de preparado, a la vez que en constante consagración a sus actividades. De hecho, la crisis salarial más reciente, con sus prolongados efectos en las lógicas laborales, lastraron el leitmotiv de las Casas de la Cultura y en muchos casos estas pasaron solo a lugares, sin dioses que las habitaran. De escenarios por excelencia se trocaron en pura escenografía en no pocos casos, de manera que las moradas estaban de pronto sin habitantes, en un estado desolador, al que turbaba a veces un ruido de música mecánica.

Si en las décadas anteriores el movimiento de las artes se hacía sentir en cada ciudad cubana, a partir de la década de 1990 las plantillas de las Casas de Cultura de desinflaron, a la vez que se perdía un vínculo con las vanguardias que sí siguieron existiendo. La situación a la altura de la segunda década del siglo XXI no ha variado mucho, pues se necesitan especialistas con el nivel suficiente para impartir un taller y a la vez promover un artista, una labor de mecenazgo que no se cumple fácil y que conlleva una dinámica laboral más allá de planes. De hecho, vendría bien analizar si la manera en que se planifica el tra bajo sigue siendo efectiva, pues no se debe aspirar a que la cultura sea la misma que décadas atrás, ni menos su relación con unos públicos que ya habitan otra Cuba y hasta tienen otros dioses.

Para nosotros la cultura no es un ingrediente, sino la esencia, la sustancia de la nacionalidad, de manera que si perdemos esas divinidades, la gente irá a los templos de otros reyes y entonces no habría donde habitar. Un mundo de malas personas es uno donde la gente no lee, ni oye música, ni siquiera se detiene delante de la puerta de los demás a conversar, sino que se vive en un espejismo, donde la creación no cuaja. Eso es lo que vendría a la muerte de la cultura, que es lo mismo que decir la conciencia. Entonces, no vale que derribemos los sitiales donde habitan los manes, haciendo gala de un pragmatismo que nos saldría caro. Muy al contrario, con el reciente ajuste salarial, estamos en el momento de que las Casas de Cultura recuperen un papel en la comunidad, como líderes de opinión y promotoras de lo mejor de Cuba. Ello requiere un cambio en las dinámicas de los cuadros administrativos, que también se anquilosaron y asumieron prácticas degradantes de cara a la espontaneidad de los dioses de las artes.

Es hora de que en la Casa de la Cultura de Remedios, celebremos un taller municipal de literatura, al que acudan Eduardo Heras o Francisco López Sacha, como sucedía en el pasado, y que los futuros narradores se inspiren ante la presencia de sus héroes. Ello por solo mencionar un aspecto, que ha caído en desuso en las décadas recientes y que tiene su efecto devastador en la ausencia de jóvenes interesados en escribir. Los tiempos se conectan de forma mágica, pero debemos propiciar la chispa salvadora, como hacían nuestros antepasados al evocar a los dioses. No en balde José Lezama Lima llamaba a su curso de poesía con el nombre de délfico, o sea relativo al oráculo que en Grecia habló a nombre de los tiempos.

No hemos abandonado los tiempos divinos, sino que habitamos una trama celeste, donde a veces tenemos conciencia de que hay una comunicación con los dioses. Las moradas están allí, si queremos ver en ellas a sus verdaderos manes e interrelacionarnos con ellos. Nada ha cambiado, pues las esencias existen, con independencia de si acudimos o no a su encuentro. Pero la ignorancia de los pueblos se paga, y puede que mañana  ni Casa de la Cultura ni casa a secas tengamos, pues los hogares no son sólo físicos, sino sobre todo metafísicos, espirituales, esencialistas.

La idea de una morada de los dioses nos salvará de la idolatría y la incredulidad, pondrá de guardia a nuestros hombres en el paso de las Termópilas ante la invasión de otros persas, hará de esta Grecia un sitio inexpugnable, donde vivamos las artes más allá de contemplarlas. La trama celeste que nos pertenece, reclama que rindamos culto a unos dioses determinados, los cuales cuidan cada camino, para que no nos desviemos hacia las rutas de los reyes que nos envidian. Lezama habría hablado en este punto de la trascendencia de un ego nacional, que proviene de los murmullos de una metáfora a la que no podemos apresar. Quizás acertó, pero vale que exista una Casa de Cultura, que sino de hogar perenne, al menos acoja alguna vez al ser divino que nos da vida y sentido como nacionales.  


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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