viernes, 19 de abril de 2024

Carpentier y el miedo al ridículo. Breves apuntes sobre la “espiral”

Pocas cosas teme tanto el hombre –decía Carpentier– como el ridículo. Y en nuestra época, una de las maneras de hacer el ridículo está en dar muestras de credulidad...

Mario Ernesto Almeida Bacallao en Exclusivo 14/03/2021
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Alejo Carpentier
Carpentier, en los años del fascimos alemán y la Segunda Guerra Mundial, vio y denunció cómo la verdad, en medio de una crisis política, era desacreditada por la opinión pública.

El cuatro de enero de 1941, Alejo Carpentier publicaba en Tiempo Nuevo –rotativo del cual fungía como jefe de redacción– una escueta crónica sobre cómo, en medio de un panorama de crisis política, verdades y analogías primarias, lógicas y justas eran fácilmente desacreditadas por la opinión pública.

“Pocas cosas teme tanto el hombre –decía Carpentier– como el ridículo. Y en nuestra época, una de las maneras de hacer el ridículo está en dar muestras de credulidad. El crédulo –es decir, el hombre de buena fe– resulta un elemental y un primario, y por ello tantos semejantes nuestros se creen obligados a pasar por listos, porque la viveza es antídoto del ridículo”.

Caricatura de Quino sobre la verdadera cara de la Opinión Pública.

El escritor había regresado a La Habana luego de residir en París durante una década. Corrían los duros años de la Segunda Guerra Mundial y la Alemania nazi había invadido Francia. Frescos en la pluma de Carpentier se respiran los acontecimientos de la Guerra Civil Española, en la que, desde su condición de intelectual, tomó partido a favor del bando republicano con una serie de cuatro crónicas tituladas “España bajo las bombas”.

La caída de Francia a manos de Hitler le tocó mucho más de cerca y, desde Cuba, el escritor desarrolló una serie de artículos que se nutrían de la información de agencias cablegráficas, de la correspondencia con amigos, de entrevistas con participantes directos en el conflicto y de su experiencia en tierra gala.

Carpentier reseña que en los días posteriores a la Primera Guerra Mundial, representantes de lo que él denomina “buena lógica sana” advirtieron cómo los vendedores de armamentos, con el fin de mantener la buena salud de sus negocios, fomentaban conflictos bélicos “donde les era posible”.

Habían advertido también el apoyo de tropas de Alemania e Italia al bando golpista en la guerra de España y denunciado que las 200 familias acaparadoras de toda la riqueza de Francia consideraron la entrega del país a los nazis, con tal de no perder privilegios. Asimismo, vislumbraban la amenaza que la ambición supremacista representaba para los países de América Latina.

Dichos razonamientos, sentencia el autor de El siglo de las luces, eran acosados por una ola de opiniones que buscaban trastocar la lógica colectiva y que tachaban de ridículos a los que osaban manifestar públicamente sus inquietudes sobre alguno de estos peligros. “¡No haga el ridículo repitiendo estas cosas!”

Lo que empíricamente explicaba el escritor cubano en 1940 desde una crónica de apenas diez párrafos, lo desarrollaba en 1977 la teórica alemana Elisabeth Noelle-Neumann en su libro La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social.

Libro de la teórica alemana Elisabeth Noelle-Neumann de 1977

“Para no encontrarse aislado –nos decía–, un individuo puede renunciar a su propio juicio. […] Ese temor al aislamiento (no sólo el temor que tiene el individuo de que lo aparten sino también la duda sobre su propia capacidad de juicio) forma parte integrante, según nosotros, de todos los procesos de opinión pública. Aquí reside el punto vulnerable del individuo; en esto los grupos sociales pueden castigarlo por no haber sabido adaptarse. Hay un vínculo estrecho entre los conceptos de opinión pública, sanción y castigo”.

Noelle-Neumann –la citamos para reafirmar una tesis carpenteriana esgrimida desde el antinazismo pero, paradójicamente, en los años del holocausto, fue periodista militante del partido de Hitler– describe en los setentas a la opinión pública como la opinión dominante que impone una postura y una conducta de sumisión, a la vez que amenaza con aislamiento al individuo rebelde y, al político, con una pérdida del apoyo popular.

Asimismo, insiste en que el individuo analiza su entorno social y estima la distribución de opiniones favorables o contrarias a sus ideas. Cuando las últimas predominan, suele ocurrir lo que con delicada sabiduría cronicaba Alejo: “Pudorosamente, la buena lógica se repliega sobre sí misma y calla. Vacila. Llega a dudar. Y como la lógica ama el buen gusto, teme haber incurrido en una falta de estilo”.

“Expresar la opinión opuesta y efectuar una acción pública en su nombre significa correr peligro de encontrarse aislado”, sentenció la Alemana.

Son varios los autores que se han referido, de forma directa o indirecta, al aislamiento que sufre el sujeto cuando emprende y asume una interpretación contraria a la dominante, que a su vez suele maquillarse de mayoritaria, a pesar de que en determinados contextos puede serlo.

En las primeras páginas de su libro, Disfraces del Leviatán, el profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid, Juan Carlos Monedero, desarrolla una curiosa alusión a la obra de Miguel de Cervantes:

–¿Qué gigantes?– dijo Sancho Panza.

–Aquellos que allí ves –respondió su amo–, de los brazos largos; que los suelen tener algunos de casi dos leguas.

–Mire, vuestra merced –respondió Sancho–, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas al viento, hacen andar la piedra del molino.

–Bien parece –respondió Don Quijote– que no estás cursado en esto de las aventuras: son gigantes, y, si tienes miedo, quítate de ahí y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.

A la posteridad –y como parte de las interpretaciones más simplistas–, el ingenioso hidalgo pasa como un lunático, ridiculizado –diría Carpentier– por esas corrientes de pensamiento que atacan, por cuanto le temen e incomodan, la buena lógica.

Juan Carlos Monedero va más allá y nos muestra al Quijote –desde su particularidad de personaje ficticio– como elemento metafórico que se enfrenta directamente a la realidad del contexto en que se escribe la obra.

“La primera crítica moderna contra la globalización […] tenía que ver con un loco que se creía caballero andante y que, en su locura, desenmascaraba al mundo mercantilista que entraba por Castilla, haciendo inútiles los valores del honor, la fraternidad y la palabra dada de los caballeros andantes”, explica el estudioso español.

En concordancia, argumenta que en el siglo XVI los comerciantes y banqueros alemanes de la familia Fugger ya eran dueños de imponentes palacios de la península ibérica como el de Almagro y, “casualmente”, poseían parte considerable de los molinos de La Mancha. “El control de los molinos […] se transformaba en onerosos alquileres para su uso, lo que encarecía el precio del pan y castigaba a los más débiles.

El Quijote queda en solitario por defender las ideas en las que con vehemencia confía, pero continúa apostando por ellas, lo cual también entra en coherencia con la teorización de Noelle-Neumann sobre la espiral del silencio; ella especifica: “tras un combate prolongado, una facción minoritaria se puede reducir a un núcleo compacto cuyos miembros no están dispuestos a adaptarse, a cambiar de opinión, o incluso a guardar silencio ante la opinión pública. Algunos de los miembros de este grupo son capaces de enfrentar su aislamiento. En su mayoría, podrán seguir manteniendo sus puntos de vista apoyándose en un círculo selectivo […]”.

Para quien escribe, desde la Cuba de 2021, todo esto suena peligrosamente actual, con el añadido-agravante de esa plataforma de expresión y presión que resultan las redes sociales. Se trata del mismo reto que Carpentier nos narra a una distancia de ochenta años, que Noelle-Neuman comenzó a teorizar hace prácticamente cincuenta y al que, con una metáfora, Monedero da una envergadura de siglos.

En los cuatro contextos –contando el actual, y es algo que va más allá de Cuba– hay un asunto en común: la crisis. “Esto es especialmente importante cuando, en una situación de inestabilidad, el individuo es testigo de una lucha entre posiciones opuestas y debe tomar partido”, explicitaba la alemana.

Y siempre queda el miedo de que ocurra lo que Alejo Carpentier cuenta en otra de las crónicas sobre El Ocaso de Europa, publicada también en Tiempo Nuevo, el 15 de junio de 1941:

“¡Ah! ¡Pero ustedes no tienen noción de lo que era entonces la política de partidos y corrillos! Denunciar la injerencia nazi-fascista en España, era ‘darle gusto’ al Frente Popular. Y para no ‘darle gusto’, más valía poner la patria en peligro, aceptar como buenas las negativas asombradas del conde Ciano, y contemplar, desde la frontera, el paseo de uniformes alemanes en las calles de Irún”.

Ojalá nos acompañe el valor y la “buena lógica” tan reseñada por el autor de Los pasos perdidos para que, en medio de las contradicciones cruentas y hermosas del Reino de este mundo, no nos pese demasiado, en el momento y el lugar que se precise, “hacer el ridículo”.


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Mario Ernesto Almeida Bacallao

Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana


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