viernes, 19 de abril de 2024

Bendita cubanía: todo el tiempo cuajando

La identidad es un sentir y un valorar, un representarnos frente a los demás y concebir, en comunión, nuestro auténtico aporte de símbolos al universo…

José Ángel Téllez Villalón en Exclusivo 20/10/2020
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“Cuba es un ajiaco”. Así de densa y aparentemente sencilla es la ecuación cubana. (Fernando Medina Fernández / Cubahora)

“Cuba es un ajiaco”. Así de densa y aparentemente sencilla es la ecuación cubana. Nítida metáfora, servida por nuestro primer descubridor cubano para ilustrar y significar el híbrido devenir de lo que aquí bulle, escapa, cuaja y se asienta. Aquí: la tierra que cotizó el primero y cuya naturaleza anotó el segundo, para arcas y estanterías de Europa. Cristóbal Colón y Alexander von Humboldt llegaron por el mar, pero por la savia nos exploró Fernando Ortiz.

En la tierra y en/con el agua nace y se (re)produce el diverso comer y el arcoíris de los condimentos. Con el fuego se ablandan y mezclan, se trasforman y aglutinan. Al fuego se funden los cuerpos y los espíritus en la “mulatez”. Con el soplo del tiempo cuajó nuestro sabor, ese orgullo, cocinado y sentido, que es la cubanía. La vocación de ser cubano, la “cubanidad plena, sentida, consciente y deseada: cubanidad responsable, “cubanidad con las tres virtudes —dichas teologales—, de fe, esperanza y amor”.

Por ello, no es buen cubano quien no tiene fe en su pueblo y en sus consensos, en lo conquistado como patrón de dicha, en su capacidad de ser y concretar sus sueños compartidos; quien no se asume responsable de su progreso y quien no enfrenta a quien la ataca. Quien no halla majestuosidad en sus más profundos anudamientos y puntadas, minúsculos pero intensos, como en la escarapela de Céspedes y Martí.

Nuestra nación brotó mambisa, de una cultura irredenta que versó: “¿Osaré maldecir mi destino, cuando puedo vencer o morir”? Que convirtió “La Bayamesa” romántica, para reconquistar a Luz Vázquez, en otra, igual de amorosa, para conquistar a la Matria: “¿No recuerdas gentil bayamesa/ que Bayamo fue un sol refulgente, / donde impuso un cubano valiente/ con su mano el pendón tricolor?”. Aludiendo aquellas jornadas, en que con el impulso Céspedes, cristalizó en el “Himno de Bayamo”, el acto audaz de romper con España, de ser libres o morir.

En el Manifiesto de Montecristi, José Martí declaró la suya “una guerra culta que ha de ordenar la revolución del decoro, el sacrificio y la cultura”; por “el bien mayor del hombre” que el Che definió después como la reapropiación de su naturaleza a través del trabajo liberado, y la expresión de su propia condición humana a través de la cultura y el arte. Sin comprender esa necesidad no puede haber verdadera libertad. “Sin cultura no hay libertad posible”, fue convicción de Fidel, por eso la llamó “espada y escudo de la nación” y proclama, en los tiempos difíciles de 1998: “La cultura es lo primero que hay que salvar”.

No basta nacer aquí si no se entrenan estos descubrimientos. Más que un comportamiento, la identidad es un sentir y un valorar, un representarnos frente a los demás y concebir, en comunión, nuestro auténtico aporte de símbolos al universo. El peculiar corresponder por lo que del mundo seleccionamos, mezclamos y adaptamos según nuestras cambiantes necesidades. A veces, con las transparencias de Carlos Enríquez, otras, con los parches coloridos de Sosabravo.

Desde gélidos marcos, el cubano suele ser encuadrado, congelado en un tiempo (antes de 1959) y un espacio (de cabaret). Viñeta sobre la que se montaron fenómenos internacionales más recientes como el Buena Vista Social Club o la gozadera de Gente de Zona. La identidad cultural no es etiqueta para ferias ni una construcción inmutable y fija, sino un proceso “con representaciones discutidas —y rivales—, muchas veces llenas de contradicciones e incoherencias, casi siempre en movimiento”, nos susurra el sabio Fernando Ortiz.

Hay gestos al hablar que identifican a los nacidos aquí, como la existencia de un caminar cubano, un ritmo y una clave; un cruce cubano de abscisa y ordenada, cocidas con luz y sal. Pero hay cubanos, auténticos cubanos, que extienden los límites de esa identidad, que la empujan hasta el misterio. Que prodigados con esencias y mucho orgullo patrio nos representan sin parecerse al estereotipo. Es el caso de Alicia Alonso, tan de aquí como Chano Pozo, Omara Portuodo y Elpidio Valdés.

La cultura es mucho más que las bellas artes. Para el autor de Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, es “fundamentalmente un sistema de nucleación humana, una organización funcional de fuerzas, medios y fines colectivos (…) un complejo sistema de instrumentos, hábitos deseos ideas e instituciones por medio del cual cada grupo humano trata de ajustarse a su ambiente, siempre cambiadizo, y de mejorar la satisfacción de sus necesidades personales y sociales, por fortuna siempre crecientes”. De ahí que rechace todo aislamiento.

La cultura cubana es una típica madeja dentro de la que significamos y damos valor a nuestras tradiciones, a nuestros actos cotidianos, nuestras presentaciones públicas y privadas; un mapa de trazas desde el que orientamos nuestras expectativas y aspiraciones, pero una trama de significación mestiza. Una cazuela abierta, “todas las escuelas y ninguna escuela”. Que se expresa, por ejemplo, en esa mezcla heterodoxa que Perucho vertió en nuestro Himno, que no es octava aguda ni copla de arte mayor.

Hoy, en el ser cubano, como en cualquier estado cultural, hay cáscara y facilismo aguachiento; al igual que hay crema, esencia que cuaja, identifica y orienta. Hay búsquedas y experimentos que se decantan y otros, más espesos, que se duermen para fijar el sabor y, a la larga, terminan compartiéndose como referencias, interpretaciones y creencias.

Hablamos de cultura, ese sabor de los pueblos contenido entre límites y misterios. Proposiciones y discusiones sostenidas de identidad nacional, de patrones de acumulación y registros de experiencias, en la mesa —con tragos desconocidos—, o parado frente al caldero. Con un poema “de palo” o un trazo de muchos filos.

Un detalle, una pizca de sazón, de sudor o sangre, salva o echa a perder el plato y su recuerdo, la obra y su legado. La mesura es un don de esos cultores que llaman artista, y la elección. Por donde Céspedes nació le echan al potaje mucho comino tostado, por donde Martí no tanto, o nada. El aceite, antes o al final, el que aparezca o el de oliva. El potaje es como una marca de familia, de la familia chica, y bendición de la grande. Y aquí sabemos, que “potaje” es otra imagen —“que se sabe imagen”— para aludir la mulatez.

Con el sabor de todos y para el sabor de todos se unen en la mesa de la cultura cubana el que la degusta pura, bien espesa, y el que la desguaza fusionada, ecléctica o mestiza. Para gustos, ensaladas y guisos, tubérculos y floraciones, carnes y espíritus. Un colorido espectro de herviduras y transfundiciones, como la caldosa tunera y el sopón holguinero, el ajiaco caimanero o a la camagüeyana.

La sazón como el tumbao, brotaron del contrapunteo —ese “género dialogístico que lleva hasta el arte la dramática dialéctica de la vida”, al decir de Ortiz, y tan característico en la cultura cubana. De una blanconaza contradanza y un moreno cinquillo nació el danzón, “con derecho propio de cubanidad”. De otro contrapunteo, entre una base rítmica de origen congo y ciertos pasajes instrumentales de las trompetas inspirados en los sones montunos de los treseros orientales, en la olla hirviente de Arsenio Rodríguez, cuajó la “base verdadera del mambo”, al propio decir del Ciego Maravilloso.

El gran Benny Moré bebió de ambos influjos, el de Failde y el de Arsenio, el de las orquestas típicas o de viento y el de los conjuntos soneros. Con ambos armó su Banda Gigante en 1953; un tres amplificado y prodigado por los tumbaos pianísticos de Eduardo Cabrera (Cabrerita) y Lázaro Valdés. Máquina de mezclar lo de aquí y lo de allá, lo académico y lo popular, pero con sello propio. Y después vino todo lo demás que ya sabemos, con la que removemos, del baile para adentro, nuestra singularidad, en constante cocedura.

Ese “intrincadísimo complejo de elementos emocionales, intelectuales y volitivos” que identifican el ser cubano es lo que hoy celebramos. Una cultura creadora con la que hacemos Cuba.


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José Ángel Téllez Villalón

Periodista cultural

Se han publicado 2 comentarios


Javier Hernández Fernández
 21/10/20 15:39

Bendita Cuba cultura ahora y hoy.

Javier Hernández Fernández
 21/10/20 14:46

Bendita Cuba es cultura ahora si.

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