lunes, 17 de junio de 2024

Ante la depredación capitalista, ecologismo revolucionario

La dependencia de la economía global de la explotación de los combustibles fósiles y la negativa tácita de algunos gobiernos a tomar acciones en la dirección del cambio de la matriz energética son de los problemas ambientales más acuciantes de la actualidad...

Kenneth Fowler Berenguer en Exclusivo 22/04/2022
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Ecologismo
El “ecologismo revolucionario” debe formar parte esencial de nuestro discurso anticolonial y anticapitalista.

El pasado 13 de abril, The Guardian reseñaba una protesta en la que varios médicos y científicos tomaban el espacio público y pegaban posters con información sobre el cambio climático; información que alegan es constantemente desconocida por el gobierno y el sector empresarial. Los edificios —a los que los manifestantes pegaban también sus manos con superpegamento— incluían la sede de la corporación petrolera Shell en Inglaterra.

Este no es más que otro ejemplo de denuncia ante un problema que amenaza con tomar tintes apocalípticos. La dependencia de la economía global de la explotación de los combustibles fósiles, y la negativa tácita de algunos gobiernos a tomar acciones en la dirección del cambio de la matriz energética, son de los problemas ambientales más acuciantes de la actualidad.

El año anterior, en su informe sobre la ciencia “La carrera contra reloj para un desarrollo más inteligente”, la UNESCO denunciaba: “Por ejemplo, en los cuatro años (2016-2019) posteriores a la adopción del Acuerdo de París, 35 bancos de Canadá, China, Europa, Japón y los Estados Unidos de América invirtieron en conjunto 2,7 billones de dólares en combustibles fósiles”.

También de 2021 es un reporte que da cuenta que entre 2018 y 2020 la coalición Export Finance for Future (E3F), formada por varios países europeos, invirtió más dinero en fuentes de energía no renovables que en energías “limpias”. Un caso extremo es España, que en dicho período destinó 6 500 millones de euros de las cuentas públicas a la explotación de hidrocarburos, en comparación con unos ínfimos 120 millones destinados a las fuentes renovables de energía.

Pero el asunto de la matriz energética y la lucha por reducir el uso de combustibles fósiles es solo una de las aristas de la problemática medioambiental. Otros casos recientes de protestas son los que se han dado en ya dos partidos de la etapa de postemporada de la NBA. ¿El denominador común? El equipo de Minnesota Timberwolves y su dueño mayoritario, Glen Taylor. El pasado sábado una mujer se encadenó a una de las canastas del Fedex Forum, casa de los Memphis Grizzlies, mientras tenía lugar el primer juego de los sureños contra los de Minnesota. Días antes, otra mujer había usado superpegamento para pegar su mano al tabloncillo del Target Center en Minneapolis, en el partido ante Los Ángeles Clippers.

Ambas manifestantes portaban pulóveres con la inscripción de “Glen Taylor Rostiza Animales Vivos”, en signo de protesta ante el reciente escándalo de maltrato animal ocurrido en una de las granjas productoras de huevos de Rembrandt Enterprises, también propiedad de Taylor. Según las fuentes, alrededor de 5 millones de gallinas perdieron cruelmente la vida cuando se tomó la decisión de apagar la ventilación en sus habitáculos; esto como “respuesta” ante una epidemia de gripe. También se denuncia que desde la fecha del incidente han sido despedidos un total de 200 trabajadores.

En Cuba también hemos asistido recientemente a un triste y deleznable acto de crueldad animal —con la consiguiente intervención de las leyes— que ha suscitado descontento y reflexiones sobre la pertinencia de las condenas previstas en la norma y el necesario carácter cultural y político de la respuesta ante estos males. Precisamente en un comentario del 17 de marzo en esta misma página hacía mención al Decreto-Ley 31/2021 “Del Bienestar Animal” y lo mencionaba como una fortaleza con que cuenta el país para la lucha por la justicia medioambiental. En dicho comentario mencionaba también la necesidad de acompañar la legislación con una proyección política hacia el “ecologismo revolucionario”.

Hoy, 22 de abril, día escogido por las Naciones Unidas para honrar a la Madre Tierra y promover “la armonía con la naturaleza y la tierra”, constituye oportunidad perfecta para presentar algunos comentarios sobre por qué el “ecologismo revolucionario” debe formar parte esencial de nuestro discurso anticolonial y anticapitalista.

LA DICOTOMÍA SOCIEDAD/NATURALEZA

En el discurso de la modernidad occidental existen varias dicotomías, entre las cuales aquella que contrapone naturaleza y sociedad es una de las más enquistadas. En esta dualidad el ser humano es considerado como central y el medio natural queda relegado a un papel de subordinación, tanto de forma instrumental en la extracción de recursos, como en los imaginarios de la construcción histórica y cultural.

De cualquier manera, esta relación de subordinación no es una característica inmanente de la vida en el planeta, ya que tiene una raíz histórica que podemos trazar hasta el sometimiento de los “paganismos” por parte de las religiones de ascendencia judeocristiana. Estos paganismos solían conferir a los elementos naturales características espirituales, poder de interlocución con las comunidades y agencia en los destinos de los pueblos. El cristianismo colocaba al hombre en un papel mucho más central, secularizaba el medio natural y legitimaba el hecho de que este fuera explotado por el hombre en busca de su propio beneficio. Subyugar las prácticas paganas —que significaba generalmente subyugar militarmente a las poblaciones que las cultivaban—  eliminaba un obstáculo para la explotación de la naturaleza.

Este paradigma de subordinación encuentra además paralelos en lo que Boaventura de Sousa ha llamado “los tres unicornios” de la dominación: patriarcado, colonialismo y capitalismo.

MUJER Y NATURALEZA EN EL PATRIARCADO

Habíamos mencionado que la distinción entre sociedad y naturaleza es una en la que la segunda se encuentra subordinada a la explotación de la primera. Varios autores con orientación feminista sostienen que existe en la historia de la humanidad —que es también la historia de las sociedades patriarcales— una identificación de la mujer con el medio natural. Esto es en parte debido a su rol biológico en la reproducción, que las acerca en los imaginarios a las cualidades de creación vital de la naturaleza.

Los hombres, siendo incapaces en sí mismos de alumbrar nueva vida, alcanzan su capacidad creadora a través de la cultura y la tecnología, asociadas en nuestra dicotomía a la sociedad. Esta concepción lleva a que los hombres se hayan encontrado ligados a interacciones y prácticas más “sociales” que las mujeres, frecuentemente relegadas a las labores de cuidado, con connotación especial en la crianza de los niños que, al no encontrarse aún “socializados”, son considerados más cercanos a la naturaleza.

DOMESTICAR LO SALVAJE

La empresa del coloniaje estuvo ligada a la institución de la esclavitud, ambas legitimadas por los debates de la época en torno a la condición de los sujetos no blancos que habitaban los territorios expoliados. El paralelismo entre los binomios sociedad/naturaleza y civilización/barbarie ofrece otro ejemplo de cómo las relaciones de subordinación insertas en el primero han servido de base legitimadora a otras formas de opresión.

Durante la colonización, los acervos culturales e históricos de las sociedades que habitaban los territorios de Asia, África y América fueron constantemente desconocidos y, lo que es más, violentados por parte de los conquistadores. En cambio, estos pueblos fueron considerados bárbaros, salvajes e incapaces de conformar una sociedad regida por las leyes de los hombres. Desde el plano de la representación se los veía más cercanos a las “bestias” que a los seres humanos, lo que llevó a que fueran “domesticados” para el trabajo o el entretenimiento circense, entre otras “labores”. También, como se encuentra cristalizado en el poema “La Carga del Hombre Blanco” de Rudyard Kipling, existe un discurso condescendiente con respecto al sujeto colonizado que presenta su educación (domesticación) como un deber del colonizador.

EXPORTACIÓN DE LOS COSTOS ECOLÓGICOS

Colonialismo y patriarcado son consustanciales al desarrollo capitalista, a lo que se puede añadir en este contexto la terciarización de la producción industrial. Los grandes crecimientos monopólicos, que han sido acompañados de un desarrollo cada vez más vertiginoso de la ciencia y la tecnología, han sido posibles en la época del capitalismo gracias a la externalización de los costos socioecológicos de los países del Norte global hacia los pueblos expoliados del Sur.

Con la exportación de los modos de producción, se exporta también el paradigma de subordinación del medio natural ante la explotación humana. Los países receptores de la producción terciarizada adoptan también un modelo de desarrollo que significa solamente desarrollo económico, y cuyas ansias apuntan a Estados Unidos y Europa como los ideales paradigmáticos. El “desarrollismo” se basa también en una dicotomía (desarrollado/subdesarrollado) que exhibe la misma cualidad que las otras antes mencionadas (sociedad/naturaleza, hombre/mujer, civilizado/bárbaro).

Los saberes y las prácticas de los pueblos originarios se encuentran cada vez más violentados, en tanto constituyen la resistencia al extractivismo capitalista. Hoy en día, los costos ecológicos de la producción se convierten —junto al racismo, el patriarcado, la xenofobia y otros— en un mecanismo de dominación al que los pueblos del Sur se encuentran sometidos. Otro elemento de complejidad es que también dentro de los países se dan disímiles desigualdades en cuanto a la participación en los modos de producción dañinos al ambiente y los riesgos y perjuicios que se perciben por ellos.

EL “ECOLOGISMO REVOLUCIONARIO”

La pretendida contradicción sociedad/naturaleza encuentra símiles en otras contradicciones manejadas de forma opresiva por el capitalismo. Dichas contradicciones tienen raíces históricas en procesos de dominación tanto religiosos, como políticos y económicos. Luego, un discurso anticapitalista, anticolonialista, antipatriarcal, emancipatorio —y los movimientos sociales que pretenda aglutinar— deben tener el ecologismo en su horizonte político. No existe otra manera de abordar el problema de forma global.

Recientemente se han realizado diversos aportes al entendimiento de la crisis ecológica, así como adiciones al arsenal teórico con que se cuenta para trazar vías de lucha. Se habla hoy de “una sola salud” para referirse a las implicaciones que tiene para la salud humana el cuidado de la salud de los animales domésticos y de consumo, y la protección de los ecosistemas. Los ecofeminismos han introducido la idea del “cuerpo-territorio”. Los pueblos originarios de América Latina aportan las visiones del “Buen Vivir” —que encontró resonancia en el programa político de Rafael Correa durante su mandato— y los derechos de la naturaleza. Desde el discurso religioso, el Papa Francisco ha utilizado categorías como “casa común” o “ecología integral”. Incluso hay textos muy interesantes sobre ecosocialismo, que aportan una visión de lucha de clases a la problemática ambiental.

Las Naciones Unidas, desde su programa para el medio ambiente, publica asiduamente diagnósticos y propuestas de acciones encaminadas a lograr una convivencia más respetuosa con el medio natural. Su resumen ejecutivo “Hacer las paces con la naturaleza”, de febrero de 2021, ofrece varias propuestas de acciones que pueden tomarse de manera concatenada desde los gobiernos y cuerpos intergubernamentales hasta las personas naturales “para mejorar la relación de la humanidad con la naturaleza.”   

Un paradigma de justicia ambiental debe centrarse en tres principios:

  • La justicia global, pues como hemos visto la problemática medioambiental se encuentra ligada a otras desigualdades sociales y económicas que subyacen en el capitalismo.
  • La justicia intergeneracional, que emerge de considerar los derechos de las generaciones futuras en tanto van a recibir el mundo que seamos capaces de legarles.
  • La justicia interespecífica, que parte de considerar los derechos de otros seres vivos y el principio de “hospitalidad biosférica”.

Cuba legisla en materia medioambental y próximamente contaremos con una “Ley del Sistema de los Recursos Naturales y el Medio Ambiente”. Tenemos además estructuras desde el Estado y el Gobierno que trabajan en pos de abordar la problemática ambiental. Un horizonte político anticapitalista, anticolonial, antipatriarcal, ecologista y revolucionario debe entonces guiar nuestros esfuerzos por alcanzar toda la justicia.

De Sousa Santos, Boaventura. “El Futuro comienza ahora. De la pandemia a la utopía”. Ediciones Akal, S.A., 2021.


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Kenneth Fowler Berenguer

Químico de formación y apasionado de la divulgación científica, el deporte y el cine. Hacer ciencia, pero también contarla, debatirla y pensarla.


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