Ojos que miran

La crítica audiovisual es una experiencia puramente personal; el lenguaje cinematográfico debe descubrirlo uno mismo, y también, si se quiere, descubrirse a sí mismo mediante ese lenguaje.
Porque el cine es una extensión del ser humano, una forma de comunicación y también una catarsis personal. Es la posibilidad de mirar a fondo la vida, tal y como lo es el arte en su conjunto. Es un instrumento de conocimiento de la realidad, pero uno más preciso o más profundo que cualquier otro que el hombre haya creado.
Una obra de arte sin la mirada humana —que juzga y condena, pero también excelsa y celebra— está vacía y fatua. Le falta algo. Ese algo es el punto de vista de los ojos que miran. Tú. Tu punto de vista, tu capacidad de ver lo que miras.
Se puede hablar de planos, de un dolly, de una disolvencia, de un flashback, de una profundidad de campo; pero si no se hace con el convencimiento de que cada uno de esos elementos técnicos son usados para transmitir una idea —creo firmemente en el cine de autor—, para expresar un sentimiento, una emoción, una verdad subjetiva y polivalente, un uso emocional del lenguaje; entonces, no se está hablando de cine.
Ojos que miran ofrece un espacio de crítica, de interacción sobre obras audiovisuales. La crítica quizás no logre cambiar al arte, pero sí puede acompañar, influir o mejorar a los individuos, a los seres humanos. Y si uno logra expresar sus ideas claramente, decodificar la compleja realidad de una obra y plasmar —no necesariamente con criterios esperanzadores— las posibilidades insospechadas, de sentimientos y emociones que emanan de ella, entonces sabremos que todo lo que necesita el cine, su más primordial y suprema razón de ser, es el debate que genera.
Toda obra artística, apenas creada, deja de pertenecerle a su creador. Y toda creación recobra su génesis en la crítica. Pero el cine no necesita una diatriba técnica, basada en leyes formales; sino una sustentada en principios. Principios, nunca leyes.
Existe, por supuesto, una gramática cinematográfica. Pero no se mueve bajo el carácter de la obligatoriedad o la imposición. Se mueve bajo lo que se conoce, se entiende, se integra, lo que va con cada cineasta y con cada creador.
Porque es la mirada lo que construye una obra audiovisual. Es la mirada la que incursiona en la noche de la inconciencia; ahí el tiempo y el espacio se hacen flexibles, se encogen y se alargan a voluntad; ahí el orden cronológico y los valores creativos no responden sino ante los Ojos que miran.