martes, 19 de marzo de 2024

Las hijas, los hijos... ni cuenta de ahorro ni plan de jubilación

¿Tenemos hijos para que nos garanticen sustento y compañía en la vejez? ¿Maternamos para que se nos retribuya? ¿Sentimos miedo a criar para luego acabar en soledad?...

Yeilén Delgado Calvo
en Exclusivo 25/03/2023
1 comentarios
Amalia y Abel niños
La maternidad es el arte de darse, sin derecho a esperar retribuciones.

A la vuelta del círculo, después de una rápida merienda en casa, mi hija y mi hijo exigen su ya acostumbrado tiempo en el parque. No nos quedamos mucho –esa es una hora crítica para el trabajo doméstico– pero ellos quieren y necesitan los minutos de jugar al aire libre, ver gente, brincar, gritar. Yo, mientras vigilo con un ojo, con el otro adelanto trabajo: edito textos, escribo poemas; y también hago y contesto llamadas. Avanzo poco, porque interrumpo muchas veces la tarea en cuestión para advertirles: “No te metas eso en la boca”, “no te subas ahí”, no te fajes con tu hermana” (sí, ya sé que no deben decirse tantos no, pero bueno…) Vivimos, además, muchos momentos lindos, les hago fotos y videos, cantamos, repasamos los colores, los nombres de las cosas, y trato de enseñarles nociones elementales del mundo como lo que es propiedad personal y colectiva (la otra tarde mi hijo echó a un niño de “su” banco), a ser amables con las personas, a identificar el peligro. Claro que sería mucho más fácil llegar directamente a casa, ponerles la tv, e irme a la cocina; pero por ellos hago ese ajuste que implica terminar mis tareas mucho más tarde y más cansada.

Es un sacrifico de la maternidad, uno más, pero lo vivo con alegría, como casi todos; no lo hago solo por ellos, aunque sí, sino también por mí misma: su alegría es la mía. Formar personas dichosas, sanas y plenas es el objetivo supremo de mi maternidad. Sin embargo, nunca me pregunto si algún día me “pagarán” por lo que les haya dado, si serán o no ingratos, si al final de mi vida me quedaré sola; y no pienso en ello no porque sea joven ni porque dé por sentado que ambos cubrirán todas mis necesidades, sino porque no los traje al mundo para eso, sino para que vivieran. Pensé que debía compartir el
privilegio de vivir.

No se trata de formar seres egoísta, acostumbrados a merecerlo todo; claro que hay que enseñarlos a amar, a retribuir el afecto y la dedicación, a respetar a quienes más han vivido; pero todo ello sin sembrarles culpas. “Cuando yo sea vieja me tienes que cuidar”, “todo lo que he hecho por ti y mira cómo me lo pagas”, “yo sacrifiqué mucho por ti”, “por tu culpa no
pude hacer las cosas que quería”, “mucho que sufrí para que tú comieras”, son frases que se repiten y la mayoría de las veces no parten de un real maltrato filial, sino que se erigen como forma de manipulación, de moldear la vida de los hijos según la voluntad propia. No hay forma definitiva para asegurar que nuestra prole sea fiel al amor que les brindamos, pero lo que está claro es que amar desde la generosidad y el desprendimiento, ser nosotras mismas buenas hijas, y fomentar un vínculo sano, sin chantajes ni recriminaciones, nos sitúa más cerca de ese escenario ideal. La cuestión es brindarles las herramientas para que tomen sus decisiones, pertrecharlos de valores positivos, y estar dispuestas a apoyarlos en todo escenario. A fin de cuentas, nunca se deja de ser madre. Quizá habrá momentos dolorosos, porque ellos se salgan de lo que
consideramos correcto, porque con sus actitudes nos hieran, o porque -como ocurre en tantas familias en la Cuba de hoy mismo- decidan hacer sus vidas lejos. A pesar de los desgarramientos, hay que saber que los hijos no son responsables de nuestra felicidad. Los criamos para el mundo, no para nosotras. Por eso es tan importante no dejar de vivir por ellos, aunque sean nuestra prioridad; necesitamos la independencia de tener trabajo, hobbies, amistades o pareja; y también tomar las precauciones para garantizarnos una adultez lo más funcional posible.

Criar es un acto de amor, y para que sea verdadero es imprescindible la total incondicionalidad. Dar sin esperar a cambio, y experimentar la felicidad que provoca: he ahí la cuestión.


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Yeilén Delgado Calvo

Periodista, escritora, lectora. Madre de Amalia y Abel, convencida de que la crianza es un camino hermoso y áspero, todo a la vez.

Se han publicado 1 comentarios


YNC
 27/3/23 21:02

Me gusto el articulo. y coincido su felicidad es la mía aunque deje de hacer lo que me gusta.

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