miércoles, 1 de mayo de 2024

Cómo surgió el mundo

Una poética leyenda indocubana...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo
en Exclusivo 31/03/2018
2 comentarios
Los indocubanos
Los aborígenes, aquellos hombres cobrizos que los teólogos quisieron identificar con la tribu maldita de Israel. (Foto: Tomada de Radio Ciudad del Mar).

Hay quienes insisten, erre con erre, en pronunciar con veneración las palabras “El Descubrimiento”.

A no dudar, discutible denominación. Porque, ¿quién descubrió a quién? ¿Acaso no existían hombres por estas tierras cuando el europeo, de armadura, espada y cruz, sentó sus plantas en ellas?

Es cosa probada, ciencia constituida, que cuando –un otoñal domingo de 1492--  el blanco desembarca en Bariay, ya desde muchos siglos atrás en esta isla habitaban seres que no eran almiquíes ni jutías, sino poseedores de todos los atributos humanos.

Sí, aquellos hombres cobrizos que los teólogos quisieron identificar con la tribu maldita de Israel, exhibían todas las esencias del Homo sapiens.

¿Acaso no tenían un lenguaje? Pues los cronistas atestiguan cuán melodiosa era su lengua.

¿Carecían de una fe? Sus ídolos de piedra –los cemíes--  desmienten tal sospecha.

¿Vibraba su espíritu con el arte? La ingenua decoración de sus piezas alfareras da la respuesta afirmativa.

Ahí están, para probar la humana condición, sus técnicas constructivas y agrícolas, las artes de pesca y cacería, y hasta los juguetes que confeccionaban para sus pequeñuelos.

Y también sus leyendas creacionales, como la que hoy abordaremos, recogida hace más de un siglo por el periodista, escritor y bibliotecario barcelonés Adrián del Valle.

Para enterarnos de tal portento indocubano, hemos de movernos hacia la cintura de la Isla, a ese paraje de ensueño que hoy nombramos Cienfuegos, pero cuyos hijos primigenios denominaban Jagua.

LA CREACIÓN, SEGÚN NUESTROS INDIECITOS

Se cuenta que en tiempos remotos el dios indocubano Huion, el Sol, abandonaba cotidianamente su caverna para elevarse en el cielo y alumbrar a Okon, la Tierra, cuya fertilidad se desaprovechaba por la ausencia de los hombres.

Entonces Huion tuvo un deseo: crear al ser humano, para que hubiese alguien que lo admirara y adorase, que esperara cada día su salida, que le agradeciese su cotidiana entrega de luz, calor y vida.

Y, en un gesto mágico, creó a Hamao, el primero de los hombres.

Nos sigue narrando la leyenda –recogida, repito, por Adrián del Valle--  que Huión, el dios-sol de los indocubanos, no se preocupó más de su reciente creación, el Adán de aquella cultura.

Y Hamao vagaba por la naturaleza espléndida en desgarrada soledad. Algo le faltaba. Y de ello se convencía cuando miraba alrededor, para ver en aquel bosque exuberante donde infinidad de seres se unían para amarse. Así hacían desde la jutía hasta la iguana.

Fue entonces cuando Naroca, la Luna, compadecida de la soledad del primer hombre, creó a su compañera, Guanaroca, nuestra Eva.

De su alborozada unión nació Imao, a quien otros pueblos llamaron Caín.

Mas la llegada del descendiente iba a desencadenar trágicas consecuencias. Porque Guanaroca, más madre que mujer, reservaba todas sus caricias para el pequeño.

Hamao, preterido, decidió raptar al niño. Una noche, aprovechando el profundo sueño de su mujer, se lo llevó al monte.

La falta de alimento provocó que Imao muriese. El padre, para ocultar su crimen, escondió los despojos en un gran güiro.

Al despertar Guanaroca, notó la ausencia del hijo. Desesperada, se puso a vagar por el monte en su busca. Rendida de cansancio iba a caer al suelo, cuando el canto estridente del pájaro negro que hoy nombramos judío atrajo su atención hacia un güiro que colgaba de un árbol próximo. Presa de un extraño presentimiento subió al árbol y tomó el güiro. Espantada, allí descubrió los restos del niño amado.

Fue tan grande su sorpresa que el güiro se le escapó de las manos y, al dar en tierra y romperse, de él comenzaron a fluir peces, tortugas y un gran torrente acuático, que derramándose colina abajo originó los ríos de Jagua, mientras las tortugas se convertían en islote, y la mayor de todas, en la península de Majagua.

Además, las lágrimas de la madre desconsolada originaron la laguna que aún lleva su nombre: Guanaroca.

Tal fue la leyenda –hermosísima, poética, ingenua--, el Génesis  en la cual creyeron nuestros indiecitos. (Hasta que los borraron de la faz de Okón, o sea, de la Tierra).


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).

Se han publicado 2 comentarios


Ulises
 2/4/18 16:41

Ingeniosa historia no la conocia, digo la historia porque si conozco a la laguna de Guanaroca le faltó explicar porque le es tran atraactiva a los pelicanos y otras aves marinas

CUCO
 3/4/18 20:29

 Socio facilita la pregunta , por la cantidad de camarones que hay en la costa sur de la bahia de cienfuegos , es por eso que hay tanto alcatraz por es zona, 4 años estuve trabajando en la antigau base naval oiga y alli los camarocitos estaban en tremendo nivel  y a pata -

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